Columna de cine

Uruguayos del año

Cine / 31 diciembre, 2019 / Guillermo Zapiola

Durante el año que termina, una veintena larga de películas uruguayas o coproducciones con participación nacional llegó a las pantallas locales. Hace veinte o treinta años esa cifra era impensable. Y hubo, además, unos cuantos picos de calidad. No es poco, para un país donde hace veinte o treinta años se decía que había más críticos de cine que películas.

Si en la década del noventa del pasado siglo se estrenaban dos películas uruguayas en el mismo mes, y hasta en el mismo año, había una sesión de fuegos artificiales en las canteras del Parque Rodó. Si el sitio web Cinestrenos no miente, el número de títulos nacionales conocidos este año fue de veinte, y crece hasta las dos docenas si se tienen en cuenta coproducciones internacionales con participación uruguaya (habría que sumar, todavía, algunos títulos exhibidos aisladamente en funciones culturales pero que no llegaron a convertirse en estrenos comerciales). Y ese listado incluye, lo cual no es poco, ocho óperas primas. En ese aspecto como en tantos otros, se confirma el principio de que acá todo llega tarde. El cine fue, arquetípicamente, el arte del siglo XX. En el Uruguay es el arte del siglo XXI, mientras el resto del mundo proclama, acaso falazmente, su muerte.
Una manera de desglosar ese puñado de títulos puede ser distinguir entre ficciones y documentales. En efecto, más de la mitad (cerca de dos tercios, en realidad) de las películas son documentales, en parte dedicados a biografiar a figuras de la política (Conversaciones con Turiansky de José Pedro Charlo), del arte (Eduardo Mateo en Amigo lindo del alma de Daniel Charlone, Gustavo “el Príncipe” Pena en Espíritu inquieto de Matías Guerreros y Eli-u Pena), del deporte (Alexis Viera, una historia de superación de Luis Ara; El campeón del mundo de Federico Borgia y Guillermo Madeiro), o temas como el trámite cotidiano en un carguero en la cuenca del Paraná (Vida a bordo de Emiliano Mazza De Luca), nuestro real o imaginario pasado indígena (El país sin indios de Nicolás Soto y Leonardo Rodríguez), la evocación del horror atómico en Nagasaki (La fundición del tiempo de Juan Álvarez Neme), las turbulencias fraybentino-gualeguaychuenses en torno a la instalación de la papelera Botnia (Fraylandia de Sebastián Mayayo y Ramiro Ozer Am), la peripecia de uno de los presos de Guantánamo en Uruguay (La libertad es una palabra grande de Guillermo Rocamora ) o la búsqueda en América de la Utopía moreana (Lugar en ninguna parte de Anthony Fletcher y Guillermo Amato), aunque no haya faltado tampoco el retorno a los temas de la dictadura, el terrorismo de Estado y las violaciones a los derechos humanos (Presentes de Abel Guillén y Javi Cerezuela), o una historia familiar que es también una crónica política (Ópera prima de Marcos Banina). Que estas últimas películas figuren en la lista pero su contenido resulte minoritario es también revelador: el tiempo pasa, y los documentalistas uruguayos parecen haber entendido que la Dictadura no debe olvidarse, pero que no es el único tema, como podía parecer hace algunos años.
Si el abanico temático fue variado en el dominio del documental, lo mismo puede afirmarse de la oferta en el terreno de la ficción. Lo más destacado fue seguramente Así habló el cambista de Federico Veiroj, adaptación de la novela homónima, de Juan Enrique Gruber, sobre manejos financieros turbios en tiempos de la dictadura, adecuadamente elegida como la mejor película nacional del año por la Asociación de Críticos locales, que también premió a su director, su libreto, su actor protagónico Daniel Hendler y un par de rubros técnicos. Pero ese título no agota el listado: conviene no olvidar En el pozo de Bernardo y Rafael Antonaccio, una ópera prima que fue también una de las revelaciones del año, como lo fue igualmente Los tiburones de Lucía Garibaldi, con particular destaque para su protagonista Rosina Bentancur, también premiada por los críticos.
Otro rasgo del año fue tal vez lo que podría describirse como la “consolidación de los géneros”. Ya se sabe que el concepto mismo de género cinematográfico está hoy cuestionado (las etiquetas de venta internacional apuntan más bien a franquicias, sagas o series), pero el hecho concreto es que acá hubo dramas (Así habló el cambista; Las rutas en febrero de la uruguayo-canadiense Katherine Jerkovic), comedias (Porno para principiantes de Carlos Ameglio; Fiesta Nibiru de Manuel Facal, esta última con un toque de ciencia ficción), y thrillers en clave de comedia (Los últimos románticos de Gabriel Drak) o drama (En el pozo de los Antonaccio).
Habría que dedicar por lo menos un párrafo a las películas en las que Uruguay intervino como la parte minoritaria de la coproducción, porque allí se han hecho cosas con Argentina (Vigilia de Julieta Ledesma; No llores por mí, Inglaterra de Néstor Montalbano), Brasil (Divino amor de Gabriel Mascaró) y hasta Colombia (El libro de Lila de Marcela Rincón González). Cualquier día de estos el mundo se va a enterar de la existencia del Uruguay.

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