Marcelo Díaz

Entrevistas Centrales / 29 febrero, 2020 / Luis Vidal Giorgi

“Hamlet es una obra inmortal que perdura en el tiempo y mi puesta es evidentemente política”

Marcelo Díaz, director argentino radicado en la actualidad en España y que ha realizado la mayor parte de su actividad en Alemania, ha dirigido en El Galpón en tres ocasiones anteriores, más recientemente con su versión de Casa de muñecas de Ibsen y la creación colectiva, con elenco binacional, Unterwegs – En el camino. Ahora escenifica una versión de Hamlet, que, como nos señala en la entrevista, es una obra fundamental del teatro universal y el deseo de escenificarla lo acompaña desde hace muchos años. Ahora en esta sólida etapa creativa lo puede concretar junto al elenco de El Galpón.

-El joven con su calavera en la mano es un ícono presente en la cultura popular, tanto que hasta Los Simpson o nuestro carnaval han hecho versiones paródicas. En mi caso, mi primer acercamiento adolescente a Hamlet fue con una película rusa, y recuerdo aún la emoción con la aparición del fantasma del padre sobre el muro del castillo. En tu caso, ¿cómo fue tu primer acercamiento a Hamlet? ¿Qué te impresionó?

-Mi primer acercamiento a Hamlet no fue presenciando, precisamente, una obra de teatro, sino a través de la lectura. En el primer encuentro con los actores les conté que en realidad hace casi 45 años que estoy preparando Hamlet, no para una puesta en escena en concreto, pero la vengo preparando porque, me acuerdo que cuando empecé a estudiar teatro, la primera obra que estudié fue Hamlet… me dediqué a estudiar cantidad de literatura secundaria, análisis del texto, y pasó muchísimo tiempo en el cual no vi Hamlet; en realidad sí, ahora que me acuerdo… vi la puesta en escena, en el Teatro Gral. San Martín, de Hamlet, con Alfredo Alcón —que tenía cincuenta años en aquel entonces—. Recuerdo que cuando él salía por primera vez a escena, vestido de negro, él entraba por un costado y la gente aplaudía; el detenía su marcha, miraba hacia el público y les hacía una pequeña reverencia de agradecimiento con la cabeza; y seguía la obra. En aquella época, cuando las estrellas salían al escenario se hacía eso todavía. Y yo, que era un joven estudiante de teatro, me quedé muy impresionado con eso. Y luego habré visto alguna puesta en Alemania, pero después de muchísimo tiempo no hubo ningún Hamlet que me haya impresionado demasiado en cuanto a lo que yo vi; pero sí es una obra que me apasionó desde un comienzo como estudiante de teatro. Yo comencé a los veinte años y ya desde ese momento he estado estudiando Hamlet, una cantidad de análisis y de cosas hasta tener mi propia visión; lo trabajé en cantidad de seminarios que hice por todo el mundo. En fin, es una obra muy familiar y creo que llegó el momento de verla, después de enfrentarse con este desafío… creo que siempre fue lo máximo para cualquier director, a tal punto que Meyerhold, el famoso director y creador teatral que vivió en la misma época que Stanislavski —y que se podría decir que fue el inventor del teatro físico—, quería que pusieran en su tumba un lema que dijera: “Aquí yace alguien que nunca puso en escena a Hamlet”. Bueno…, yo no quería llegar a lo mismo.

-El año pasado un director francés que dirigió un Shakespeare en nuestro país, en un reportaje nos argumentaba que Hamlet era una mala obra y que el protagonista era un psicópata que llevaba a todos a la muerte. Una exagerada incomprensión de esta profunda obra, quizás fruto de la ancestral rivalidad imperial de Francia e Inglaterra. ¿Por qué considerás que Hamlet es una obra mayor y cuál es su vigencia para el espectador del siglo XXI?

