Entrevista central a Héctor Guido.

Entrevistas Centrales / 27 marzo, 2024 / Luis Vidal Giorgi

 

“Esta es una obra muy entretenida donde el espectador no solo la pasa muy bien, sino que también asiste a una reflexión muy importante sobre la convivencia”

En su 75 aniversario el Teatro El Galpón inicia su temporada con el estreno de la obra del dramaturgo norteaméricano Tracey Letts: Agosto. Esta obra, multipremiada y representada en diversas capitales del mundo con singular suceso, fue escenificada en el 2010 en el mismo Teatro El Galpón, con motivo de la reinauguración de su sala principal, y fue un acontecimiento de público y crítica. Conversamos con su director Héctor Guido sobre la nueva versión de esta obra.

 

-Hay una relación entre el micromundo de la familia y el más amplio de la sociedad norteamericana y sus componentes, en escena aparecen varias generaciones: ¿cada generación refleja la historia social de Estados Unidos en distintas etapas?

-Se puede ver una nación a través de los conflictos de familia. Eso es muy elocuente. Esos vínculos que se plantean en torno a un encuentro de una familia, a propósito de la desaparición del hombre de la pareja central. Lo explico: la familia está compuesta por un matrimonio que tiene tres hijos, hay una nieta, están los esposos, los prometidos y la desaparición de Ramón, el padre, genera un encuentro familiar que nos muestra en el estado en que se encuentran esos vínculos. Los resentimientos, los desencuentros, la incomunicación, los problemas generacionales. Creo que al margen de lo que pueda tener de propio de la región, no deja de ser universal el problema de los vínculos en los seres humanos. Es muy interesante también porque se desarrolla en un lugar muy particular de los Estados Unidos, que es Oklahoma, Estado donde permanecen las últimas reservas de los indígenas norteamericanos que fueron exterminados. Sobre la base de una tierra que fue expropiada a sus nativos, se empieza a levantar una casa, una manera de vivir, una manera social de ser.

Y creo que es muy elocuente que esa casa se halle en tierras donde se cometió un genocidio. En la obra se dice en un momento: “el genocidio en un momento pareció una buena idea”. Sobre esa base se levanta esa casa. Hay un testigo. Una indígena en la casa que es la que se encarga de la servidumbre. Creo que es muy claro por qué el autor coloca esa figura y vemos cómo esa figura, desde sus valores y su cultura, asiste a todos esos conflictos y esa decadencia.

– ¿Hay secretos familiares que emergen?

-Sí, hay secretos permanentes entre los vínculos familiares, vamos descubriendo las adicciones, vamos descubriendo esa generación que se sintió grandiosa, heroica, que sintió que estaba transmitiendo al mundo los grandes valores de la convivencia, y vemos ahí que es una generación, no solo a la que no le quedó nada, sino que ni siquiera fue capaz de mantener vínculos de afecto con las generaciones inmediatamente posteriores. Y a su vez, las posteriores no logran tener los vínculos con las últimas generaciones que también están como perdidas, navegando a la deriva. Es muy extraño contar todo esto y a su vez decir que la obra transita con un humor que quizás sea una de las claves del porqué esta obra convoca tanto público. Creo que tiene la habilidad de mostrar esa radiografía a través del humor. En algunos aspectos y yendo a algo muy nuestro, me hizo acordar mucho a Esperando la carroza. Frente a la desaparición de Mama Cora, aparecía toda la familia para ver qué era lo que había sucedido y todos nos reíamos de lo que pasaba en aquella familia y todos también nos identificábamos en algún momento. Salvando la distancia y si uno lo ve de forma muy lineal, lo que pasa aquí es algo muy parecido. Desaparece el jefe de familia y se convocan todos. Ni se sabe cuándo se han visto por última vez ni cuánto hace que no se hablan unos con otros, nadie sabe de la vida de su hermano, de su hermana. No se conocen entre los prometidos, cuándo fue la última vez que vieron a una sobrina. O la madre que logra ver a su nieta después de mucho tiempo. Todo está cargado de los rencores que se fueron acumulando, hay secretos familiares que se mantuvieron ocultos durante casi 40 años.

Todo esto forma parte de un planteo escénico que es como una pieza de ingeniería. Por eso decía que lo visual y el requerimiento de hacer una gran puesta en escena es parte del desafío que plantea el autor, ya que despliega la obra en tres planos horizontales y tres verticales. Es una casa de tres plantas, como si la estuviéramos viendo en un corte frontal, y permanentemente vemos la convivencia y todo lo que va pasando dentro de ella. Se juega mucho con escenas simultáneas sobre lo que está pasando, es una dinámica muy atractiva, que cumple con lo que es básico en el teatro: entretener. Esta es una obra muy entretenida donde el espectador no solo la pasa muy bien, sino que también asiste a una reflexión muy importante sobre la convivencia entre los seres humanos en general, porque como decía antes, ese paralelismo familia-nación no solo nos hace reflexionar como individuos, sino también como ciudadanos.

