Obituario. Mario Aguerre… el forjador de sueños

Teatro / 2 mayo, 2024 /

Las imágenes saltan de una a otra en una secuencia desordenada sin tiempo, se agolpan, se vuelven nítidas y a la vez borrosas. Esas imágenes conectan con el sentimiento más profundo de amistad y de afecto. Y cuando un amigo
hermano, con tanto camino recorrido juntos, se despide de este mundo, el vacío que se produce provoca que en instantes fugaces atrapemos toda esa vida compartida. Mario Aguerre, Marito, o como nos decíamos cuando nos
veíamos junto a su gran amigo Héctor Guido: Maritoooooo, Bachichaaaa, ¡¡¡¡Tojitaaaaa…!!!! Y en ese juego de niños cabía todo el afecto y cariño que nos teníamos.

Esas imágenes galopan en la memoria: Mario en su moto Gilera saliendo de El Galpón, y el comentario “ahí va uno de ‘Los Delfines’”… Mario fue un delfín, no solo como integrante de ese emblemático grupo beat, sino un delfín por
su alegría, su bondad, surcando mares, donde seguramente atravesó aguas profundas, pero, como el delfín, prefería estar siempre con la mirada al cielo, con su sonrisa abierta y sus ojos de pájaro. Cuando llegaron los tiempos de
oscuridad, emigró a Europa, y en París estudió en la escuela de Jacques Lecoq, donde adquirió las herramientas del maestro francés, para, años después, él mismo transformarse en maestro, dando todo su saber a cientos de
estudiantes de teatro.

Imágenes: antes de radicarse nuevamente en Uruguay, viajaba cada tanto para pasarnos la técnica de bufones y hacer talleres para otros colegas.
Después, ya instalado definitivamente en el país y siendo docente de la EMAD, comenzó a gestarse un sueño: la Escuela de Acción Teatral Alambique. Fue en su casa, a fines de 1991, que empezamos a idear ese sueño. Trajo un libro enorme con la etimología de las palabras. Buscábamos uno que identificara lo que buscábamos para esa escuela, y nos detuvimos en la palabra alambique: aparato para destilar… Y así nació la escuela, y convocamos a Norma Berriolo, Ana Corti y a Ismael da Fonseca, y todos juntos fundamos ese espacio que tantas alegrías nos dio, identificado con una imagen de una máscara de la Comedia del Arte.

Mario era un docente brillante, con su “tamborino” marcando el ritmo, el cuerpo era su voz, vibraba electricidad, y con palabras que todo estudiante recuerda:“Bacino”, “Bacino” (con un histriónico acento italiano)… “Dale, Chi chi”… Y las bandas de bufones cantando el estribillo de La armada Brancaleone:
“Branca, branca, branca Leone, leone, leone…”.

Mario fue un niño grande, un clown, sencillo e ingenuo, un bufón con su despliegue de energía y capacidad de observación, agudeza y humor. Pobló la ciudad de narices rojas, y multiplicó sus saberes donándolo con su don de
maestro a generaciones de estudiantes. Ese es su legado. Imágenes: Reunidor de gente, abriendo las puertas y ventanas de su casa para que entrara hasta el viento. Era un sibarita, un anfitrión de primera que nos hacía pasar bien a todos. Gustador de la vida, y, aunque tenía apellido vasco, parecía más bien un tano salido de esas películas del neorrealismo italiano, efusivo en los abrazos y que te atrapaba con su sonora risa.

Imágenes y más imágenes que no caben en una página. Seguirán adheridas en mi corazón y estaré agradecido por habernos encontrado en este camino. Ahora un poco más solos… pero las imágenes perduran, y al verlas imprimen
alegres sonrisas y el pecho se expande de aire fresco…
Gracias por todo, querido Mario… ¡¡¡Maritoooooo…!!!

Fernando Toja

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