Entrevista Central
Matei Visniec: De los Balcanes a París con la libertad refugiada en las palabras
Entrevistas Centrales / 31 mayo, 2018 / Luis Vidal Giorgi
Matei Visniec, como otros de sus compatriotas de trascendencia en el arte y la filosofía, como el dramaturgo Eugene Ionesco y el filósofo Emile Cioran, va de su Rumania empobrecida a París y adopta también el francés como su lengua. Y comparte con aquellos referentes su visión irónica sobre las ilusiones sociales y su crítica, no exenta de humor sobre los comportamientos moldeados por la costumbre, el mercado o las ideologías.
AUNQUE PARÍS YA NO ES UNA FIESTA
Respecto al punto vinculado al abandono de su lengua natal por el francés, ha señalado, mencionando a Ionesco, Cioran y también al historiador de las religiones Mircea Eliade: “Esos autores para los rumanos siempre han sido un modelo de éxito en Rumanía, pero también la lengua francesa durante mucho tiempo ha sido la ventana a través de la cual los rumanos se han abierto a lo universal. Por ejemplo, Tristán Tzara o Panait Istrati, o sea que la tríada es mucho más amplia. Muchos autores rumanos, de una manera o de otra, han escrito en francés y yo me considero parte de esa familia”.
Y, como aporte a su notoria precisión en la técnica dramatúrgica, agrega: “El francés me ha disciplinado mucho para la escritura teatral, es más preciso que el rumano, que es una lengua más volcánica, más poética… En rumano es como si la lengua escribiera a través de mí, mientras que en francés tengo que calcular todo, saber lo que quiero decir exactamente”.
La situación social y política de su país, que conoció una de las versiones más deformadas del socialismo real bajo el gobierno del tristemente famoso matrimonio Ceaucescu, no solo influyen en su obra, sino que su misma vocación poética era un refugio ante la situación opresiva.
Señala Visniec: “La literatura era un espacio de resistencia cultural, y descubrimos pronto que a través de la escritura podíamos ensanchar el espacio crítico, crear nuestra propia libertad, nuestra propia verdad. La metáfora, la alegoría tenían una gran capacidad para golpear. Lo que no se podía decir directamente al poder, a la censura, podía oírse en la poesía, en la canción, en el teatro. Así descubrí mi vocación. La literatura era como la antorcha que iluminaba mi camino en la noche”. Reconoce Visniec lo que llama la esquizofrenia del régimen, por un lado censurados y, por otro, educados en el socialismo científico y con un amplio acceso a la cultura y al arte universal.
Esa dicotomía también influyó para buscar un estilo en su creación que se alejara del realismo pregonado; dice el autor: “Teníamos la obligación de adoptar el juego de la sumisión al poder, que nos imponía las normas de la literatura realista socialista a la hora de crear, algo que yo detestaba tan profundamente que incluso durante mucho tiempo me hizo detestar la literatura realista. Lo que me gustaba era lo absurdo, lo onírico, lo grotesco, el expresionismo, el surrealismo, todo menos el realismo”.
Durante este período escribe más de veinte obras, que si bien eran leídas en el medio teatral, la censura imperante hizo que no se representaran. Luego vino la caída fulminante del régimen, recordemos que el matrimonio Ceaucescu fue juzgado y ejecutado a fines de 1989. Visniec ya estaba afincado en París desde el año 1987, donde estrena su primera obra de suceso, recién en 1991, Caballos en la ventana, una obra que estuvo prohibida en Rumania y que es “un alegato antibelicista, pero que, a través del símbolo y de la alegoría, criticaba duramente al poder, al sistema autoritario”. En la actualidad sus obras son de las más representadas en los escenarios rumanos.
