Ediciones de la Banda Oriental

La suerte es como el viento

Libros / 31 enero, 2019 /

Prólogo

Alejandro Ferrari

En agosto de 1956, un inquieto estudiante de Masatepe, Nicaragua, envió al diario managüense La Prensa un relato que consistía en una versión de la leyenda nativa de “La Carreta-Nagua”.

No sospechaba el adolescente de catorce años que su cuento iba a ser publicado -con una ilustración- pocas semanas después en el suplemento literario dominical de aquel periódico de alcance nacional, y menos podía imaginar que esto sería el punto de partida de una extensa carrera literaria que iba a ser reconocida con el galardón del Premio Cervantes sesenta años después.

Sergio Ramírez, su autor, se inició, pues, escribiendo cuentos. Su producción de narrativa breve comienza con su primer libro Cuentos (1963) e incluye Nuevos cuentos (1969), De Tropeles y Tropelías (1971), Charles Atlas también muere (1976), Clave de Sol (1992), Catalina y Catalina (2001), El Reino Animal (2007) y Flores oscuras (2013).

La presente antología presenta una serie que abarca la totalidad del arco de creación cuentística ininterrumpida de Sergio Ramírez de casi sesenta años.

El mismo autor reflexiona sobre su condición de cuentista: “Comencé a escribir cuentos, sin pensar que alguna vez iba a ser novelista. En aquel tiempo el oficio de cuentista tenía mucho prestigio, en las librerías había libros de cuentos y se podían publicar”.

Y continúa: “Entonces yo quería ser cuentista y me entrené para escribir cuentos leyendo, por tanto, cuentistas. Y empecé por Antón Chéjov, O’Henry y fue fundamental para mí Horacio Quiroga, Edgard Allan Poe, Ambrose Bierce, Guy de Maupassant. Después entré, un poco más tarde, a leer a Juan Rulfo, a Cortázar y a Borges”

Este entrenamiento iba precedido por una búsqueda simple, la de conocer y dominar la técnica del cuento, su estructura, sus atmósferas, sus efectos. El mismo autor lo expresa con esta sugerente imagen: “Quería aprender cuál era el mecanismo del juguete, y eso solo se logra desarmando el juguete y volviéndolo a armar”.

Sergio Ramírez, sin embargo, es más que un logrado cuentista. Podemos apreciarlo como escritor y pensador descollante en su obra total de polígrafo. Junto al cuento está la novela, el ensayo, el periodismo y hasta la escritura breve del blog.

En Balcanes y volcanes (1973), un ensayo juvenil culminado en su etapa de becario en Berlín, Ramírez nos regala una mirada profunda y documentada del proceso cultural contemporáneo de Centroamérica.

Centroamérica es, para él, un ideal cultural; es en su expresión cultural y literaria donde se reconocen los países, más que en sus vínculos geográficos o históricos.

De este período proviene una reconocida antología del cuento centroamericano, realizada por Ramírez y publicada en Costa Rica, que fue base del Panorama del Cuento Centroamericano editado parcialmente en la colección Lectores de Banda Oriental en 1979.

Esta preocupación por entender cabalmente qué es Centroamérica y por su mejor reconocimiento desde fuera, llevó a Ramírez a crear en 2012 el festival literario Centroamérica cuenta, lugar de encuentro de escritores centroamericanos con sus pares latinoamericanos y de otras lenguas, para “hacer que la literatura centroamericana salga de sus fronteras y deje de tener a las fronteras por cárcel”. En este festival, también, se privilegia el género del cuento mediante el “Premio Centroamericano Carátula de Cuento Breve”.

Nuestro autor ha tenido una visibilidad aún mayor por su participación activa y destacada en la revolución sandinista, primeramente en la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional que sustituyó en 1979 al dictador Anastasio Somoza y luego como vicepresidente electo de Nicaragua en las elecciones de 1984 hasta que el Frente Sandinista de Liberación Nacional perdiera las elecciones en 1990.

La presencia de un escritor en este movimiento no fue casual ni aislada. La literatura tuvo un lugar destacado en la revolución sandinista, con figuras claves como el poeta Ernesto Cardenal, la poetisa y novelista Gioconda Belli y la del propio Sergio Ramírez, quienes anduvieron “a dos caballos entre la política y la literatura”.

Este compromiso del escritor con la realidad, lejos de la manipulación y el panfleto, tiene que ver con la percepción de “la literatura como parte integral de la vida y del mundo” y con que “la realidad siempre está golpeando la puerta y a veces de ser un simple trasfondo, o un mero escenario, se termina convirtiendo en personaje y se termina metiendo dentro”[5] de la creación artística.

Más allá de la formación autodidacta para la escritura -mediante la lectura sistemática de cuentistas- Ramírez hurgó intelectual y vivencialmente en la propia tradición nicaragüense, a la sombra de Augusto César Sandino y, fundamentalmente, de Rubén Darío, en quien encuentra un modo de pensar Nicaragua y Centroamérica y una manera de situarse como escritor.

En su celebrado discurso al recibir el Premio Cervantes 2017 le dedicó su atención a “la formidable sombra tutelar de Rubén Darío, quien creó nuestra identidad, no sólo en sentido literario, sino como país”.

A través de la temática variada y de los diversos recursos empleados por Sergio en sus cuentos, va apareciendo en ellos la realidad nicaragüense y centroamericana: las problemáticas fundamentales de la vida individual y social durante la larga dictadura de Somoza (1936–1979) que el sandinismo buscó subvertir, algunas de sus ciudades, la omnipresencia de los Estados Unidos, diversas facetas de la vida cotidiana, la irrupción de la revolución sandinista, los nuevos paradigmas de relacionamiento que postulaba ese movimiento militar y humanista.

Este largo período de creación nos deja apreciar el camino transitado que lo unge como un escritor revolucionario y consagrado; entonces va apareciendo el propio Sergio Ramírez, sus antepasados, sus lejanas épocas de estudiante de derecho en la Universidad de León, sus actuales periplos europeos junto a su esposa Tulita.

El tono de la evocación, en varios lugares, nos mete de lleno en un mundo que ya no existe sino en las letras, en sus letras, pero que lo podemos sentir, gustar, tocar, oler, oír además de imaginar.

La cuentística de Sergio Ramírez -aun en proceso- no ha envejecido. Lo notamos, por ejemplo, al releer “El estudiante”, cuento que escribió a los 17 años y que inaugura esta selección. Su vitalidad va de la mano de la capacidad “de ofrecer en un párrafo una descripción de la realidad y provocar en el lector el sentimiento que sea, de adhesión, de conmiseración, de piedad, de rechazo, por el efecto mismo de la exposición de la trama a través de las palabras”.

De ese país, el real y el soñado, el “país de vientre pequeño, pero tan pródigo”, vienen estas historias que respiran vida, puesto que “donde bulle la vida está la literatura”.

También Ramírez, como tantos escritores, ha desarrollado en varios lugares sus trucs y preceptos para quien se aventura en el mundo de la escritura.

Algunos de esos mandatos los recopiló en “Decálogo del escritor joven”, que es también un manual para lectores. Una de sus principales máximas, tomada por Ramírez del cineasta Billy Wilder, reza así: “No aburrirás”.

Ese es el augurio que preside la lectura de estos cuentos.

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