José Luis Morales
Actores / 2 marzo, 2020 / María Varela
-¿Siempre quisiste ser actor?
-Siempre quise ser muchas cosas, pianista clásico, arquitecto, artista plástico, escritor, actor… y, de alguna forma, experimenté con todo lo que estuvo a mi alcance. Lo del piano no pudo ser de niño porque en casa no había plata para un piano y mis padres, de clase trabajadora, entendieron que una lengua extranjera me ayudaría más a ganarme la vida que un instrumento musical. No había tradición de ir a conciertos o al teatro en casa, por eso lo acepté y seguí adelante. Sin embargo, de niño mi juego favorito era inventar o improvisar escenas, y disfrazarme de algo. En la escuela siempre me daban papeles en las obras de teatro de fin de año, y en cuanto acto se realizara. Ya ejerciendo como profesor de Inglés y habiéndome convertido en asiduo espectador del circuito de conciertos, de teatro, cine y danza de Montevideo, me invitan a hacer el protagonista del musical amateur Joseph and the Amazing Technicolour Dreamcoat, de Tim Rice y Andrew Lloyd Webber, en el Anglo, dirigidos por la inefable Joanie Urrestarazu; y, de la noche a la mañana, sentí una felicidad inmensa sobre el escenario. De todo lo que había hecho hasta entonces, la escena era lo que más me entusiasmaba, pero me di cuenta de que no tenía preparación suficiente para esto. Evidentemente debía encarar una formación actoral cuanto antes. A partir de ahí vino una invitación para mi primera obra profesional, la comedia musical El regreso de Julie Jones, y enseguida dejé Arquitectura e ingresé en la EMAD. Saber, como sé ahora, que un ser humano tiene enorme potencial para muchas disciplinas y puede desarrollarlas a lo largo de toda la vida, me habría ahorrado mucha angustia y cuestionamientos a la hora de escoger. Todas las disciplinas que he abordado me han enriquecido como actor.
-Estudiaste actuación en Uruguay y en Inglaterra, ¿qué diferencias hay entre nuestra formación actoral y la Inglesa?
-Tuve un gran privilegio de estudiar en la EMAD (Escuela Municipal de Arte Dramático, Margarita Xirgu) y luego de hacer un posgrado en LAMDA (The London Academy of Music and Dramatic Art) con una beca magnífica que ahora se llama Chevening, gestionada por el Foreign and Commonwealth Office del Reino Unido. Creo que hay muchas más similitudes que diferencias entre la formación actoral que recibí en Uruguay y en Inglaterra. Para comenzar, en los dos medios recibimos una educación en el arte que está sólidamente anclada en una tradición. En otras palabras, quien estudia arte dramático aquí o en Inglaterra debe tomar conciencia de que hay un camino recorrido de excelencia, un linaje al que accedemos. Las escuelas de teatro del Uruguay están pobladas por actores y docentes que se formaron con los herederos de Margarita Xirgu y recibieron saberes que aprendieron de ella y tantos otros inmigrantes que se trasladaron a nuestro país desde una Europa convulsionada por la guerra, donde germinaban las vanguardias del inicio de siglo XX, con artistas de la talla de Federico García Lorca, Salvador Dalí o Pablo Picasso, por ejemplo. El arte dramático en lengua Española en el llamado Siglo de Oro es parte de nuestra tradición, y la Xirgu fue quien nos conectó directamente con esa tradición. Sin duda alguna, la formación actoral en Gran Bretaña también se apoya en la increíble producción dramática de grandes como Shakespeare, Marlowe y Sheridan hasta los genios de nuestros días, y un actor es parte de un linaje que incluye artistas que marcan épocas, desde el gran David Garrick, en el siglo XVIII, a Lawrence Olivier, en el siglo XX, llegando a una Olivia Colman o a un Mark Rylance, en nuestros días. Quien comienza su formación aquí o en Inglaterra debe sentirse bien acompañado entre tanto talento desplegado a lo largo del tiempo en su lugar de origen. Otra similitud entre formaciones es lo que yo llamo integralidad. La formación actoral conlleva el desarrollo de un cúmulo de capacidades específicas relacionadas con la voz, el movimiento, el conocimiento del espacio, la música, la ética del actor, los enfoques y métodos de actuación, así como la historia de nuestro arte. Esa integralidad es característica