Columna de cine

Uruguayo de exportación

Cine / 30 noviembre, 2018 / Guillermo Zapiola

Un “thriller” norteamericano dirigido por un uruguayo a partir de una novela sueca. ¿Quién dijo que la globalización no avanza?

Es posible que, si su director no se llamara Fede Álvarez y no fuera uruguayo nos estaríamos ocupando menos de La chica en la telaraña, transcripción al cine de la cuarta novela de la saga policial Millenium, no escrita, como las tres anteriores, por el difunto Stieg Larsson, sino encomendada a David Lagercrantz a partir de borradores dejados por el fallecido. El autor de esta nota admite no ser un fan de Larsson y su saga, y no ha leído el libro de Lagercrantz, lo cual le proporciona la ventaja de evitarle el juego de las odiosas comparaciones, ignorar si la película se parece o traiciona, o mejora o empeora ese original, y obligarlo únicamente a  juzgar lo que se ve en la pantalla, sin consideraciones adicionales.

Hace tres películas, por lo menos, que se sabe que Álvarez ha aprobado con suficiencia su examen de ingreso a la industria cinematográfica norteamericana, pero que no es ni probablemente pretenda ser nunca un “artista de alta gama”. Cuando Sam Raimi vio en alguna parte su corto Ataque de pánico (extraterrestres destruyendo Montevideo) y decidió contratarlo para dirigir una remake de su película de culto Evil Dead supo lo que era: un buen técnico con cierto gusto por la fantasía, y el suficiente espíritu lúdico como para hacer cine de entretenimiento (así fuera un truculento entretenimiento con demonios violadores y asesinos) sin posar de “intelectual”, espécimen que a menudo se confunde erróneamente con  “inteligente”. Por supuesto, Álvarez es inteligente, y con su cómplice en el libreto Rodo Sayagués se las arregló para fabricar una maquinaria de sustos que funcionaba aceptablemente, y que incluso se permitía alguna sutileza que el género no suele practicar (dedicar algunos minutos a construir un arco dramático para su protagonista, por ejemplo).

Siguieron un episodio de televisión que no  llegó a verse por aquí y el ejercicio de suspenso No respires, que confirmó en Álvarez al artesano competente que ya se sospechaba que era. La ambición industrial (que no necesariamente artística) crece sin duda en La chica en la telaraña, que  vuelve sobre una saga que ya  había dado lugar a tres atendibles películas suecas (Los hombres que no amaban a las mujeres y las que siguieron) y una remake norteamericana (La chica del dragón tatuado, de David Fincher). Pero los norteamericanos tuvieron el buen criterio de no insistir con remakes, y optaron en cambio por llevar al cine el no filmado cuarto libro de la serie, salteándose los dos del medio. Allí es que entra Fede Álvarez.

El resultado merece paletadas de cal y de arena, pero hay que reconocer que la balanza termina inclinándose del lado positivo. Hubiera ganado con algún pulimento de libreto, y probablemente casi todo lo que tiene que ver con el pasado del personaje de Lisbeth Salander (que antes tuvo los rostros de Noomi Rapace y Rooney Mara, y aquí corre por cuenta de la eficiente Claire Foy) pudo suprimirse sin lamentos: existe en la película el intento de profundizar en el carácter del personaje, pero habría que preguntarse si era realmente necesario. De  todos modos hay que reconocer que Salander es el personaje más interesante de la saga, y los adaptadores la han ido colocando cada vez más en primer plano, dejando a un costado al periodista investigador Mikael Blomkvist, aquí interpretado con suficiencia, pero sin constituir una presencia avasallante, por el sueco Sverrir Gunadson.
La historia engancha más cuando se ocupa de su costado de misterio y thriller. Y quizás la segunda palabra sea la más adecuada. La película se ocupa  menos de las complejidades de su trama policial que de utilizar la intriga como pretexto para  despliegues de acción espectacular que aproximan el resultado (y al personaje de Salander) a las aventuras de una suerte de James Bond femenino. Álvarez cumple con suficiencia y sin genio con ese costado de su propuesta, y logra un entretenimiento de ritmo veloz, acción conducida con buen pulso y obvias destrezas de fotografía (otro uruguayo, Pedro Luque) y montaje. Nadie espera que sea El ciudadano, pero funciona decentemente mientras se la ve.

Entre tanto, Álvarez  tiene motivos para contemplar su futuro con optimismo. Ha demostrado ser un profesional competente, y ya tiene en carpeta dos proyectos que demostrarían que la industria confía en él: más cerca, una secuela (¡uf!) de No respires, con más sustos a cargo del personaje ciego de la película anterior (y el reencuentro con el colibretista Sayagués, el cómplice de casi siempre); y un poco más lejos, Laberinto, una fantasía sobre una mítica princesa que busca a su padre en un terreno peligroso, obviamente inspirada en la película del mismo título de 1986, dirigida por Jim Henson, el hombre de los Muppets. No en vano Brian Henson, el  hijo de Jim, figura entre los productores.

Comentarios