Lo que sí digo, es que ese éxito tiene una razón de ser y esa razón es el contenido, es la forma y, por sobre todas las cosas, una manera muy moderna de mostrar lo que siempre hemos visto en un teatro tradicional. Y vuelvo a insistir en algo que yo entiendo que es esencial y muy difícil de transitar, que es el humor. El humor es un camino único para tratar estos temas.

-Un humor que va más allá de la ingeniosidad de las réplicas, sino que apunta a las conductas humanas, ¿no?

-Sí. Exactamente. No es humor de chiste ni de gags. Es el humor que se desprende de una situación que uno la está viendo y es profundamente conmovedora, trágica, y que de pronto la reacción del personaje hace que uno no pueda contener la risa. Que en ese momento y en esa situación, el personaje diga lo que dice. Uno, cuando lee la obra, descubre que está frente a alguien que tiene una gran capacidad para trazar e hilvanar, y para esas cosas se requiere genio. Es un autor que ya con lo que ha producido está demostrando que hay que tenerlo muy presente, y ahora que tenemos este fantástico medio de comunicación como es internet, uno parece que estuviera hablando con él cuando lee sus cosas, sus declaraciones… Es una persona que realmente está comprometida con este tiempo y que lo que escribió realmente le salió de las entrañas.

En la obra están representadas básicamente tres generaciones. En algunos aspectos esa generación mayor, de unos 60 y poco años, consideró que estaba marcando un rumbo e impuso valores éticos y, tal vez, no pudo luego mantenerse en esos valores. Luego, están los hijos, gente de 30 y pico o 40 años, que bien pueden ser los que cargaron con el peso de aquella generación que les marcó, que ellos eran los superiores y que tenían que comportarse de determinada manera y eso genera también frustraciones y presiones. Y esa presión se transmite a la última generación, un adolescente que vive el conflicto del fracaso de sus padres en lo afectivo, el divorcio, cosas aparentemente bastantes simples.

A mí la obra me hizo acordar mucho a Largo viaje del día hacia la noche, de O’Neill, obviamente el autor está empapado de los grandes autores, y cuando la lees, los ves. Me hizo acordar también a La muerte de un viajante, de Arthur Miller. Aquella casa que queda en el medio de Nueva York… tampoco elude para nada la frustración del sueño americano, que ya a esta altura no es tan americano, es el sueño de toda una generación.

La mayoría de los personajes narran: “Yo soñé con ser esto y me encontré con que la realidad no te lo permite y tenés que ser lo que nunca pensaste ser”. Creo que el humor es lo que termina siendo el gran hallazgo, porque, a diferencia de Miller, lo intransferible que tiene este autor cuando escribe es que le sale el humor de la situación más increíble.

-¿Qué elementos destacarías del contexto actual para la elección de Agosto como propuesta?

-Hay varios elementos, recordemos que la obra, que ese año fue premiada como Mejor Espectáculo en los Florencios, bajó de cartel en un momento que tenía mucho público por el fallecimiento de María Azambuja, que era la protagonista y una gran artista y compañera, por lo que el elenco quedó muy afectado. Así que reponerla es un homenaje pendiente a María Azambuja. Y también en la pandemia falleció otro compañero que actuaba, el querido Walter Etchandy, su recuerdo también nos acompaña. Por otro lado, son los 75 años de El Galpón y es un gran título para este año, donde además estamos como institución viviendo una de las crisis más graves de nuestra existencia, por las dificultades económicas y las políticas de este gobierno en desmedro de la cultura y, especialmente, de El Galpón, donde han cortado los convenios con los entes autónomos y no han reglamentado y aplicado la Ley de Teatro Independiente, votada por todos los partidos en el 2019, por una discriminación ideológica.

Asimismo, nos interesa integrar a la nueva generación de egresados de nuestra escuela. Por lo que Agosto es una obra cuya dinámica, dimensión y repercusión ya conocemos, nos parece una buena elección para este momento de inicio del año.

-Y de tu motivación como creador para esta nueva versión, ¿qué señalarías?

También señalo que recurrimos a Agosto por la imperiosa necesidad de acotar riesgos. En las actuales circunstancias, cuando artística me propone abrir la temporada, sugerí recurrir a obras probadas y con la investigación de su dinámica escénica ya transitada. En lo personal hubiese deseado dirigir algo nuevo, pero las circunstancias te obligan a analizar muchos factores que están detrás del repertorio, acotar al máximo los riesgos sin renunciar a un buen espectáculo. De todas formas, en teatro es imposible repetirse y el desafío de seguir creando sobre lo transitado siempre es estimulante.

 

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