Historia del cine

Se cierne la tormenta

Nota / 28 noviembre, 2019 / Guillermo Zapiola

Hay quien sostiene que no existieron la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Lo que se denomina así en los libros de historia habría sido, en realidad, una única guerra, con veinte años intermedios de precaria tregua entre dos picos de particular violencia. Para la historia que estamos contando, de todos modos, importa recordar que el 1 de setiembre de 1939 las fuerzas del Tercer Reich invadieron Polonia, y que esa fecha implicó una inflexión en lo que estaba ocurriendo. El cine ya había empezado a anticiparlo, y lo expresaría de manera más nítida cuando la conflagración se extendiera implacablemente.

Por supuesto, el título de este capítulo no es original: está plagiado del primer tomo de las magníficas memorias en seis volúmenes de Sir Winston Leonard Spencer Churchill sobre la Segunda Guerra Mundial. Pero de eso se trata, y es difícil encontrar un título mejor.
En la segunda mitad de la década del treinta, los signos de una tormenta en ciernes eran perceptibles para cualquiera que no fuera tan miope o más cobarde que la mayoría de los políticos franceses y británicos (Churchill fue una de las pocas excepciones, y por eso estuvo prácticamente condenado al exilio durante toda la década, durante la cual se dedicó a varias cosas, entre otras escribir, estupendamente, crítica de cine). Los planes expansionistas de Adolf Hitler eran notorios para cualquiera que hubiera leído Mein Kampf o hubiera visto algunas de sus acciones (ocupación de la cuenca del Ruhr, anexión de Austria, luego de los Sudetes, y finalmente de toda Checoslovaquia), y no hacía falta ser excepcionalmente sagaz pasa saber que el papel que Neville Chamberlain trajo de Múnich y mostró a los periodistas en 1938 anunciando “paz para nuestro tiempo” era, literalmente, papel mojado. Hubo que llegar hasta la firma del pacto nazi-soviético del 23 de agosto  de 1939, y a la invasión de Polonia una semana después, para que alguna gente despertara.
En algunos aspectos, el cine suele ser más perceptivo que los políticos, y un puñado de películas y de  realizadores por lo menos anunciaron lo que se venía. En Francia, sin ir más lejos, el clima de angustia y pesimismo del cine del “realismo poético”, al que ya se le ha dedicado un espacio en este ciclo, puede ser entendido retrospectivamente como un reflejo del clima vigente (no es casualidad, por ejemplo, que Jean Renoir haya sido acusado poco menos que de traidor por rodar su magnífica La gran ilusión, que promovía la amistad entre alemanes y franceses, reivindicando su común humanidad). No es casualidad, por cierto, que algunas advertencias vinieran de Hollywood, y especialmente de parte de cineastas que habían tenido que huir de Hitler  (es el caso de los judíos alemanes, o de alemanes no judíos pero antinazis como Fritz Lang), o que simplemente se refugiaron en los Estados Unidos por razones económicas (Hitchcock, los Korda).
Estados Unidos recién entró en la guerra en 1941, cuando los japoneses bombardearon Pearl Harbor. Antes de esa fecha, el gobierno de Roosevelt debió lidiar para convencer a su pueblo, que más bien no quería la guerra, que tarde o temprano debería entrar en ella: aunque una mayoría de norteamericanos simpatizaba con Inglaterra y los partidarios de los nazis eran menos, casi todos entendían que la guerra era “un asunto de los europeos”, y para qué meterse. Incluso a nivel militar, Estados Unidos no estaba en condiciones de complicarse en un conflicto mayor en 1939: su ejército era más pequeño que el polaco, y su industria era más eficaz para construir radios y refrigeradores que armamento. Se necesitaba tiempo.
Entre tanto,  Hollywood no supo muy bien qué hacer con la Guerra Civil Española (que sí dividió al país, y en la cual demasiado público no tenía muy claro quiénes eran los Buenos y quiénes los Malos), y se dedicaron muy pocas películas al tema: en esta programación se incluye una, Bloqueo, casualmente dirigida por el exiliado alemán William, en realidad Wilhelm Dieterle, un miembro del Partido Comunista alemán que, sin embargo, no tuvo mayores problemas en Hollywood en tiempos de la caza de brujas. La película era un bienintencionado alegato a favor de la República Española y contra el alzamiento franquista, lamentablemente superficial y maniqueo: las buenas intenciones no hacen necesariamente gran arte. Interesante como intento, y por ser una de las pocas películas en las que Hollywood se ocupó del tema. Sus guionistas fueron James M. Cain (Pacto de sangre, El cartero llama dos veces) y el comunista y futuro “lista negra” John Howard Lawson.
Otros pocos títulos como Confesiones de un espía nazi (1939), del también exiliado Anatole Litvak, se atrevieron a informar que los nazis eran mala gente: allí el formidable Edward G. Robinson investigó las actividades de un grupo de espías del Tercer Reich en los Estados Unidos, con ramificaciones en Europa y América del Sur.  No se atrevió a tanto Tres camaradas (1938), de Frank Borzage, sobre novela de Remarque, que denunció a una dictadura innominada en un impreciso país europeo en el que no ven esvásticas, aunque no resulte difícil descifrar de qué se trata. El gobierno alemán se estaba quejando, y Hollywood prefirió ser cauteloso: no quería perder un importante mercado europeo.
Recién cuando la guerra ya había estallado en Europa, Borzage se atrevería a llamar a los nazis por su nombre, en la espléndida La hora fatal (1940), con la historia de una familia alemana destrozada por el nazismo. Sigue siendo una de las mejores películas sobre el tema, al nivel de La caída de los dioses de Visconti, por lo menos, aunque requiera algunos minutos hacer el esfuerzo para creer en James Stewart y Margaret Sullavan como alemanes. Para entonces la guerra se extendía por Europa aunque Estados Unidos todavía no participaban en ella, el recientemente importado Alfred Hitchcock enviaría a Joel MacCrea al teatro de los acontecimientos para averiguar las intenciones de Hitler en Corresponsal extranjero, y Chaplin empezaría a preparar El gran dictador (seis meses antes, los Tres Chiflados ya habían zamarreado al Führer en un corto escasamente memorable salvo por ese dato). Esta historia sigue.

 

Comentarios