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«El fondo del quilombo», otra notable novela de Martín Bentancor.
La construcción de universos geográficos literarios no es un invento nuevo pero es uno que no necesariamente sale bien. No por su posible complejidad, sino porque para constituirse verdaderamente en un universo geográfico propio necesita trabajo, continuidad y coherencia (sobre todo esta última). No alcanza con imaginar un mapa posible y repartir los nombres correspondientes —o, por lo menos, no alcanza con tan solo eso—, sino que hay que pensar y construir una mitología de anécdotas, personajes, lugares, situaciones, todas las cuales constituyan un universo con todas las letras: tangible, atractivo, interesante y, por encima de todo, creíble. Los ejemplos a este respecto son muchos y manidos: la Santa María de Onetti, la Yoknapatawpha de Faulkner (que es, sin duda, el mayor referente para la que hoy nos ocupa), el Arkham de Lovecraft o el Macondo de García Márquez tienen en común con la novela de Martín Bentancor (Los Cerrillos, 1979) esa construcción de un escenario plausible, conocido, pero imaginado con total libertad y sus propias reglas y costumbres.
La Tercera Sección de Bentancor ya asomaba en su primer libro de cuentos —Procesión (2009)— y se continuó luego en sus dos novelas más premiadas: Muerte y vida del Sargento Poeta y El Inglés. Creo que es sobre todo a partir de esta última —a juicio de quien suscribe, su mayor trabajo— que este lugar ficticio, construido sobre y a partir de las experiencias biográficas del autor sobre su zona de crianza, la zona rural del departamento de Canelones, especialmente en Las Brujas y Los Cerrillos, que la Tercera Sección queda verdaderamente delimitada, construida y —sobre todo— presente por completo en la imaginación de sus lectores. Un espacio inventado, pero por completo verdadero, de lugares que son y no son aquellos donde Bentancor transcurriera su juventud e infancia.
Esta Tercera Sección —que reapareciera en 2017 en algunos de los cuentos del libro La lluvia sobre el muladar e hiciera también lo propio este mismo año en el libro Los colores primarios— es nuevamente el escenario de la más reciente novela del escritor canario: El fondo del quilombo. Y al igual que en El Inglés, la cosa arranca aquí con una muerte y el posterior velorio, pero pronto se aleja por completo de esta premisa para dividirse en dos líneas narrativas claras. Por un lado, la historia del finado narrada por su sobrino —alter ego del propio Bentancor—, a años de ocurrido el deceso; y por otro, la historia del lugar donde fuera este hombre asesinado: el prostíbulo de la localidad.
Así, con mano maestra, Bentancor construye estos dos relatos con igual tensión e interés. Para el primero, aprovecha una narración por momentos nostálgica, por momentos lírica, muy marcada por las posibles experiencias de ese narrador preadolescente, quien vive en cierto modo un relato de iniciación, signado por distintas tragedias humanas y locales. Para el segundo, en cambio, Bentancor apela a una revisión de la novela epistolar y avanza durante los cien años de vida del quilombo en cuestión, desde la llegada de un carro con prostitutas revelada por la correspondencia que sostiene el párroco local con sus superiores eclesiásticos, pasando por la fundación de un local físico con la consecuente discusión recogida en la prensa del momento, y con un extenso intercambio de e-mails entre el protagonista y un contacto que conociera —y sufriera— el quilombo durante los años de dictadura militar.
Probablemente uno de los mejores escritores uruguayos en activo, Bentancor no decepciona y entrega —una vez más y se hace costumbre— uno de los mejores libros del año. Importa poco, porque ya estamos esperando ansiosos el próximo.
Rodolfo Santullo