«Carter» de Ted Lewis es el rescate de una notable novela negra, mucho menos conocida que su adaptación cinematográfica protagonizada por Michael Caine.
Cuando se escucha el término «novela negra» muchos tienden a pensar de inmediato en novelas policiales. Y cuando se piensa en novelas policiales, de inmediato vienen a la memoria aquellos argumentos surgidos de la pluma de Agatha Christie o Arthur Conan Doyle, donde notables detectives solucionaban misterios imposibles en exóticos escenarios, mientras se atusaban el bigote o hacían chimenear sus pipas. Pero la novela negra es otra cosa. La novela negra es el análisis social de un contexto, de un lugar, de un espacio específico y como esa misma sociedad se estremece, repulsa, se contorsiona ante esa realidad que muchas veces repercute en marginalidad, pobreza y -por supuesto- crimen. Tan es así que existe un subgénero específico dentro de la novela negra bautizado ‘crook story’ -o historias de criminales- dónde el acento no está puesto ni en detectives privados ni en investigaciones, sino más bien en las ejecuciones de los crímenes o en el día a día de esos marginales y criminales que eran -son- el síntoma de esa enfermedad que es la crisis social.
Acuñado a finales de la década del 20 en EEUU, las crook story tienen un momento de oro en esa época y país cuando se embanderan con la figura del gángster -a quien transforman casi que en un Robin Hood contemporáneo- pero luego prosiguen hasta nuestros días. El maquiavélico Ripley de Patricia Highsmith o el humorístico Dortmunder de Donald Westlake son sólo algunos ejemplos de los distintos personajes que han cultivado este subgénero, siempre con la ejecución de robos, asaltos, fraudes o secuestros como centro de sus relatos.
Pero acá tenemos a Jack Carter. Un sicario de mediana estampa al que su ciudad natal de Manchester le quedó chica y emigró a Londres, donde es matón a sueldo de un par de mafiosos de importancia. Nada parece importarle demasiado a Carter, pero cuando su hermano aparece muerto -un accidente de coche, conduciendo borracho y eso es curioso ya que no bebía- Carter deja todo y vuelve a casa a buscar respuestas. El resultado, entonces, es un curioso híbrido dentro de la novela negra: por un lado, es una crook story tradicional -Carter orquestará varias tramoyas sangrientas bien propias de su condición de criminal- que al mismo tiempo compone un relato clásico de investigación -descubrir qué pasó con su hermano. A medida que Carter avanza y patea nidos de ratas, va despertando preocupaciones -incluso en sus jefes- y provocando más y más enemigos. Pero esto poco y nada le importa a nuestro protagonista, un lacónico pistolero de pocas palabras y menos amabilidades. En una Manchester gris, cuyos cielos se tiñen de rojo por el permanente trabajo de las metalúrgicas, Carter funciona casi como una fuerza primordial, un vengador capaz de las peores cosas pero en aquellos tan malos que sólo las merecen.
Ted Lewis falleció pronto -a la temprana edad de 42 años, en 1982- y dejó tan sólo tres novelas con el personaje: «Jack´s Return Home» (1969) y que es la que ahora nos ocupa; «Jack Carter´s Law» (1974, pero precuela a la anterior) y «Jack Carter and the Mafia Pigeon» (1977), siendo la primera la única traducida al castellano (en esta edición de Salajin Editores que recién se realiza en 2017).
Más suerte tuvo el personaje en el cine, no por más abundancia de títulos, pero si por el impacto de la primera de sus adaptaciones. «Get Carter» se estrena en 1971 con Michael Caine en la piel del protagonista -y en la tapa de la actual edición- en una película que definiría por completo el tono y el estilo del cine negro británico de los 70s -y, bastante, de ahí en más. Dirigida por Mike Hodges, «Get Carter» fue un exitazo que terminó por lanzar a la fama a Caine. Menos suerte tuvo la adaptación de 2000 -que mantuvo el «Get Carter» como título- con un petrificado por el botox Sylvester Stallone en el rol principal.
Poder descubrir ahora la poderosa pluma de Lewis en esta edición es un regalo. Poder imaginar ese Manchester frío, cruel y gris, también.