Entrevista central a: Alfredo Goldstein
Entrevistas Centrales / 30 agosto, 2024 / Luis Vidal Giorgi
“La Nona es aquello que desde nuestro interior nos oprime o acosa, llámese miedo, angustia, frustración o el nombre que cada espectador desee otorgarle”
Alfredo Goldstein, además de ser un director de prolífica actividad, es docente de literatura y ha ejercido, asimismo, como crítico durante muchos años en diversos medios, lo que le ha posibilitado tener una visión global de la actividad teatral también como espectador, algo que no es común entre los directores, por lo que conversar sobre cada una de sus nuevas obras amerita profundizar sobre géneros y autores teatrales. Por otro lado, en este caso de La Nona, ya ha dirigido otros títulos de Roberto Cossa, por lo que conoce bien su evolución como dramaturgo y los componentes de esta obra ya clásica.
–La Nona es una obra emblemática del fundamental autor en la historia de la dramaturgia argentina Roberto Cossa (1934-2024), quien falleció en junio. Como crítico y espectador, has presenciado varias de sus piezas, tanto en Montevideo como en Buenos Aires. ¿Cuáles serían algunas de las características de sus obras que reflejaron de manera singular la afín idiosincrasia argentina en una época y que lo han hecho un autor relevante?
-Se puede decir que Cossa es el autor argentino que más ha experimentado en los más diversos estilos de dramaturgia. Formó parte de la Generación del 60, que dio nombres como Ricardo Halac o Carlos Somigliana. La fecha clave del nuevo teatro porteño es 1949, cuando Carlos Gorostiza estrenó El puente, pero en los 60, la primera obra de Tito Cossa, Nuestro fin de semana, fue un hito que devolvía de manera clara un nuevo naturalismo, a partir del reflejo de personajes de vidas frustradas y que, sin duda, respondían a una realidad histórica marcada por vaivenes permanentes. En esa obra, debutó Federico Luppi… Pero luego de seguir buceando en el naturalismo, Cossa empezó a virar hacia otras formas teatrales, desde la experiencia colectiva de El avión negro, en 1970, hasta desembarcar en La Nona, en 1977. Con ella, se instala de manera notoria el nuevo grotesco, ese que había nacido en Italia y que había llegado a América envuelto en la vida de los inmigrantes que soñaban con un universo que raramente encontraron. Armando Discépolo lo retrató como nadie. Y Cossa, como en Uruguay lo hicieron también Langsner o Maggi, construyó en La Nona no solo una trama divertida e identificable, sino que permitió que la obra fuera ahondando sus significados y ennegreciéndose a medida que transcurría. Más adelante, ese grotesco fue continuado por Tito en No hay que llorar, hasta rumbear al drama poético con El viejo criado o Ya nadie recuerda a Frederic Chopin, o al neosainete en Los compadritos. Pero no conforme con esos experimentos, supo meterse en el cabaret con Angelito, un drama en verso y que marcaba la desilusión ante la caída del socialismo, asunto que lo preocupó también en El saludador, a través de un protagonista que recorría el mundo defendiendo ideales ajenos, mientras su casa y su familia se iban derrumbando. Y siguió probando hasta poco antes de su fallecimiento, cuando con su hijo Mariano se aventuró nada menos que con la ciencia ficción en Solo queda rezar. Todo un periplo dramatúrgico que, por cierto, no se nutría de finales felices, algo que parecía ir contra su visión del mundo, en líneas generales.
Tuve la suerte de poner en escena tres obras de Tito, además de La Nona: Nuestro fin de semana, naturalista; Años difíciles, un particular grotesco; y El saludador, esa crónica del desencanto que tenía también sus pinceladas tragicómicas.
-La primera vez que se estrenó La Nona en nuestro país fue por la Comedia Nacional, con Alberto Candeau en el papel protagónico; fue en 1982, en un contexto histórico de dictaduras militares y proyectos revolucionarios, en aquel momento podía quizás leerse la obra como un mundo viejo que se resiste a morir y devora al nuevo. Sin embargo, también fuera de ese contexto, es la obra argentina contemporánea más representada en todo el mundo. Como director, ¿cuáles son las virtudes y las lecturas actuales de La Nona que señalarías?
-La primera escritura de La Nona fue para la televisión, y constaba solamente de lo que hoy es el primer acto. Una suerte de final feliz, o relativamente feliz. Ante varias insistencias, Cossa la reescribió y agregó ese segundo acto que tiene huellas inevitables de los personajes discepolianos. Creo que, a casi cincuenta años de aquellos primeros grotescos rioplatenses, sus personajes son los descendientes de esos inmigrantes que se desalentaron con lo que no lograron y que hicieron lo que pudieron: abrieron almacenes, quioscos, puestos de feria. Cierto que algunos hicieron su pequeña fortuna, pero no fue la tónica general. En ese entorno, nace la familia de La Nona, que desde el comienzo está siendo devorada por una anciana de cien años que no se sacia de comer literal y metafóricamente. Como decía Dante al principio de su Comedia, con respecto a la loba: después de comer tiene más hambre que antes. Frente a esa situación que se va haciendo límite, todos empiezan a buscar salidas, unas más alocadas que otras, jugando con el absurdo o permitiendo que la crueldad avance sin remedio. Todos quieren salvarse. ¿Pero cómo? ¿A costa de qué? Una escritura que en el primer acto se nutre de costumbrismo y un humor muy directo, y que en el segundo va acumulando situaciones que tienen la cara típica bifronte del grotesco: la risa y el llanto que nunca excluyen el entretenimiento y la reflexión. ¿Quién es la Nona? ¿Quién es esta anciana primero casi querible y después inquietante y rapaz, encarnada por un actor a pedido expreso?¿Cuántos significados le han dado la prensa, los investigadores, el público en estos más de cuarenta años desde su estreno? Seguramente va más allá de su circunstancia histórica, que el propio Cossa no previó en forma consciente, porque la dictadura de la época la potenció, pero no le sacó la apertura de interpretaciones que la siguen haciendo una obra imprescindible para todos. Seguramente, como pensó el mismo autor, es aquello que desde nuestro interior nos oprime o acosa, llámese miedo, angustia, frustración o el nombre que cada espectador desee otorgarle.