EL CAPITALISMO TAMBIÉN DEFRAUDA
Con el tiempo su obra fue pasando de la crítica a los regímenes autoritarios a la crítica al capitalismo que tampoco da respuestas a las necesidades de justicia social. Y reflexiona muy certeramente Visniec: “En Francia descubrí que era mucho más fácil denunciar el lavado de cerebros en los países autoritarios que en Occidente, porque en los países totalitarios este lavado es primitivo, brutal, violento y grotesco en sí mismo, pero en los países democráticos es sutil, fino, se infiltra en el alma y transforma suavemente al ciudadano en consumidor”.
Y agrega: “Un consumidor sumiso que se siente feliz, rico, y que debido a ello renuncia a pensar. Descubrí un tema gigantesco, las nuevas formas de lavado de cerebro por el consumo, la publicidad, la moda. En realidad es el mismo tema, la manipulación del individuo en un mundo y en otro”.
LAS PALABRAS QUE SOBREVIVEN EN EL TEATRO
Esta actitud creativa que ahonda en los conflictos actuales sin rehuirle a presentarlos en sus aristas más dolorosas, aunque por momentos tamizándolas con una mirada irónica, es lo que está a la base de la obra de título largo y sugerente que hoy conocemos en nuestro medio: La palabra progreso en boca de mi madre sonaba tremendamente falsa. Sobre la obra señala el académico
Evelio Miñano: “Es ejemplo de esa construcción del universo de ficción dramática. El crudo realismo de la obra, centrado en las desastrosas secuelas de una guerra civil, salta a la vista desde el principio. Sin embargo, tras unas escenas de duda, percibimos en seguida que ese universo dramático es también en parte irrealista al poner en escena personajes vivos junto a personajes muertos. El mundo de los muertos se materializa directamente en la escena a través del hijo muerto, Vibko, de los soldados caídos en la Segunda Guerra Mundial, Franz y Pralic, cuyos restos han sido encontrados, pero también de todos aquellos caídos en innumerables conflictos anteriores. Estos últimos no aparecen en escena pero forman parte, por lo que nos cuenta Vibko, de una extraña fraternidad de enterrados en el bosque, a la espera de que sean rescatados sus cuerpos sin vida. Fraternidad de antiguos contendientes, que es en sí misma una denuncia antibelicista”. Y luego agrega: “Visniec nos hace visitar en La palabra progreso… la cruda realidad de un conflicto de nuestros tiempos, ligado a las tensiones que atraviesa la vasta ciudad de los hombres, haciendo uso de la fantasía y lo absurdo no para evadirnos sino para aumentar la crudeza de su retrato. La distorsión por la fantasía y lo absurdo, por la irreal reunión de muertos y vivos, las dudas sobre la realidad o fantasía de lo que vemos, en algún momento nos inducen, lector o espectador, a un trabajo de reconstrucción de la realidad, que llama a nuestra propia fantasía, creatividad y sentido crítico. Sin olvidar que la risa nos libera momentáneamente del horror que vemos, mas cuando cesa o se matiza por la amargura que la acompaña, nos hace añorar poder reír libremente para siempre. Algo que no podemos conseguir, como se encarga este autor de mostrarnos, por el peso de la realidad en que vivimos, pero sí la podemos convertir en una mayor lucidez”. Con esas virtudes esta obra resulta un acontecimiento removedor para nuestro medio teatral, tratando de aportar una mirada diferente al desconcierto que provoca el devenir de los acontecimientos mundiales y los fanatismos que resurgen. Y también adquiere una lectura actual con la herida abierta de los desaparecidos en nuestro Río de la Plata. Y en su reivindicación del arte y la búsqueda de respuestas, Visniec nos recuerda: “Ahora estoy muy interesado en Don Quijote, estoy reflexionando muchísimo porque es un personaje utópico y a la vez trágico. Es una figura profundamente actual, porque vivimos en un mundo dual, la proyección de nuestros fantasmas en la utopía por un lado, y, por el otro, en la realidad”. Y de esto trata su obra, recordarle al personaje Irvan, que es el que comercia hasta con los huesos de los muertos, que no todo se puede comprar y vender.