Entrevista central

MATEI VISNIEC: “Intento captar lo que yo llamo las contradicciones profundas del ser humano”

Entrevistas Centrales / 28 septiembre, 2018 / Luis Vidal Giorgi

Matei Visniec, al igual que otros de sus compatriotas de trascendencia en el arte y la filosofía, como el dramaturgo Eugène Ionesco y el filósofo Emile Cioran, va de su Rumania empobrecida a París y adopta también el francés como su lengua. Y comparte con aquellos referentes su visión irónica sobre las ilusiones sociales y su crítica, no exenta de humor sobre los comportamientos moldeados por la costumbre, el mercado o las ideologías.

La situación social y política de su país, que conoció una de las versiones más deformadas del socialismo real, bajo el gobierno del tristemente famoso matrimonio Ceaușescu, no solo influyen en su obra, sino que su misma vocación poética era un refugio ante la situación opresiva. Señala Visniec: “La literatura era un espacio de resistencia cultural, y descubrimos pronto que a través de la escritura podíamos ensanchar el espacio crítico, crear nuestra propia libertad, nuestra propia verdad. La metáfora, la alegoría tenían una gran capacidad para golpear. Lo que no se podía decir directamente al poder, a la censura, podía oírse en la poesía, en la canción, en el teatro. Así descubrí mi vocación. La literatura era como la antorcha que iluminaba mi camino en la noche».

Durante este periodo escribe más de veinte obras, que si bien eran leídas en el medio teatral, la censura imperante hizo que no se representaran.

Luego de la caída fulminante del régimen —recordemos que el matrimonio Ceaușescu fue juzgado y ejecutado a fines de 1989— Visniec ya estaba afincado en París desde el año 1987, donde estrena su primera obra de suceso, recién en 1991, Caballos en la ventana, una obra que estuvo prohibida en Rumania y es “un alegato antibelicista, pero que a través del símbolo y de la alegoría criticaba duramente al poder, al sistema autoritario”. En la actualidad sus obras son de las más representadas en los escenarios rumanos.

Con el tiempo su obra fue pasando de la crítica a los regímenes autoritarios a la crítica al capitalismo que tampoco da respuestas a las necesidades de justicia social. Y reflexiona muy certeramente Visniec: «En Francia descubrí que era mucho más fácil denunciar el lavado de cerebros en los países autoritarios que en Occidente, porque en los países totalitarios este lavado es primitivo, brutal, violento y grotesco en sí mismo, pero en los países democráticos es sutil, fino, se infiltra en el alma y transforma suavemente al ciudadano en consumidor».

Esa comprobación de las debilidades y manipulaciones de la sociedad capitalista, tan idealizada desde su Europa del Este, lo llevan a reivindicar el papel del arte como refugio de los ideales.

Esta actitud creativa que ahonda en los conflictos actuales sin rehuirle a presentarlos en sus aristas más dolorosas, aunque por momentos tamizándolas con una mirada irónica, es lo que está a la base de la obra de título largo y sugerente que hoy conocemos en nuestro medio: La palabra progreso en boca de mi madre sonaba tremendamente falsa.

Visniec estuvo en Montevideo para presenciar una función especial de su obra. Conversamos con este singular y lúcido autor. Estas son algunas de sus reflexiones.

-Iniciando el diálogo por los antecedentes, acerca del contexto en el que surgió tu obra; encontramos un punto de contacto con nuestra dramaturgia, en un período, que nosotros también vivimos, de dictadura, donde justamente lo que se buscaba era, a través de la metáfora o el simbolismo, referirnos a esa realidad actual, pero eso en alguna medida también sirvió para realizar nuevas búsquedas expresivas, esos tiempos duros fueron un estímulo a la creación, y en tu caso también influyó en tus búsquedas expresivas, ¿de qué formas y cómo se fue dando?

-Estuve muy marcado, entre 1992 y 1996, por la guerra que hubo en la ex-Yugoslavia. Era una región donde la gente vivía en paz desde hace cincuenta años, pero gracias a la dictadura comunista, la dictadura había obligado a la gente a fraternizar, y cuando la libertad llegó, cuando cayeron las dictaduras, esa gente empezó a pelearse entre sí, fue una guerra identitaria, la gente no quería seguir viviendo junta, los serbios querían vivir con los serbios, los croatas con los croatas, los musulmanes de Bosnia con los musulmanes de Bosnia; la sociedad multiétnica explotaba, y eso es un drama que afectó y afecta aún a la Europa balcánica, los problemas no están resueltos en la región. Escribí tres obras inspiradas en ese drama, en la política nacionalista y en la barbarie del final del siglo XX. No creía que en Europa todavía podía existir hechos bárbaros de ese tipo, mujeres violadas por razones de estrategia militar —porque violar a la mujer del enemigo era una manera de debilitarlo—, no creía que vecinos pudieran convertirse en enemigos de la noche a la mañana. Hubo miles de muertos en Yugoslavia, a dos horas y media, en avión, de París. Europa una vez más estaba en peligro. Yo era periodista en ese momento y no podía dejar de informar el horror. Estaba frustrado como periodista, por no poder actuar, por no poder intervenir para frenar las masacres; tenía la impresión de que el periodista no servía para nada, porque no servía para detener el horror. Es en esa época en la que decidí escribir obras sobre ese drama, para sensibilizar a la opinión pública. Pero, en efecto, mis obras, desgraciada o afortunadamente, tienen un alcance universal, porque los dramas se repiten, y la gente se reconoce en mis obras, incluso si han soportado otras formas de barbarie o tragedia. Estoy contento que mi obra La palabra progreso haya podido tener connotación acá en este país, siempre quise que mis obras tuvieran una fuerza para generar un impacto universal, y muchas veces cuando uno hace referencia a lo local es cuando se logra mayor alcance universal. Porque, por ejemplo, mi obra sobre la Guerra de los Balcanes habla a los japoneses, a los uruguayos, a los norteamericanos; la estrenaron en Grecia, Rumania, Turquía. Pienso que pude tocar una cuerda universal con este drama.