-Yo creo que Hamlet es una de las mejores obras que se haya escrito en la historia de la humanidad, por una cuestión muy simple: porque reúne o condensa una cantidad de rasgos para una obra de teatro, lo cual la hace riquísima. Me refiero con esto a que reúne el aspecto psicológico; es decir, es una de las obras más psicológicas de Shakespeare, que no es un poeta de la psicología, es un poeta de los grandes eventos políticos, sociales, o sea, sus personajes no poseen grandes psicologías, en general, dicen lo que hacen y hacen lo que dicen, no son tan contradictorios como los de Chéjov; por eso Hamlet es un caso diferente, un personaje que, justamente, es muy rico en tanto duda todo el tiempo, un personaje que tiene un problema con su madre muy grande, un problema con su padrastro muy grande, que tiene un amor con Ofelia que es inconmensurable, que tiene una ligazón con su padre que es también tremendamente estrecha. Entonces, cuando se une eso a la gran política estamos frente a una obra completa; pues en Hamlet se ha producido un golpe de Estado, entra a jugar el espionaje, la gran política, los enfrentamientos entre los Estados; además de eso, aparecen los cómicos, la veta cómica de la obra, el teatro como arma para transformar el mundo; Shakespeare plantea que la gente, a través del teatro, puede confesar sus culpas, puede conmocionar; es decir, aparece una serie de ingredientes que normalmente aparecen en obras como por separado. Es decir, esta es una obra de la gran política, de la pequeña psicología familiar, de la gran comedia, de la gran tragedia, de la persona que duda, de la persona que se plantea el sentido de la existencia, el sentido del encargo de la venganza; todo esto hace de Hamlet una obra inmortal que perdura en el tiempo. Sé que es difícil decir esto, pero para mí es la gran obra teatral de la humanidad.

-En tu versión y puesta en escena, ¿cuáles son los aspectos que valorizás y/o le integrás al texto original?

-Mi versión de Hamlet y mi puesta es una apuesta evidentemente política, yo me inclino sobre todo en hacer hincapié en el aspecto político, por supuesto, sin menospreciar en absoluto todos los condimentos psicológicos que nombraba antes. Normalmente se dice que uno puede seguir, de una manera bastante burda, dos caminos diferentes: el camino político —basándose en la frase de “Dinamarca es una cárcel”—; o el camino más psicológico —poniendo una cama en el medio del escenario, donde ahí el problema edípico de Hamlet va a ser el principal—. Yo me inclino decididamente por el primero, y en realidad lo que a mí me interesa es aquello que me llamaba la atención cuando leía Hamlet: los paralelismos con la realidad latinoamericana de hoy en día. En Dinamarca se ha producido un golpe de Estado, se ha matado al rey y hay un nuevo gobernante en el poder que se casó rápidamente con la madre de Hamlet, existe un Polonio que dirige el aparato de espionaje —y en mi puesta en escena maneja además los medios de comunicación—, es decir, son operadores que trabajan para un determinado sistema; esto no es un invento mío, porque en el texto original Hamlet está siendo espiado permanentemente, en muy poquitas escenas él se encuentra solo sin que lo estén espiando. Es una especie de 1984, con un Gran Hermano, en donde Ofelia tampoco tiene capacidad de decidir porque es la hija del jefe de los servicios de inteligencia, en donde hay dos partidos políticos que se han formado, que son el partido de Claudio —cuya seguridad y manejo de los medios está a cargo de Polonio—, y está el partido de Hamlet en la resistencia, donde él será el encargado de realizar esta lucha por derrocar y vengarse de los que alteraron el sistema que reinaba, con sus amigos que son Horacio Marcelo, Bernardo y otros… El problema de Hamlet es que se le ha hecho un encargo en un momento de su vida en donde él, todavía con su shock emocional, apenas está en condiciones de hacerlo; ni bien comienza su intento por cumplir la tarea de venganza que le encomendó su padre, empieza a vivir la traición: la traición de Ofelia, también se entera de la traición de su tío, se entera de la traición de su madre, la traición de sus amigos —de Rosencrantz y Guildenstern, que en esta puesta se llaman Ricardo y Guillermo—. O sea, Hamlet se va quedando solo, se va aislando, el sistema le va quitando sus apoyos emocionales, políticos. Esta es un poco la visión que tengo de Hamlet, son los elementos que me interesa resaltar, por eso he hecho la apuesta de contar un poco cómo trabajan estos operadores políticos, a través de los medios, en concordancia con los servicios de inteligencia.

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