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Los ladrillos del alma

Libros / 31 enero, 2019 / Rodolfo Santullo

Herodes es la nueva novela de Damián González Bertolino, la minuciosa construcción de un personaje a partir de su pasado, su presente y un exhaustivo buceo en su psiquis más profunda.

Jorge Montiel es un millonario empresario argentino quien vive recluido en una finca en las afueras de Punta del Este. Vive tan solo en compañía de Pía, su hija de diez años, lisiada de la cintura para abajo luego de un accidente en el que —se nos confirmará más adelante pero puede adivinarse desde el principio— perdiera la vida Mariana, su madre. Montiel no hace nada, aparentemente, y no tiene necesidad de hacer tampoco. Ha generado suficiente dinero y poder como para pasar varias vidas en la reflexiva inmovilidad en la que lo acompañaremos durante algo más de trescientas páginas. Porque la novela es ni más ni menos que eso: la construcción de Montiel, del alma de Montiel. Ladrillo por ladrillo, iremos descubriendo quién es Montiel, de dónde viene, su relación con sus padres —comparte con su hija el haber perdido a su madre a temprana edad—, su matrimonio anterior, su duelo constante que lo atormenta desde la muerte de Mariana, lo mucho que le dificulta generar vínculos con Pía o con cualquier otra persona, etc. Con una narrativa desordenada temporalmente —la mente de Montiel vaga para adelante y para atrás en el tiempo, despertada por activadores casuales de anécdotas—, Damián González Bertolino (Punta del Este, 1980) se propone el difícil desafío de una novela que no solamente no es líneal, sino que no sigue las coordenadas tradicionales a la hora de contar una historia.

De hecho, no es exactamente eso lo que se propone. Por el contrario, no pasa nada en la novela que se adecúe a lo que tradicionalmente entendemos por «una historia». Una vez presentada la situación de Montiel —ese rey tiránico que se sugiere desde el mismo título del libro— no hay realmente nada que cambie en su vida, o en sus relaciones. Incluso, al recorrer algunos tramos de su vida pre-accidente —donde podríamos suponer todo cambió para mal y lo transformó en este ser introspectivo y meditabundo— encontramos que siempre fue así, que las raíces de su manera de ser corren más profundo —y desde hace más tiempo— de lo que uno quisiera creer.

¿Y quién es Jorge Montiel? Esa no es una pregunta fácil de responder, y González Bertolino se propone que su novela esté a la altura de la respuesta. Así, cada descripción, cada accionar de Montiel, cada situación en la que se encuentre inmiscuido, será un exhaustivo viaje al interior del hombre, de sus sentires, de sus anhelos, de su personalidad. Las cosas más nimias —el viento en los eucaliptus del terreno, el crujido de los escalones de la escalera, extender un mantel en el césped— dispararán detalladas descripciones del ambiente y su interacción con el hombre. Por su parte, situaciones algo más importantes —la primera menstruación de la niña, un recorrido de Montiel niño acompañando a su padre en un juego de golf (una constante este deporte en la literatura de González Bertolino), la posibilidad de un intruso en la finca— se tornarán linderas al género de horror, disparando verdaderos climas agobiantes y opresivos.

Al igual que en la recientemente reseñada Casa en ninguna parte de Horacio Cavallo —con la que comparte algunos aspectos, entre ellos la marcada tendencia en la literatura uruguaya hacia la tragedia—, González Bertolino se propone un giro dentro de su propia obra. Luego de la aclamada El increíble Springer, El Fondo o la policial Los trabajos del amor (que sigue siendo su mejor novela), ahora el autor fernandido apuesta por algo a las claras más difícil: una prosa grandilocuente (esto dicho sin ningún tono peyorativo) y detallada, una agobiante descripción de espacios, momentos y personajes (muy a la usanza del argentino Juan José Saer), una desafiante propuesta hacia el lector, a quien no le hace favores nunca sino que por el contrario le exige, pide que responda y esté a la altura. La construcción de un hombre. La construcción de Jorge Montiel. Una novela en la que no hay trama, en el concepto clásico que se entiende por trama. Lo que sí hay, fuera de cualquier duda, es un dominio extraordinario del lenguaje que hace de la lectura de esta novela toda una experiencia.

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