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Historias de gente sola

Libros / 31 enero, 2018 / Rodolfo Santullo

“Peces mudos”, hermosamente editado por Criatura Editora, es el primer conjunto de relatos de la salteña Rosario Lázaro Igoa, un volumen que gana una lectura casi que de novela en su conjunto.

Trece relatos componen “Peces mudos”, el primer compilado de relatos breves –brevísimos en algunas ocasiones- de la escritora Rosario Lázaro Igoa (Salto, 1981). Es su segundo libro luego de la novela “Mayito” (2006) y de participaciones con relatos en distintas antologías tales como “Exposición Múltiple” (2015), “Kafkaville” (2015), “Entintalo” (2012) y “El descontento y la promesa” (2008). Aquí, en este libro de relatos, reúne historias con muchos puntos en común, protagonizadas generalmente por personajes solos, contando historias de personas solas, solas estén en el medio de la nada o acompañadas por multitudes, personas que están siempre solas consigo mismas. Cuentos por momentos desoladores, o dueños de un naturalismo siniestro –que ponen nervioso al lector, sin que sepa muy bien por qué- o capaces de generar una tristeza potente, esa clase de tristeza que se te pega, como la humedad, a los huesos y ahí se queda, fija.
Dos figuras permanecen a lo largo del libro –misteriosamente, al menos para mí, subdividido en dos partes- la familia y los animales. La figura de la familia se repite en varios relatos pero nunca logrando soslayar siquiera la soledad de sus protagonistas (a veces narradores) sino incluso funcionando en ocasiones como anclas que los retienen, inmóviles contra su voluntad. Mejor parados salen los animales –especialmente los perros- quizá no destructores de esa falta de sentido gregario pero sí como mínima compañía, incluso cuando a veces (como en el caso del primero y uno de los mejores cuentos, “Dos perros”) son parte de esa misma sensación de extrañeza que condena a los protagonistas a la solitud.
La prosa de Lázaro Igoa es potente, huele a tierra, a campo, a esos arroyos y pantanos que describe pareciera que con conocimiento de causa (lo que es más que probable, dado que pasó su infancia entre Salto y La Paloma). Una narrativa que recuerda –y recuerda bien- a Quiroga obviamente, pero también a Saer o a algunas obras del chileno Luis Sepúlveda (especialmente a “Un viejo que leía novelas de amor”) e incluso a referentes nacionales actuales –y contemporáneos de la propia autora- como Horacio Cavallo o Martín Bentancor.
Las temáticas en común que corren por debajo de los temas puntuales de cada cuento dan una idea general unida, casi que de novela, que termina por otorgar una sensación de peso a la lectura, una densidad –dicho en el mejor sentido de la palabra- que termina por probar aquello de que a veces el todo es más que la mera suma de las partes. Estos recomendables trece cuentos así lo prueban.

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