Entrevista a Santiago Sanguinetti

Entrevistas Centrales / 31 marzo, 2025 / Luis Vidal Giorgi

Santiago Sanguinetti: “La obra es hora y media de comedia y espanto. Y en el medio, la conciencia de que hay algo mejor, pero que no logra ni siquiera tener nombre”

Santiago Sanguinetti (1985) desde sus inicios se caracterizó por ser un dramaturgo original, en una búsqueda estética que aúna profundidad conceptual, referencias históricas, vibrante humor absurdo y con una propuesta formal orientada a traspasar fronteras visuales y actorales. Radicado parcialmente en Berlín, ciudad de artistas y multicultural, regresa a dirigir en El Galpón, esta vez con un texto que no es de su autoría, sino de un dramaturgo y cineasta destacado en el panorama europeo, estrenado por primera vez en nuestro país

-Estuviste un tiempo radicado en Berlín. Contanos cómo fue esa experiencia y cómo ha influido en tu formación e intereses actuales.

-Conocí Berlín hace diez años, después de terminar una beca por el Premio Molière en Francia, y me enamoré de la ciudad. Y era diciembre, anochecía a las tres de la tarde y el aire te congelaba. Pero algo me conmovió. Es una ciudad rota y llena de heridas, bohemia, partida a pesar de los treinta y cinco años desde la caída del muro… Y también es una ciudad teatral, donde los espectadores son capaces de ocupar un teatro porque no están de acuerdo con el perfil de un nuevo director, y logran hacer valer una reivindicación estética y política hasta removerlo. Eso fue, de hecho, lo que sucedió en la Volksbühne (antiguo teatro nacional de Berlín Este, y con un perfil de tradición marxista) pocos años después, en 2017, cuando el gobierno decidió sustituir a su director Frank Castorf por Chris Dercon, exdirector de la Tate Gallery de Londres. Recuerdo haber leído artículos de la época que recogían los argumentos en contra de la nueva designación: “En nombre de la internacionalización y la diversidad está en peligro la originalidad de la sala”, decían quienes argumentaban, además, que el nuevo nombramiento se debía “a la orientación turística de Berlín y su necesidad de realizar grandes eventos”. El cambio que quería el gobierno no prosperó. Los espectadores ganaron. El criterio estético fue defendido ideológicamente. El teatro alemán es, entonces, el teatro de los -ismos (escuchar las palabras comunismo, capitalismo, anarquismo es frecuente en sus espectáculos). Es un teatro político, filosófico, pero también hiperexpresivo y hasta kitsch. Y, justamente por esa mezcla, siempre provocador, joven y polémico. Brechtiano en todo caso. A veces puede ser excesivo, pero jamás resulta aburrido. Y dialoga comprometidamente con su contexto económico y social. Y ver esos espectáculos con frecuencia ha sido, más que un aprendizaje, una constatación de que ese es el tipo de teatro que quiero y el que una sociedad se merece. Me instalé en Berlín a principios de 2022 y sigo yendo y viniendo entre Alemania y Uruguay hasta hoy, trabajando en conjunto con la editorial Drei Masken / Theterstückverlag, que publicó algunas de mis obras traducidas al alemán, formando parte de lecturas en el Theater unterm Dach y colaborando con proyectos de dramaturgia internacional como el ATT On Air, del Deutsches Theater. Estar allí me permitió, a su vez, dictar clases en universidades de Francia, o formar parte de proyectos de investigación teatral en Suiza, así como asistir a la publicación y estreno de alguno de mis textos en Italia. Por ese camino espero seguir.

-En tus últimos espectáculos has dirigido tus propias obras. En este caso es un estreno de un autor irlandés contemporáneo. ¿Qué encontraste en este texto que te interesa para su puesta en escena?

-Martin McDonagh es mitad inglés, mitad irlandés. Y aunque nació y vive en Londres, su familia es originaria de Irlanda y él mismo pasó largos períodos de tiempo en Sligo y Galway, condados irlandeses, sobre todo en vacaciones de verano. Eso lo convierte en un autor fronterizo, tanto en geografía como en estilo, habilitado para hablar de ciertos horrores nacionales con la distancia que permite y genera la comedia. Producto de esta mezcla, su teatro es una combinación de comedia absurda y melodrama cruel, de fantasía y documento. Irlanda es, para algunos, premoderna y posmoderna a la vez, ¿no podría decirse lo mismo de nuestro país, con las realidades que separan la vida del campo y la vida de la ciudad, la vida en un barrio y otro, la vida en una clase y otra? Leenane, donde transcurre la anécdota, es un pueblo olvidado, al margen de los acontecimientos y, como dice uno de los personajes, está incluso fuera del radar de los criminales que “se tendrían que desviar un montón para ir hasta ahí”. La obra, con su agresividad explícita y su humor negro, promueve un interesante debate sobre algunos de los temas que más afectan a nuestro país: la retracción del Estado y sus consecuencias, el desmantelamiento del sistema de cuidados, la carga de ese mismo cuidado sobre la espalda de las mujeres, la falta de trabajo para los jóvenes del interior, la emigración como alternativa de futuro, la salud mental de los trabajadores precarizados, la nostalgia del origen, la dependencia económica y también la dependencia afectiva, ambas generando una violencia duplicada, los infiernos grandes en pueblos pequeños. Los personajes de esta obra no son de acá ni son de allá, y, más que melancólicos, están perdidos. Así son los personajes y las historias de este autor, que ha sido representado en todo el mundo y que se ha vuelto más conocido recientemente por su papel de cineasta con películas como In Bruges (Escondidos en Brujas, 2008), Three Billboards Outside Ebbing, Missouri (Tres anuncios en las afueras, 2017) y The Banshees of Inisherin (Los espíritus de la isla, 2022), que lo volvieron una presencia recurrente en festivales internacionales y premios como los Óscar, los Globos de Oro o los BAFTA. Y a pesar de toda esta violencia, de todo ese humor desencantado, de todo ese patetismo cínico, de toda esa falta de futuro que solo se puede enfrentar irónicamente, sus textos están atravesados también por un enorme sentido de humanidad, por una gran conciencia sobre la fragilidad de los sentimientos y de lo peligroso de las esperanzas. Cuando la risa que provoca un texto es una risa de angustia, ese es, generalmente, un buen texto.

