Entrevista central: Vachi Gutiérrez: “Creo que la obra tiene pasajes en los que muchos uruguayos pueden verse identificados e incluso rozar nostalgias”

Entrevistas Centrales / 31 octubre, 2024 / Luis Vidal Giorgi

Vachi Gutiérrez es una joven dramaturga y directora, que, entre otros reconocimientos, ha obtenido el Primer Premio en el concurso de dramaturgia de la COFONTE (Comisión del Fondo Nacional de Teatro). En esta ocasión estrena una pieza escrita en colaboración con el dramaturgo argentino Andrés Gallina, la cual parte de la obra creativa del dibujante Gervasio Troche, conformando un original espectáculo multidisciplinario en la Sala Uno del Teatro Circular.

El espectáculo parte de la creación artística del dibujante Gervasio Troche. ¿Cómo surgió esta idea multidisciplinaria para la escena y cuáles son los elementos originales de la obra de Troche que destacarías y que te motivaron?

-Cuando mi hija era niña, dibujaba de manera profesional, yo creía que ella tenía un contrato secreto con Pixar o algo así, porque le daba ocho horas por día a la cosa, así que me interesé por todos los materiales que pudiese aportarle al respecto, y me gustaba acercarle referencias uruguayas, entonces en esa búsqueda descubrí en Troche: un dibujante que podíamos compartir, tirarnos a leer sus libros juntas, aunque eran libros sin palabras, eran libros de dibujos que se leen. Historias dibujadas sin textos. Eso siempre me hizo pensar que sus dibujos son escénicos, pequeñas historias sencillas donde pasan cosas que se dicen de otras maneras y no con palabras. Otro lenguaje. La simpleza, la sutileza y la sensibilidad que encuentro en su trabajo me interesaban, los temas que aparecen y la estética que maneja me atraían, me llevaban al teatro, a la caja negra. Tiene muchos dibujos que se sitúan en el cosmos, por ejemplo. En conclusión, encontraba que sus dibujos eran, sin buscarlo, teatrales, dimensiones que conviven, personajes y espacios donde suceden situaciones que a mí me resultaban conmovedoras. Y sobre todo siempre me transmitieron una gran calma. El año pasado cuando el Teatro Circular me invita a llevar una propuesta para dirigir, yo no llevaba nada planificado a esa reunión, entonces cuando salí me senté un rato en la sala principal y empecé a imaginar que tal vez era una buena oportunidad para experimentar con el trabajo de Troche ensamblado al escenario. La Sala Uno al ser circular me daba algo de universo, del cosmos, de ese silencio envolvente casi de planetario, así que se me prendió la lamparita. O sea, la propuesta nace del espacio. De la sala. Ese fue el disparador.

En la dramaturgia compartiste la escritura con el argentino Andrés Galina, quien, además de su actividad artística, tiene una formación académica en Historia del Arte. ¿Cómo aunaron las metodologías de la escritura del espectáculo?

-Esto fue un golazo. Yo nunca había escrito a cuatro manos. Siempre me he sentido muy sola en la actividad de la escritura, como es natural, se necesita mucho silencio, mucha concentración, y yo lo sufro bastante, en comparación a lo colectivo. Entonces, esta vez, yo quería invitar a Andy, que es un gran amigo, y a nivel dramatúrgico ya casi un familiar, porque me genera mucha confianza , todo lo que escribo se lo muestro en general primero a él, porque es de esas personas que, además de escribir muy bien y saber los kilos sobre el tema, acompaña muy bien los procesos ajenos, es editor, y lo hace con un amor y un respeto como nadie. Al principio pensé en él para que escribiera la obra directamente, porque él tiene un perfil más poético que yo, se le da muy bien ese mundo, cuando yo soy más de las tramas, los diálogos y la acción; entonces, me parecía que era un dramaturgo ideal para el lenguaje que necesitaba el espectáculo. Pero él me propuso un juego, escribirla ambos, a cuatro manos, mezclando nuestros estilos, buscándole el tono a la obra entre los dos, él me mandaba una escena, yo la leía y le editaba lo que me pareciera, y yo escribía la siguiente y se la enviaba, y él hacía lo mismo, y así sucesivamente hasta que un día dijimos: “Creo que la tenemos”. Fue muy gozoso. No se sentía como un peso tener que escribir las escenas, se sentía como un intercambio lúdico, tomó otra liviandad la dinámica, y se descontracturó. Pude disfrutarlo, no como siempre, que recién disfruto cuando pongo la palabra Fin o Apagón… Previo a esto nos tomamos una semana de residencia acá en Uruguay, él es argentino y vive en Buenos Aires, le presenté al equipo de diseño escénico y nos juntamos mucho a charlar con Troche y conocerlo más a fondo, para ver por dónde encarábamos el asunto. Recabamos mucha información y luego estuvimos meses desenmarañando el ovillo e hilvanando luego el desarrollo. Así que el proceso de escritura tuvo, como quien dice, tres partes. Los encuentros con Troche; los intercambios virtuales luego con Andy; y, finalmente, yo tendría la libertad para probar lo que funcionara o no escénicamente en los ensayos. Recién ahí se terminó de editar.

