Columna de cine

Una generación que se despide

Cine / 4 mayo, 2018 / Guillermo Zapiola

Hay muertes que resultan casi simbólicas. La desaparición casi simultánea del checo Milos Forman y el italiano Vittorio Taviani no se agota en el mero dato individual.

Puede ser obra de la casualidad, del Destino o del misterioso titiritero que manipula las existencias humanas desde detrás del muro de las tinieblas. Del hecho mismo (la muerte, con apenas dos días de diferencia, de Milos Forman y Vittorio Taviani) se han ocupado ya con suficiencia las necrológicas aparecidas en diarios, revistas, semanarios y medios audiovisuales , de modo que volver sobre ello sería algo así como llover sobre mojado. La casi simultaneidad suscita empero, casi inevitablemente, algún tipo de reflexión más general. Hay una generación que se está yendo, y quizás valga la pena pensar sobre el fenómeno global.
Hay una primera obviedad de la que, por supuesto, hay que desembarazarse: Taviani había cumplido 88 años, Forman 86, y a esas edades la gente suele tener más pasado que futuro. Pero su desaparición marca (o simboliza) también el fin de una época, iniciada a fines de los años cincuenta y que alcanzó una culminación en los sesenta: la de lo que en algún momento se llamó “los nuevos cines”, para evitar caer en la trampa de franceses y afrancesados que pensaban que lo único que importaba entonces era la Nouvelle vague.
Fue un fenómeno literalmente mundial, y en líneas muy generales habría que definirlo como el surgimiento de un montón de jóvenes revoltosos que en diversos lados sintieron que lo que se estaba haciendo se había vuelto viejo y caduco, y había que reemplazarlo por otra cosa. Cuando se cumplen cincuenta años del famoso Mayo del 68, que tampoco fue únicamente francés, es inevitable señalar que ese espíritu de rebelión no se dio solamente en el cine sino en otras áreas (en lo social, en lo político). Pero en esta nota hay que hablar de cine, y a ello vamos.
La biología no perdona, y los sesenta fueron, casi sin excepción, los años de la jubilación y/o muerte de los grandes pioneros del medio, muchos de los cuales habían comenzado su carrera muy jóvenes (en los años diez o veinte) y salieron de la escena en el correr de esa década: Raoul Walsh dirigió su última película en 1964, Frank Capra en 1961, John Ford en 1966, Howard Hawks y William Wyler en 1970. Algunos de esos veteranos vivieron varios años más (otros no), pero ya estaban fuera de combate.
Los jóvenes parricidas que los reemplazaron actuaron diversamente, según su contexto. En Inglaterra, el Free cinema y el movimiento angry pusieron en cuestión el establishment de un imperio que se estaba desmoronando. Los franceses se dedicaron a demoler con entusiasmo lo que denominaban, con cierto desprecio, “el cine de papá”. El New American Cinema, basado en Nueva York y apoyado por la revista Film Culture de los Mekas bruloteó, a veces con injusticia, a varias vacas sagradas del Hollywood clásico.
Los casos de Italia y Checoslovaquia son algo particulares, y allí hay que ubicar a Taviani y a Forman. El primero integró la denominada terza generazione en la que también cabe ubicar a Francesco Rosi, Pasolini, Bolognini, Vancini , Zurlini y algunos más, que más que parricidas fueron restauradores: hubo en casi todos ellos un empeño por recuperar la tradición de realismo y atención social de la prima generazione, la de los maestros del neorrealismo (de Sica, Rossellini, Zampa) de la que se habían alejado aquellos mismos y también los que vinieron después (Antonioni, Fellini) o los que siguieron un interesante pero diverso camino propio (Visconti).
Los checos, que integraron la denominada Primavera de Praga, fueron por cierto mucho más parricidas. En su caso el “cine de papá” era el triunfalismo stalinista, las historias de resistencia contra el nazismo y las hazañas de la construcción del Hombre Nuevo (también había una espléndida escuela de animación donde se refugiaron algunas disidencias), y la respuesta juvenil fue un cine de personajes comunes, seres anónimos y desencantados, “historias mínimas”, a menudo expresadas a través de un lenguaje provocativo y renovador. La lista es larga, e incluye no solamente el nombre de Forman sino también los de Jan Nemec, Jiri Menzel, Ivan Passer, Jan Kadar, Elmar Klos, Vera Chytilová, y otros. Casi todos fueron acallados por los tanques del Pacto de Varsovia que invadieron Checoslovaquia en agosto de 1968. Varios optaron por el exilio (Forman, Passer, Kadar, Klos), otros fueron acallados (Chytilová) o debieron hacer buena letra (varios más). Forman fue probablemente el más interesante de los exilidos, pero es injusto, como lo han hecho algunas necrológicas, definirlo como “el director que hizo Atrapado sin salida —película valiosa pero sobreestimada—, las interesantes Ragtime o Man on the Moon, o la polémica Larry Flynt”. Su mejor aporte ocurrió en Checoslovaquia con películas como Pedro el negro, Los amores de una rubia y Al fuego, bomberos, que marcaron a toda una generación.

Comentarios