-Tus puestas en escena se caracterizan por un ritmo intenso tanto en las situaciones como en las actuaciones, incluso en la manera de decir de los actores. Este texto además parece centrado en un ámbito familiar y más psicológico que los tuyos. ¿Cuáles son las pautas que guían tu puesta en escena?

-Los textos de McDonagh no admiten el grotesco, en el que me he apoyado en puestas anteriores, como por ejemplo en Bakunin Sauna, última colaboración con el Teatro El Galpón en 2019, y en la que también actuaba Myriam Gleijer, una actriz descomunal. Pero eso no significa que su teatro sea realista tampoco. El nuestro ha sido un enfoque psicológico expandido, rítmico y feroz como en trabajos anteriores, pero al mismo tiempo cargado de intensidad y de silencios, para que la historia despierte carcajadas, como sucede en buena parte del teatro de McDonagh, pero que también duela. Y esta palabra no es azarosa: los personajes de esta obra duelen y duelan. Muchos comentan que en las conversaciones de los personajes de McDonagh uno no siempre puede inferir con facilidad si acaban de venir de una fiesta o de un entierro. Y, en el caso de esta obra, suceden ambas. Al mismo tiempo, a fuerza de leerlo, estudiarlo y darlo en clases de dramaturgia, mis propios textos también han recibido su influencia. Entonces, hay ciertas similitudes en el estilo. Obras como The Lieutenant of Inishmore, The Pillowman, Hangmen o A Very Very Very Dark Matter proponen juegos de escritura y vínculos irónicos sobre la historia reciente de Irlanda, Inglaterra y Europa, que me han ayudado a repensar mi escritura. El suyo es un teatro a medio camino entre Quentin Tarantino y Harold Pinter, promoviendo innegables juegos dramáticos, además de ser inmediatos generadores de polémica. Ahora sí, en términos actorales, el encare ha sido diferente a mis trabajos anteriores; y el límite, cuidadoso. Cuento con la ventaja de trabajar con un elenco inteligente que responde con sensibilidad a las modificaciones que van apareciendo ensayo a ensayo: Myriam Gleijer, Soledad Frugone, Sebastián Serantes y Giuliano Rabino. A veces se me escapan los silencios, a veces empujo la comedia y a veces caigo en el melodrama, y ellos corrigen. Naturalmente y con un delicado oficio teatral.

-¿Algunos diálogos o situaciones que reflejen los temas de la obra o los conflictos de los personajes?

-Algunos fragmentos del texto nos han servido como guía a lo largo del proceso de ensayos. Ya en el comienzo, la frase que aparece impresa en un mantel en una de las paredes de la casa: “Ojalá pases media hora en el cielo antes de que el diablo sepa que estás muerto”. Una idea que resume el estilo del autor, cargado de risa y horror, y un patetismo muy humano. El pueblo, Leenane, es otro de los grandes protagonistas. Un lugar del que “siempre hay alguien yéndose”, en el que solamente se puede mirar pasar las vacas y en el que todos se conocen demasiado bien, al punto que “uno no le puede pegar una patada a un ternero sin que algún bobo le guarde rencor veinte años”. Pero, por supuesto, el centro de la obra es esa relación dependiente y enfermiza entre Mag y Maureen, madre e hija: “Ya sé que no te vas a morir nunca, vas a aguantar pila solo para joderme. (Pausa.) ¿Querés un bizcocho?”. La banalidad cruel de una relación hecha pedazos. Y así a lo largo de hora y media de comedia y espanto. Y en el medio, la conciencia de que hay algo mejor, pero que no logra ni siquiera tener nombre: “A veces sueño. Con cualquier cosa. Con cualquier cosa que no sea esto”. Es curioso pensar que McDonagh tenía solo veinticinco años al escribir este texto en 1996. La suya fue una juventud llena de sabiduría, y no exenta de rebeldía. Creo, en todo caso, que es un buen momento para estrenar esta obra hoy en Montevideo. Se trata del primer estreno en nuestro país de uno de los autores más importantes de la dramaturgia contemporánea.

-¿Proyectos futuros?

-Este año voy a estar concentrado en dar clases en Uruguay y afuera, y con algunas residencias de creación que me van a permitir desarrollar algunos textos en los que vengo trabajando hace un tiempo. Y también con algunas funciones nuevas de mi última obra, Zombi manifiesto, que, como su protagonista, se resiste a que la enterremos.