No es un literato de primera línea, pero probablemente sea uno de los mejores escritores de best sellers comerciales, con ocasionales incursiones en la literatura “en serio”. El estreno de la segunda parte de Eso, adaptación de una de las más ambiciosas novelas de Stephen King, suscita inevitablemente algunas reflexiones.
Hace algunos años, en una entrevista periodística que generó ciertas controversias, Roberto Appratto opinó acerca de lo que era un best seller (un libro donde el escritor pone lo que el lector quiere encontrar, no necesariamente lo que le importa realmente), y señaló como ejemplos típicos de fabricantes de best sellers a Eduardo Galeano y a Stephen King. Con la diferencia, agregó, de que de vez en cuando uno de ellos es capaz de escribir literatura, y el otro rara vez lo hacía. Obviamente, quien puede ser (no siempre lo es) un literato es Stephen King.
Es cierto que el mejor King, en términos literarios, suele estar en sus cuentos y en algunas novelas cortas, y que hay más hojarasca en sus novelas largas, que serían mejores si fueran, justamente, más cortas. It o Eso (como ha sido traducida correctamente para el cine) es uno de sus libros más largos (aunque no tanto como Apocalipsis), y por eso es también un muestrario de lo bueno, lo malo y lo feo que puede ser King: cariño y buena psicología para sus personaje infantiles y adolescentes, larguezas, algunos giros melodramáticos o terroríficos baratos y, como casi siempre en King, un final atropellado que no está a la altura de las expectativas creadas en las ochocientas o novecientas páginas previas.
Cualquier adaptación cinematográfica y televisiva que quiera lidiar con Eso enfrenta algunas dificultades. Tanto la versión cinematográfica como la televisiva, que se rodó hace algunos años, simplificaban inevitablemente un relato extenso, que se centra en dos períodos (la niñez y la adultez) de sus protagonistas, pero que más ampliamente abarca varios cientos de años en la vida del pueblo en el que transcurre la acción. La historia central se divide en dos bloque separados por treinta años: la primera búsqueda, emprendida por los protagonistas-niños, del monstruo del título; la reunión de los sobrevivientes de esa aventura inicial, tres décadas después, cuando la sobrenatural amenaza reaparece.
La versión televisiva original respetaba más el procedimiento literario de King de avanzar y retroceder en el tiempo, entrelazando sus dos líneas anecdóticas fundamentales. La opción cinematográfica, dirigida por Andy Muschietti, y dividida en dos capítulos (el segundo de los cuales se ha estrenado ahora), es de alguna manera más lineal: la primera parte se ocupó de la aventura infantil, esta segunda avanza treinta años y atiende el final de la aventura. Considerando la frondosidad y la amplitud de líneas secundarias del libro, esa síntesis y ese mayor respeto por la cronología son probablemente una decisión acertada.
El resultado puede decepcionar ligeramente a quienes apreciaron la primera parte (ocurría lo mismo en la versión televisiva), y una parte de la culpa corresponde casi inequívocamente a Stephen King: lo peor que tiene su libro de casi mil páginas son las últimas cincuenta, que abaratan un mecanismo de tensión más que aceptablemente construido durante las novecientas cincuenta anteriores. Es típico de King: lo más flojo de King suelen ser sus finales, y eso se nota más en sus libros largos.
Los aficionados al terror y especialmente al tío Steve van a tener de todos modos bastante para morder en esta segunda y final entrega de la saga. Cuenta con un buen elenco, donde el esmero ha llegado a encontrar, por lo general, a actores (Jessica Chastain, James McAvoy, Isaiah Mustafa, Jay Ryan, James Ransone) lo más parecidos posible a los niños que encarnaron a los protagonistas en la película anterior, y el acierto añadido de repetir a Bill Skarsgard como el sobrenatural villano Pennywise, quien luce adecuadamente inquietante. ¿Defectos? Sin duda. Es demasiado larga; los flashbacks que se ocupan del pasado de los personajes distraen un poco; el desenlace, aunque competentemente filmado (y hasta impregnado de cierta dimensión épica) deja un poco de sabor a poco. Pero también hay suspenso, varios sustos bien manejados, y hasta algún personaje memorable: no sería injusto afirmar que el Pennywise de Skarsgard le gana al de Tim Curry, que ciertamente era lo mejor que tenía la versión anterior. Por supuesto, es una película del Hollywood de hoy, que es otra manera de decir que hay más efectos digitales de los necesarios, pero esa es una molestia a la que aparentemente no tenemos más remedio que acostumbrarnos.
Nadie espere la mejor película del mundo, pero sí una más que decente adaptación de Stephen King, lo cual no es poco si pensamos que se trata de un escritor con el que un Stanley Kubrick pudo cometer su mayor metedura de pata, ese lujoso fracaso llamado El resplandor. Naturalmente, Eso cuenta con la ventaja de no tener a Jack Nicholson.