-¿Considerás que lo tragicómico, con un humor negro cercano al grotesco como en este caso, es un género que reaparece en distintas facetas y nos conmueve siempre, porque expresa nuestra identidad rioplatense?
-Como señalé antes, el grotesco tiene su origen en Italia. Y no me refiero a lo grotesco, que es un rasgo de la literatura que trasciende lo dramático y que se encuentra en tantas obras de todos los tiempos, como Don Quijote de la Mancha o La vida del Buscón, por nombrar solo algunas, y que responde a la realidad exacerbada, muchas veces para reflejar lo que no podríamos llegar a creer o para mostrarnos que los límites son difíciles de demarcar. El grotesco teatral, que tiene en Pirandello su expresión suprema, llegó al Río de la Plata después del auge y la decadencia del sainete, para instalar la desilusión y para exhibir una vitrina de una realidad a veces sórdida, en la cual la esperanza se ha esfumado para tener que sobrevivir en los despojos. Lo rioplatense y el grotesco se llevan muy bien, porque tenemos esas huellas italianas —sobre todo las del Sur— , ese costado operístico y melodramático que se espeja en la música también y que ha transformado el humor negro —el humor de la desgracia, el humor asociado a la muerte— en un sello indeleble, que puede asociarse a este caos de una sociedad que no termina de sorprenderse con lo que le pasa. Más aún en Argentina —y en especial en Buenos Aires—, hay figuras que solo podrían existir allí. Y hay situaciones que no precisan de un realismo mágico para ubicarse en el limbo de la inverosimilitud. Es verdad: el grotesco nos mueve y nos conmueve, porque lo bifronte forma parte de la existencia cotidiana, aunque insistamos ferozmente en tratar de ser felices y borrar las nubes tenebrosas.
-¿Qué es lo que más te divierte de la obra?
-A todo el equipo le divierte la manera en que Tito cuenta su historia, buscando una inmediata identificación con esos personajes tan simples, tan llenos de sueños y de frustraciones. Una familia con un dueño de casa que defiende como puede su puesto de la feria, una esposa que es un cable a tierra permanente y que se mueve al ritmo de la zozobra colectiva, una vieja tía crédula y devota que ya no tiene nada que perder, un supuesto compositor de tangos que nunca escribió ninguno y que se desvive por no trabajar —una suerte del Eduardo de En familia, de Sánchez—, una joven que trabaja en lugares supuestamente misteriosos, que se va degradando tanto como el resto de sus integrantes. Un quiosquero dominado por la ambición, único personaje que no es de la familia y que, sin embargo, será un recurso buscado para solucionar la avidez de la protagonista. Y finalmente, esa Nona, que habla poco, hace mucho, requiere todo y va engullendo lo que puede y a quien puede. Y Cossa todo lo hace con diálogos impagables, un manejo preciso de las situaciones y los cierres, en un dibujo divertido y a la vez compasivo de esas criaturas a merced de esa fuerza arrolladora que, como un tanque de guerra, no perdona a nadie. La obra mantiene su humor, a pesar de los tiempos, porque no se regodea en lo literario y se nutre de la acción por encima de todo. Y todos nosotros tenemos algo de uno de estos sufrientes que quiere zafar de lo que lo agobia. Nuestro deseo: que el público se inyecte también con esa diversión, cruel, pero diversión al fin.
-En la puesta en escena, ¿cuáles son los aspectos que has definido para la representación y la actuación?
-Hemos optado por respetar ese tránsito de lo aparentemente naturalista hacia el extremo grotesco, para reforzar la decadencia que, si bien ya está planteada desde un inicio, va afianzándose en el texto. Esa decadencia debe proyectarse en todos los rubros, desde el espacio escénico, hasta el vestuario, la luz o la música y, en particular, en la interpretación del elenco de El Galpón. Confiamos en este hito de la dramaturgia rioplatense, porque sus criaturas están vivas, a casi cincuenta años de estrenada, con una idiosincrasia que no hemos perdido, con los sueños, los miedos y las desilusiones que seguimos cargando. Todos tenemos nuestra Nona. El asunto es que nos dejemos devorar o podamos liberarnos de ella. Y además, es la primera vez que los galponeros enfrentan un texto de Cossa, dato nada desdeñable y que ojalá nos vuelva a mostrar un espejo necesario, que nos refleje nuestra propia cara, borgianamente hablando. En estos 75 años de la Institución, la necesidad de cumplir una vez más con la difusión de esa realidad tan cercana como dolorosa.