evidente de la formación actoral de ambas naciones. Las diferencias más evidentes para mí, a fines de los 80, fueron dos. En primer lugar, el hecho de que hay una tradición muy fuerte de comedia musical, de cine y de televisión de calidad en Gran Bretaña que significa que la formación actoral incluye preparación específica para eso y que yo no recibí aquí en mi época, porque aquí no era culturalmente habitual. En segundo lugar, la preparación para hacer una prueba, audition o casting para una obra, un film o un comercial. Al egresar de una escuela de actuación en el hemisferio Norte, el actor joven lleva preparados varios monólogos, canciones o hasta números de comedia musical con los que podrá mostrar sus talentos para acceder a un papel. El sistema de auditions es la forma de lograr un papel para un desconocido y hasta para los conocidos, a veces. En mi época de estudiante en Uruguay, no recibí ninguno de los dos tipos específicos de formación. Mucho ha cambiado desde los 80, y entiendo que esa diferencia ya no existe en el presente. Pero quizás las diferencias más marcadas se deban al hecho de que comparamos acceso a educación en el arte de la actuación en un país rico del primer mundo con nuestro Uruguay, que es parte de una América Latina campeona en desigualdad histórica, que ha tenido regímenes autoritarios que censuraron nuestro arte y nuestra educación. Podría decir que el presupuesto para una puesta en escena para un examen de egreso en una escuela como LAMDA excede en mucho lo dispuesto y disponible para los rubros técnicos en una escuela en nuestro país. Por eso, todo en su debido contexto. Lo esencial lo recibimos de los docentes específicos de cada época y generación. Para los que tuvimos docentes como Roberto “Berto” Fontana, Nelly Goitiño, Eduardo Schinca y todos los grandes docentes que ellos formaron y que continúan creando en nuestras escuelas y escenarios hoy día —listarlos sería interminable y no haría justicia a todos—, la esencia de nuestro arte nos llega tan clara y contundentemente como la que recibí en Inglaterra.
-Además del teatro, tienes otra actividad que tiene que ver con el ámbito cultural. ¿Te aportó elementos para tu formación como actor?
-Fui docente de inglés durante 20 años y luego ocupé una serie de cargos ejecutivos en editoriales británicas con responsabilidad en varios países de América Latina. Desde 2008 me dedico exclusivamente a escribir libros didácticos para enseñar inglés a niños y adolescentes, y a ser docente formador de docentes con base en Brasil, donde resido desde 2002. Para construir mi patrimonio, abandoné el teatro. Pero me tomó poco tiempo darme cuenta de que no lo abandonaría totalmente. Lo que ocurrió es que comencé a recorrer toda América, de México a la Argentina, dando conferencias para docentes, y mi formación como actor fue decisiva para mi éxito en esa área. Me fue muy bien y se lo debo a mi formación actoral. Paralelamente, comencé a especializarme en lo que en nuestra profesión docente se llama Teacher Presence o Presencia del Docente, que es una destilación de algunos de los principios y capacidades que desarrollamos como actores aplicados al docente en la sala de aula. Me refiero a cosas tales como el uso del espacio, el uso correcto de la voz, la salud postural, la habilidad para contar una historia, narrar de manera convincente, mantener la atención de los alumnos, etc. Curiosamente, una de estas conferencias en Uruguay me puso en contacto con Juan Luis Granato y Mariana Baquet, de The Company Educational Drama, que me invitaron para actuar, después de años, en tres obras de Shakespeare en inglés, en el Teatro Anglo. Fue mi feliz vuelta a un escenario en Uruguay. Recientemente, unas fotos de mi Macduff que subí a redes sociales me rindieron una invitación para escribir un componente de Teatro para un material didáctico para escuelas bilingües del Brasil. Lo interesante de mi experiencia es que todo está interconectado y una habilidad potencia otra y viceversa. Ser actor me hizo ser mejor conferencista, y ser conferencista y docente me ha hecho mejor actor, creo.
-¿Cómo vivís la experiencia de volver a Uruguay cuando te llaman para trabajar en teatro?
