Historia del cine

Comienzos británicos

Cine / 30 mayo, 2019 / Guillermo Zapiola

Durante el período mudo, el cine británico jugó un papel relativamente menor en el desarrollo del cine, aunque hubo una industria en funcionamiento. Eso cambiaría después, pero vale la pena evocar esos comienzos y algo más

Un viejo chiste francés sostiene que las palabras “cine” y “británico” no caben en la misma frase, y como argumento suele añadirse que toda la carrera de uno de los dos mayores cineastas británicos (Chaplin) se desarrolló en suelo norteamericano, al igual que la parte más importante de la del otro (Alfred Hitchcock). Como toda boutade francesa, esa es una exageración, pero es cierto que el cine del Reino Unido jugó un papel menos importante que el norteamericano, el alemán o el soviético en los tiempos del mudo, y que su aporte posterior, aun siendo significativo, no se compara en niveles promedio de calidad con el de las industrias más abundantes y (en sus momentos de gloria) más creativas (Estados Unidos, Italia; atrás vienen Francia, Checoslovaquia y alguna otra).
Sin embargo vale la pena recordar que el Reino Unido fue uno de los países productores pioneros del mundo, y hasta con una cuota de nacionalismo se puede defender la idea de que el cine nació allí, aunque los franceses reivindiquen a los Lumiére. La verdad es que el cine tuvo varios padres y madres, y hay unos cuantos países que pueden reivindicar haberlo creado (Estados Unidos con Edison, Alemania con Max Skladanovsky, obviamente Francia con los Lumiére), y entre ellos figura Inglaterra con la figura de William Friese Greene, quien en junio de 1889 patentó su “cámara cronofotográfica”, capaz de captar diez imágenes por segundo. En 1890 Friese-Greene hizo una primera exhibición pública de su aparato, poco después experimentó con cámara estereosópicas, pero el equipamiento era aún muy imperfecto, su empresa quebró y su invención no tuvo futuro (hay una excelente película de John Boulting, La caja mágica, 1951, que cuenta sus historia). Lo cierto es que casi todas esas invenciones se superpusieron o se complementaron, y que lo más sensato es reconocer que el cine fue una invención colectiva. No hay que ignorar a los Lumiére, pero tampoco atribuirles todos los méritos.
El “verdadero” cine inglés nació empero en 1895, cuando Robert W. Paul y Birt Acres construyeron su primera cámara de treinta y cinco milímetros y rodaron en febrero de 1895 (un mes antes de la presentación del aparato de los Lumiére en una convención científica; diez meses antes de la primera exhibición pública de los hermanos en el Grand Café de París) Incident at Clovelly Cottage, habitualmente considerada la primera película británica.
En los años inmediatos surgieron varias pequeñas productoras, creadoras de películas de ficción a menudo inspiradas en Shakespeare o en Dickens. Un aporte significativo fue el del productor norteamericano Charles Urban, quien se asentó en Londres en 1908 y sentó las bases de una empresa que perduraría. En el terreno del lenguaje, los historiadores prefieren llamar empero la atención sobre la llamada “escuela de Brighton”, un grupo de cineastas que trabajaron con frecuencia en el balneario así llamado (James Williamson, George Albert Smith, Albert Collins), quienes antes que Griffith comenzaron a experimentar con el montaje, la variación de planos, los movimientos de cámara y hasta algunos rudimentarios intentos de película en color.
De cualquier manera, y hasta la aparición del sonoro, la producción británica jugó un papel secundario en el escenario mundial. El Estado entendió que debía ayudarla (el honor del Imperio así lo exigía), y en 1927 aprobó la llamada Quota Act, probablemente la primera ley de protección de un cine nacional aprobada en el mundo. De acuerdo a ella, todas las salas debían dedicar un determinado número de días de exhibición a las películas británicas.
El resultado fue inevitablemente contradictorio. Por un lado logró que algunas películas valiosas que de otra manera no hubieran tenido un espacio lo tuvieran. Por otro, fomentó toda una serie de producciones baratas y de ínfima calidad, concebidas estrictamente par a cumplir con la cuota mientras que a los exhibidores les importaba realmente el cine extranjero con el que hacían dinero.
El mejoramiento de las condiciones económicas favoreció, de todos modos, el surgimiento de algunos talentos legítimos. En 1929 John Grierson realizó el documental Drifters, y luego impulsó una formidable escuela documental que perduró por lo menos tres décadas, a menudo apoyada por instituciones estatales que apuntaban a la propaganda pero concedían a sus realizadores contratados, que podían llamarse Harry Watt, Basil Dean o Humphrey Jennings, una considerable libertad creativa (más tarde Grierson estaría también en el origen del más valioso cine canadiense). Unos pocos años antes había saltado a la dirección el cineasta británico más importante de todos los tiempos: Alfred Joseph Hitchcock.
Hitchcock nació en 1899, hijo de un matrimonio de comerciantes, y fue educado en colegios católicos: los jesuitas tendrían una influencia particular sobre él, y rasgos de esa educación aparecerán después en su cine, con su insistencia en los temas de la culpa y el castigo. Alguna vez el cineasta lo explicó en estos términos: “Si han sido educados en los jesuitas como yo lo fui, estos elementos tienen importancia. Yo me sentía aterrorizado por la policía, por los padres jesuitas, por el castigo físico, por un montón de cosas. Estas son las raíces de mi trabajo”. En su adolescencia nació también su curiosidad por el crimen; visitas al Museo Negro de Scotland Yard y al Tribunal de lo Criminal de Londres, donde asistía a los juicios por asesinato y tomaba notas de lo que veía y oía.
Comenzó a estudiar ingeniería, se interesó por el dibujo, y se desinteresó de todo ello cuando descubrió el cine. Entre 1916 y 1920 aprendió a admirar a Chaplin, a Griffith, a Fritz Lang, y con veinte años se presentó en los recién inaugurados estudios Players-Lasky en busca de trabajo. Fue contratado como diseñador de títulos y decorados. En 1923 fue ascendido a codirector de una película menor, y ese día comenzó la leyenda. Hay que contarla en otra nota.

 

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