Columna de cine

Uruguayos, uruguayos

Cine / 30 mayo, 2019 / Guillermo Zapiola

En el momento en que se escribe esta nota hay tres películas uruguayas en cartelera. Es posible que, para cuando se lea, alguna haya bajado y alguna otra se haya estrenado, pero los juicios y reflexiones que el fenómeno suscita seguramente seguirán teniendo validez.

En otras épocas el cine uruguayo nacía a cada rato. Más exactamente, siempre que (de vez en cuando) se estrenaba una película uruguaya. Hoy es diferente. El cine uruguayo existe, se ha diversificado en una multiplicidad de títulos, autores, propuestas, y géneros. Se puede armar un ciclo de ocho o nueve películas sin pasar vergüenza ajena, y sin ir más lejos Cinemateca lo ha hecho en estos días.
Pero el tema de esta nota es más específico. Hay tres títulos nacionales en cartelera, y tal vez no sea casualidad que se trate de tres documentales. El género ha adquirido un notorio auge en los últimos años, y también ha aprendido que no todo es la historia reciente: por eso el abanico de títulos actuales abarca desde un trabajo casi experimental sobre la vida en un barco hasta la evocación de un notorio dirigente político y sindical, y del que acaso haya sido el mayor de nuestros cantautores populares. Hay muchos temas y muchas formas de acercarse a ellos, y el cine nacional ha empezado a hacerlo.
Vida a bordo, de Emiliano Mazza de Luca, anuncia su tema desde el título: la peripecia cotidiana a bordo del Explorador, un barco portacontenedores con una tripulación de quince hombres que recorre los ríos Paraná y Paraguay. Es un viejo lugar común señalar que las historias sobre barcos son metáforas de la vida, interpretación que puede apelar en su favor antecedentes como El largo viaje de regreso (1940), adaptación fordiana de cuatro de las “piezas marineras” de Eugene O’Neill, o La nave del mal (1965), película de Stanley Kramer que sintetizaba las tensiones de entreguerras a partir de lo que les pasaba a los tripulantes y pasajeros de un transatlántico, según la novela famosa (Ship of Fools) de Katherine Ann Porter. Pero no es imprescindibles buscar cinco pies al gato para elogiar el trabajo de Mazza de Luca, que exhibe, por cierto, un sugestivo envoltorio (la fotografía es excelente), sino que también se las arregla para sumergir a su espectador en un universo de inesperado atractivo (o no tan inesperado: Pérez Reverte ha dicho alguna vez sin error que las buenas historias se desarrollan lo más lejos posible de la costa). Vale la pena seguir la carrera de Mazza de Luca, quien incidentalmente no es un recién llegado: ya había producido Multitudes (2013) y dirigido con elogios Nueva Venecia (2016).
Sin que deba entenderse la expresión en un sentido peyorativo, puede decirse que Conversaciones con Turiansky es un documental más clásico. O, más precisamente, el tipo de documental que cabe esperar de su director José Pedro Charlo, un hombre comprometido con su entorno y con los temas políticos y sociales (Héctor el tejedor, 2000; A las cinco en punto, 2004; El círculo, 2008; El almanaque, 2012; Los de siempre, 2016; Trazos familiares, 2017) que aquí se lanza a recuperar la figura del ingeniero, sindicalista y político Wladimir Turiansky (1927-2015). Mediante testimonios y material de archivo, la película de Charlo se acerca a Turiansky desde una doble perspectiva.
Por un lado está el retrato personal de Turiansky, hijo de inmigrantes rusos y comunistas, ingeniero interesado en la electricidad, aficionado al cine. Pero esa peripecia individual se entrelaza, inevitablemente, con la de los turbulentos tiempos que a Turiansky y a muchos de nosotros nos tocó vivir: los de las luchas sindicales, la creación de la C.N.T. (recordemos que las letras P.I.T. se agregaron después), la trágica polarización sesentista entre guerrilla y autoritarismo en ascenso, el surgimiento del Frente Amplio, la dictadura, el exilio de nuestro personaje, su regreso y algunos conflictos posteriores. Turiansky, inteligente, lúcido, no carente de humor,  fue uno de esos tipos a los que convenía escuchar, incluso en el desacuerdo, y la película resulta un adecuado reflejo de su personalidad y sus ideas.
La tercer película nacional (en realidad es una coproducción con Argentina, pero su temática es indiscutiblemente nuestra) es Ausencia de mí, de Melina Terribili, una evocación del gran Alfredo Zitarrosa armada en base a documentos, filmaciones y otros materiales de y sobre el cantante, que permanecieron guardadas desde su muerte hace tres décadas, y que sus familiares intentan preservar y dar a conocer. Mucho de ese material no había sido visto hasta ahora, y la directora Terribili ha realizado un trabajo inteligente y sensible a la hora de editarlo, contrastarlo o complementarlo con la música y la voz de Zitarrosa, esta última en canciones pero también en entrevistas y audios que envió desde el exilio. Ese rescate del pasado se entrecruza con la presencia en tiempo presente de sus hijas Serena y Moriana, y su esposa Nancy, empeñadas, justamente, junto a un grupo de archivólogos, en recuperar unos materiales que arriesgaban perderse, y que agregan además sus recuerdos personales. ¿Otra película sobre la “historia reciente”? En efecto, pero con un protagonista excepcional, un trabajo de búsqueda que vale la pena y una compaginación que valoriza el material.

 

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