-Yo también me refería a la dictadura del matrimonio Ceaușescu. Y, por supuesto, en tu obra hay dos elementos, que tienen que ver con el tratamiento de lo formal, que parecen interesantes, que es el humor en la tragedia y también esa mezcla de los vivos y los muertos, como fantasía y realidad.

-En efecto, en la época en que yo escribía teatro en Rumania, el humor era instrumento de denuncia: la ironía, la sátira, el humor negro, el escarnio… Sí, incluso el autoescarnio, utilicé instrumentos, herramientas del grotesco, del teatro del absurdo. Fue una época en donde intenté todas las maneras posibles de escribir, salvo una: el realismo socialista. En esa época es que hice mi aprendizaje. Incluso hoy en día siempre encuentro esa manera de asociar la risa con el drama, encontrar el grotesco en la banalidad, encontrar lo absurdo en la normalidad. Pienso que escribo con la técnica del contrapunto, en cada escena tengo necesidad de una ruptura; en el teatro uno puede permitirse eso de hacer convivir a los muertos, la risa y las lágrimas, lo ridículo y lo digno, todo eso es una manera de hablar del hombre, porque intento captar lo que yo llamo las contradicciones profundas del ser humano, y, sobre todo, la forma en que el hombre puede cambiar vitalmente: hoy es víctima, mañana es verdugo; hoy es un padre de familia tranquilo que ama a sus hijos, y mañana puede matar al vecino y a los hijos del vecino. Vimos eso en todas las guerras interétnicas y las guerras de religión, y en otras formas de violencia.

-A mí siempre me impactó un personaje de una foto famosa, que es un soldado de la Alemania del Este que huye por el muro tirando su fusil; y él, luego de estar un tiempo en la Alemania Occidental, se suicida; esa expectativa que lo impulsó a su acción, de lo que iba a encontrar de libertad en el capitalismo, no se cumplió.

-Yo no digo que la libertad sea fácil de gestionar, al contrario, la libertad requiere una energía enorme. Y siempre hay que defender la libertad, reinventarla. En cierta forma, la gente en los países comunistas, en la época de la dictadura, estaba tranquila —detestaban el totalitarismo, por supuesto—. Pero en la pobreza estaban, de cierta forma, como hipnotizados por la impotencia. Entonces consideraban que nada podía cambiar, y los que se iban se sorprendían de ver que en el otro lado, en el mundo libre, había que trabajar duro, había que agotarse a veces, soportar humillaciones, había una competición amarga, y tampoco estaban contentos. Conocí mucha gente que vivió ese drama, que pensaba que tendríamos que haber mejorado nuestro sistema porque el otro es mucho más brutal. Lo que creo es que no hay un sistema ideal, lo ideal es poder, diría yo, ser lúcido, y transformar la libertad en civilización. En los países de Europa del Este hay millones de personas en este momento que están descontentas, piensan que el comunismo cayó hace treinta años, pero la libertad no fue transformada en civilización y riqueza. Por supuesto que en Occidente la libertad puede transformarse en algo caótico, y, además, entre la democracia y el capitalismo hay una ruptura, ya que el capitalismo, por su desmesura, por sus excesos, se convierte en el asesino de la democracia y del humanismo. Por eso estamos en una lógica de búsqueda, tenemos lo que se ha vivido históricamente, los errores del pasado, y hay que reflexionar sobre eso, y encontrar una vía para el futuro. Con esto termino; tengo como divisa una frase de Nietzsche: “Hay que actuar como si el progreso existiera”, porque si somos pesimistas hay que suicidarse. Entonces, es la obligación de buscar ser optimista lo que defiendo.


-Sé que estás trabajando sobre don Quijote, y el Quijote es un magnífico fracaso que nos muestra otra vida posible…

-Trabajo sobre don Quijote porque estoy buscando el prototipo del hombre occidental. Si un día un extraterrestre viene a visitar la tierra y dice: “Estoy apurado, estoy visitando millones de planetas, no tengo tiempo de leer todo, recomiéndame un solo libro donde yo comprenda la naturaleza íntima del hombre”, yo le recomendaría el Quijote, porque vive en la utopía, entre el sueño y la realidad… a veces no quiere ver la realidad, pero a la vez es generoso, activo, se burlan de él, pero él es el que gana gracias a su generosidad. Para mí el Quijote es la metáfora más interesante del hombre moderno. Todos podemos ser don Quijote, nos peleamos contra los molinos de viento, no vamos a ganar, pero somos activos y tenemos un sueño, y una autoestima como don Quijote.

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