La memoria indispensable, Thomas Bernhard y El Galpón

Teatro / 31 agosto, 2023 / Juan Pedro Ciganda

El arte, la dramaturgia, la literatura, el cine tienen efectos importantes en la memoria cultural, ya sea individual o colectiva. Las artes son medios de salvaguarda de la memoria. No son indiscutibles, pero tienen un valor especialísimo luego de experiencias traumáticas y se convierten en un antídoto contra el olvido.

En tal sentido, la obra de Thomas Bernhard, en general, y Ante la jubilación, en particular, son pruebas muy convincentes de la afirmación inicial. El Galpón trae a este brillante dramaturgo nuevamente al Uruguay.

Bernhard (Holanda o Países Bajos, 1931 – Austria,1989) escribió diecinueve novelas, dieciséis obras de teatro y cinco libros de memorias y poesía. Desde la crítica se le ha definido como “odiador y amante de su patria en igual medida”. Dedicó varias obras a sus obsesiones más marcadas: el teatro, el fascismo, las nuevas derechas que crecían en Europa en los años setenta y ochenta del pasado siglo.

Tuvo una infancia con graves carencias materiales y afectivas, y problemas crónicos de salud, que lo acompañaron toda su vida, en donde la fuerza vital creativa estuvo acompañada de depresiones y varios intentos de suicidio. El abuelo de Bernhard, el autor Johannes Freumbichler, fue fundamental en la formación del joven. Lo encaminó hacia una educación artística, incluyendo una enseñanza musical que lo marcó profundamente.

Luego de la escuela elemental, asistió al internado Nacional Socialista (1942-1945), que abandonó asqueado luego de terminada la guerra. Era un adolescente. A partir de un hecho real —el caso de Hans Filbinger, Ministro-Presidente de Baden Wurtemberg (tercer estado de Alemania, tanto en extensión como en población), que dimitió en 1978 cuando se hizo público que había sido juez de la marina hitleriana y había firmado numerosas condenas a muerte—, Bernhard plantea, en Ante la jubilación, uno de sus textos más implacables con el pasado de Alemania, donde reprocha la colaboración de la sociedad civil con el nazismo y la muy débil política de “desnazificación” cumplida luego de terminada la Segunda Guerra Mundial.

Luego de los juicios de Núremberg, realizados por los vencedores y que culminaron con la condena de algunas figuras del nazismo, se abre en Alemania un largo espacio temporal que recién comienza a interrumpirse a fines de los años cincuenta, con una revisión en la cual tiene una importancia marcada la figura valiente y digna del juez Fritz Bauer.

En 1959 Bauer consiguió que la Corte Federal de Justicia trasladara la “investigación y decisión” de la materia penal relacionada con el campo de concentración de Auschwitz al tribunal provincial de Fráncfort. Siguiendo las instrucciones de Bauer, la fiscalía local inició una investigación contra los miembros y dirigentes de las SS del campo de exterminio referido.

Como contexto, es de destacar que la solicitud de Bauer, pidiendo al gobierno federal que solicitase la extradición de Eichmann, sobre quien había logrado información de su vida en Argentina, había sido rechazada. Además, la información de Bauer fue el impulso clave para la captura del jefe nazi en Buenos Aires.

En ese prolongado intermezzo de olvido —espontáneo o inducido— la sociedad alemana apuesta preferentemente a la desmemoria.

Hacia esa realidad apunta sus dardos el drama satírico de Bernhard, mostrándonos un núcleo familiar enfermo de “nazismo”, donde fluyen el antisemitismo, el odio esencial, la hipocresía como forma de vida, la nostalgia por el proyecto perdido —pero que acaso puede volver a florecer—, la violencia y el sadismo expuestos en diversas tonalidades.

Algunas menciones de los personajes, sobre clandestinidades, ocultamientos, “delaciones”, dejan interrogantes por parte de Bernhard sobre la excepcionalidad de una familia particularmente “enferma”, acaso hasta el dislate, o sobre sustancias heredadas que circulaban ampliamente por las arterias de la sociedad alemana, más allá de que el saludo romano y la esvástica no salieran a la luz.

No parece caprichosa esa fina sugerencia de Bernhard, si se toma nota de que, en el 2021, el responsable del gobierno de Angela Merkel para combatir el antisemitismo —Félix Klein— se lamentaba de que en ese momento todavía había 29 textos legales o reglamentarios que databan del régimen de Hitler (1933-1945) y que no se habían eliminado.

La obra de Bernhard que nos trae El Galpón puede generar diversas interrogantes. ¿Existe algún vínculo, similitud, analogía, entre las tragedias vividas en el siglo veinte y sucesos de este tiempo de inteligencia artificial, robots y celulares polifuncionales?

Otra pregunta es si los “Nunca Más”, que son motivo de brega democrática por sociedades que han vivido experiencias autoritarias y de terrorismo de Estado, pueden ser solamente una declamación pasajera. O si valen en la misma medida que se integran a la razón y a la sensibilidad de las gentes, como parte de la vida.

Esto tiene palmaria vigencia en un cambio de época en que las extremas derechas avanzan en forma audaz por el mundo. No es una especulación, sino una simple constatación, que tiene abundantes y visibles ejemplos en Europa, en Estados Unidos, en nuestra Latinoamérica.

Acaso en el siglo XXI el racismo, la xenofobia, la homofobia, el antisemitismo, sustituido en Europa por la islamofobia, toman —en lo superficial— formas algo novedosas.

Más allá de que no se entone Giovinezza, las sustancias fascistas y neofascistas de hacer política, sin pudores, están presentes y solamente hay que leer la prensa o informarse mínimamente. Acotando que en las calles españolas la militancia del Vox entona fervorosamente De cara al sol, la canción franquista por excelencia, haciendo expreso homenaje al falangismo. En el caso, los decoros elementales no pasan siquiera por el ropaje. No es un problema de “otros”. Está presente en geografías muy próximas.

De buena fe o sin ella, se escucha la aseveración sobre la necesidad de olvidar para construir sociedades democráticas, prósperas y pacíficas. Se le atribuye —a veces— al resentimiento, la vocación por la salvaguarda de la memoria, destacando la necesidad de “dar vuelta las páginas” para avanzar en paz hacia futuros mejores. Acaso sea necesario subrayar que esas páginas solamente se pueden superar luego de ser leídas.

En una ocasión, Hitler, reunido con su círculo más estrecho, hablaba sobre el “problema judío” y les decía a sus interlocutores que no había que tener excesivos pruritos ante las posibles críticas del accionar del Reich en la materia. Y agregaba —como fundamento— que apenas veinte o veinticinco años atrás, en 1915, se había llevado a cabo el genocidio armenio y ya nadie hablaba de ello. Sin duda, tenía confianza plena en la desmemoria.

Por todo ello, el retorno a El Galpón y al Uruguay de Thomas Bernhard es un gesto innegable de apuesta a la memoria cultural, en la presencia de un creador que supo poner su arte al servicio de la civilización y en el enjuiciamiento sin pausa a la barbarie y a los olvidos.

Ante la jubilación ayuda a fortalecer la reflexión.

Bernhard no hace recomendaciones ni da consejos. Acaso, simplemente, nos diga que las opciones son de los seres humanos, no de la buena o mala suerte.

 

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