Atr (a todo ritmo)
Libros / 30 mayo, 2019 / Rodolfo Santullo
Diego Recoba sorprende con Locas Pasiones —su primera novela— una delirante sucesión de aventuras, cargada de referencias pop y ochentosas, que divierte y entretiene.
Para poder ilustrar cabalmente el tono y ambientación del debut en novela de Diego Recoba (Montevideo, 1981, poeta y cuentista así como responsable, junto al fotógrafo Agustín Fernández, del libro de crónicas Hasta Borinquen. Medio siglo de la decana), Locas Pasiones, me resulta apropiado transcribir un fragmento de su primer capítulo, disculpen ustedes por la extensión: “Caí en Uruguay contratada por unos coleccionistas privados de la ciudad de Malmédy, quienes habían tenido noticias de la posibilidad de que Montevideo fuera el lugar donde estaría un manuscrito desconocido de Ponsón du Terrail. Básicamente la cuestión era así, por 1857 el escritor francés recibió una carta de un adolescente español, le pedía una novela para publicar en entregas, en una revista literaria que sacaban él y otros compañeros de estudio. Ponsón, motivado con la idea de entrar en el mercado español, la escribió en dos días sin dormir; pero a causa de que ninguno de los diarios de París donde publicaba le pagaba bien, le pidió a un amigo escritor, Eugene Sue, que estaba por ir por España, que se la llevara al pibe, un canario de nombre Benito Pérez Galdós. La suerte no acompañó la diligencia, ya que el viejo Sue estiró la pata en la ciudad española de Huesca y su equipaje quedó perdido en un hotelucho de cuarta. Recién en la década del ochenta del siglo siguiente, Rubén Sosa, quien además de ser un endiablado puntero ambidiestro del fútbol uruguayo era un experto en la obra de Pérez Galdós, aprovechando su venta al fútbol europeo, más precisamente al Zaragoza, decide trasladarse a Huesca para entcontrar la valija perdida de Sue, donde estaría el manuscrito de Ponsón du Terrail dedicado al escritor español (este dato lo había extraído de un minucioso analísis de la correspondencia de Pérez Galdós que pudo realizar con tranquilidad luego de su recordada lesión de meniscos en 1985). Ahí la historia se bifurca, hay versiones que dicen que Sosa encontró esa valija con todo su contenido original y la llevó a su mansión en la ciudad de Montevideo; otros estudiosos afirman que en Huesca lo trataron de loco y lo mandaron a la puta que lo parió”.
Si no queda claro con esta muestra, no quedará claro con nada: la novela de Diego Recoba es un salto al vacío, una completa declaración de principios, donde todo —de todo— puede pasar y nos toca a nosotros los lectores sentarnos en el asiento del acompañante y dejarnos llevar. La narradora de ese fragmento es también la narradora de la novela toda, y no adelanto demasiado si admito que el asunto del manuscrito no ocupará gran importancia en la novela (aunque tampoco será olvidado) a medida que cruce su destino con el de un vendedor de juegos de Family Game en la feria de los techitos verdes y terminen enfrentando a una conspiración de alcance universal.
Lo impredecible es el arma de Recoba, quien va saltando de una inspiración a otra: el fútbol, la Street Fighter, las películas de acción de Jean-Claude Van Damme y los thrillers de intriga internacional, todo pasado por el tamiz del humor más absurdo y el uso de un lenguaje cargado de lunfardo rioplatense en boca de improbables personajes (a la misma usanza de Alberto Laiseca en La hija de Keops, que bien puede haber sido faro para el autor), lo que da resultados hilarantes y un cúmulo de situaciones tan ridículas como vertiginosas.
Esta montaña rusa de peripecias —a riesgo quizá de incluir demasiadas, pero sorprendiendo siempre— logra mantener siempre en vilo al lector y le permite a Recoba recorrer sus propias obesiones: la música de los 80, los videojuegos, las películas malas (en el buen sentido de la palabra) de acción y aventuras y el combo bizarro de todo lo anterior. Incluso se permite un anexo, luego del cierre, que homenajea directamente a la novela negra (y que hasta podría ser publicado independientemente como relato autónomo). Le permite divertir y divertirse, con una narración directa, carente (¡por suerte!) de altas aspiraciones, que llega bien dispuesta a invitarte a salir a la pista a bailar con ella.
A todo ritmo.