-Volver a Uruguay a trabajar en teatro es un sueño hecho realidad, es una felicidad inmensa que no creo haber hecho nada especial para merecer y, por lo tanto, la agradezco todos los días. Me fui de Uruguay porque la empresa para la que trabajaba extinguió mi cargo en la crisis del 2002 y me ofreció otro cargo en Argentina. Un año después asumí la Gerencia de Producto de otra empresa editorial en Brasil. Me fui pensando que sería difícil volver, maldiciendo todo y a todos, porque era feliz en mi país. Pero todo conspiró a mi favor. Construí un patrimonio que me permitió eventualmente dedicarme a escribir y dar conferencias. Hoy en día puedo realizar mi trabajo como escritor en cualquier lado mientras tenga mi computadora y una conexión a internet. Eso hizo posible que comenzara a pasar temporadas en Uruguay haciendo teatro. El año pasado estuve cinco meses aquí haciendo el Rey Claudio en Hamlet (en inglés), dirigido por Juancho Saraví, en el Teatro Anglo, y el Professor Lidenbrock en la versión en inglés de la multipremiada Viaje al centro de la Tierra, dirigida por Damián Barrera, en La Alianza. Otra gran felicidad es reencontrar actores, directores y técnicos de mi generación en escenarios locales, trabajar nuevamente con amigos del corazón, como Susana Anselmi, que me dirigió en el Malvolio de Noche de Reyes, o reencontrar a Luis Vidal, que me dirigió hace décadas en una obra en la que un crítico comparó mi presencia escénica con la de Gerard Depardieu (y conste que yo era un flaquito bien esmirriado). Ni que decir del placer de entrar en teatros donde trabajé hace años, como el Solís, la Sala Verdi o el Circular y respirar nuevamente ese aire embriagador de nuestro arte. Capítulo aparte para los jóvenes artistas que voy conociendo y con los que aprendo y me renuevo. En suma, volver al teatro en Uruguay le ha dado un nuevo significado a esta etapa de mi vida. Estoy pleno.
-¿Qué significó Nelly Goitiño para ti?
-Nelly Goitiño fue mi profesora de Ética del Actor en la EMAD y —ya graduado— me dirigió en cuatro ocasiones, en Kaspar de Peter Handke y El Castillo de F. Kafka, con la Comedia Nacional, en El proceso por la sombra de un burro de F. Durrenmatt, en el Teatro Circular, y por último, en Querido Lobo, un vaudeville surrealista de Roger Vitrac, en el antiguo teatro de la Alianza Francesa. También tuve el honor de que me convocara para trabajar con ella y los queridos Claudia Pérez y Fernando Gallego en un laboratorio teatral en su casa, en el inicio de los 90. A menudo se describe a Nelly como una mujer renacentista, por la multiplicidad de talentos que desarrolló. Nelly fue maestra de escuela rural en su Durazno natal, actriz, docente de gimnasia consciente (alumna de Inx Bayerthal), abogada, directora de teatro, militante de la Federación Uruguaya de Teatros Independientes (FUTI), ocupó la presidencia del Sindicato Uruguayo de Actores (SUA) y cargos públicos como la presidencia del SODRE, entre otras actividades en las que siempre se destacó. Nelly fue mi brújula en el arte y en la vida.
–¿Qué proyectos tenés?
-Este año, en junio, vuelvo a reponer Journey to the Center of the Earth, en la Alianza, y estoy ensayando la obra La mesa, junto a Margarita Musto. Es una obra maravillosa, escrita hace dos años por el joven y premiado dramaturgo inglés Stewart Pringle, sobre dos sesentones que conversan mientras arman y desarman una mesa complicada en un salón comunal donde él es presidente de una comisión de fomento y ella es profesora de Zumba. Estrenamos a fines de abril en la Sala 2 del Anglo y vamos los fines de semana de mayo y junio. El público se sorprenderá con este chisporroteo entre los personajes Marga y Luis, que nos enseñan cómo forjar un vínculo basado en escuchar lo que el otro tiene que decir en un tour de force de humor, confusiones, ternura, el dolor de las pérdidas y algunos pasos de Zumba.