THE MATRIX
Estados Unidos, 1999
Dirección: Lilly y Lana (antes Andy y Larry) Wachowski
Guión: Lilly Wachowski, Lana Wachowski. Fotografía: Bill Pope. Música: Don Davis. Producción: Joel Slver, para Warner Bros., Village Roadshow, Groucho Film Partnership, Silver Pictures, 3 Arts Entertainment. Elenco: Keanu Reeves, Laurence Fishburne, Carrie-Anne Moss, Joe Pantoliano, Hugo Weaving, Marcus Chong, Gloria Foster, Matt Doran, Belinda McClory, Julian Arahanga, Anthony Ray Parker, Paul Goddard, Robert Taylor, Marc Aden Gray.
Duración: 131 minutos
Es probable que los entonces hermanos (actualmente hermanas) Wachowski no tuvieran clara idea de lo que estaban desencadenando cuando rodaron la primera y mejor Matrix hace 25 años. Tomada individualmente, se trataba de una buena película de ciencia ficción en la que el programador Thomas Anderson (Keanu Reeves) comenzaba a sospechar que el mundo real no era lo que aparecía a primera vista, emprendía una arriesgada búsqueda y llegaba a un descubrimiento sorprendente. Ese trámite aparecía servido con visibles destrezas de cámara, edición y efectos especiales, escenas de acción espléndidamente coreografiadas, y el ocasional defecto de un diálogo con más technobabble y mumbo jumbo del recomendable, que en todo caso afectaba un poco el tercio final.
Matrix era una película que nunca debió tener secuelas, porque sus ideas fundamentales estaban ya claras en esa primera entrega y no tenía realmente aire para una trilogía (penosamente convertida en tetralogía con Matrix resurrecciones, y que ya amenaza con una quinta entrega). Cuando una saga cinematográfica se convierte en objeto de culto se corren varios riesgos, empezando por escapar de los límites de un debate racional para transformar la adhesión o rechazo en un acto de fe. Es lo que ha ocurrido con las Matrix posteriores, que han insistido con los golpes de karate, los discursos filosóficos sobre realidad e ilusión, determinismo y libertad a cargo de personales-editorialistas (Morfeo, la chica de la estación) que se encargan de dar explicaciones para que se entienda algo, y llenar el ojo con una tecnología superior. Arriesgando ser incinerado en una plaza pública, el autor de estas líneas se pregunta si todo eso, incluyendo las referencias a la Alegoría de la caverna de Platón, Alicia en el país de las maravillas de Carroll, la proclamada inspiración en el pensamiento de Baudrillard o la invocación a un Mesías que se llama Neo pero que en algún momento se ubica en Sion (el clásico nombre de Jerusalén) dicen realmente algo sobre el mundo en que vivimos o en el que creemos vivir.
Naturalmente, en el centro de Matrix hay una idea sugestiva: la de que el mundo que vemos es una ilusión, y de que somos manipulados para no escapar de ella. Y hay por lo menos un motivo por el cual no es posible desembarazarse rápidamente de la creación wachowskiana: la multiplicidad de sentidos que ha podido engendrar entre los integrantes del culto. Lana Wachowski ha dicho por ahí que su película era una alegoría transgénero, pero otra gente ha querido ver otras cosas: para las comunidades incel es un alegato contra las pretensiones de liberación femenina, para los populismos de derecha un llamado a la libertad (“tome la píldora roja”), para casi todo antisistema una muestra de cómo la globalización nos manipula, y ojo con la tecnología. A estas alturas, la saga Matrix (insistamos, iniciada por una buena película) es una suerte de test de Rorschach donde cada quien ve lo que quiere, y acaso se revela a sí mismo a través de ello. En ese aspecto es también un signo de los tiempos.