Se define como un espectáculo multidisciplinario. ¿Cómo confluyen las distintas disciplinas y cómo se ha ido dando ese proceso colectivo?

-Una vez aceptada la propuesta por parte del Circular, empecé a pensar cómo hacer dialogar actores, luces, cuerpos, textos y música, con el trabajo de este dibujante. Fue una búsqueda, desde el comienzo, y aún hasta los últimos días seguimos buscando. Nos fuimos con Lucía Tayler, que es la diseñadora de luces y escenógrafa, a pasar unos días afuera, a la casa de Troche, y también convivimos una semana de investigación en la sala polifuncional del INAE. Hay mucha luz, oscuridad, búsqueda y música como tema en los dibujos de Troche, y esto último es un elemento que a mí me gusta integrar en los espectáculos, porque siento que me divierte mucho más el desafío de lograr el sonido desde adentro, manejar el ritmo desde lo diegético, que es todo lo que los personajes oyen y ocurre en escena, en colectivo, con personas que estén jugando dentro de la escena. Entonces convoqué a Franco Polimeni, con quien venía compartiendo otros proyectos y nos entendíamos muy bien. La novedad en relación a mis experiencias anteriores y a cómo venía trabajando hasta ahora, en este caso, era hacer dialogar todo esto con el mundo del dibujo. Y eso era maravilloso, porque me daba la chance de convocar un equipo de artistas que admiro mucho, para las diferentes áreas, ya que sabía que se podían copar a jugar, con una propuesta que tuviera énfasis en lo plástico. Así que junté a una tribu de groupies de Troche y nos pusimos a imaginar. Y acá estamos, jugando a eso hasta las últimas consecuencias, dentro de las posibilidades técnicas y precarias en las que hacemos teatro independiente. Tal vez si estuviéramos en Berlín el espectáculo podría ser otro y contaríamos con recursos muy distintos. Pero la realidad es esta, y es nuestra. Es una obra bastante libre en cuanto al género, no sabría definirlo, cambia cuadro a cuadro. Me estoy adaptando a esto de los ritmos frenéticos actuales a los que acostumbro, versus la calma y los tiempos de un dibujante tan sensible y silencioso. Y él se está adaptando a nosotros, los teatreros. Una frase que puedo destacar de cada noche de ensayo: “Cómo les gusta el quilombo a ustedes, che”. Vaya experiencia. Yo creí que él vendría una vez a la semana a los ensayos, no quería abrumarlo, pero desde que llegó se quedó a vivir con nosotros, motu proprio, todo el proceso. Por suerte.

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¿Qué otros elementos quisieras señalar que componen el espectáculo y, a tu entender y entusiasmo, lo hacen atractivo para el público contemporáneo? ¿Algún momento o situación que quieras adelantar donde se logra la emoción estética de la propuesta?

-Te uno las dos respuestas: desde mi perspectiva, la obra es un homenaje a las referencias. Y eso es algo universal. Creo que no hay que olvidar de dónde venimos, la historia, quiénes han sido nuestros maestros y las circunstancias de vida que nos han guiado y transformado. En la obra compartimos algunas de Troche y también, de costado, incluyo algunas mías; por ejemplo, la primera vez en mi vida que fui al teatro, era muy chiquita y fue a ver Canciones para no dormir la siesta, en la Sala Uno del Teatro Circular, donde hoy hacemos esto. Eso es algo que me marcó. Tengo la imagen grabada a fuego de esa ida al teatro con mi abuela. A mí lo que más me emociona de la obra es el hecho de que un niño solitario, sin recursos económicos, muy tímido e hijo del exilio, no pueda hablar de tanto mudarse de países y de idiomas, y sin embargo encuentre un lenguaje/refugio en el dibujo, a pesar de no sentirse un virtuoso, y lo haga a pura pasión. En cuanto a lo estético, me conmueve cuando realmente los dos universos, el teatral y el del ser humano de Gervasio, logran encontrarse y se funden escénicamente. Esos detalles son mis favoritos. Y creo que la obra tiene pasajes en los que muchos uruguayos pueden verse identificados e incluso rozar nostalgias. Pero no te quiero spoilear.

 

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