Macarena Hernández
Actrices / 30 enero, 2020 / María Varela
-¿Cómo fueron tus inicios en el teatro?
-Empecé a hacer teatro a los 15 años en el Teatro Circular de Montevideo, en el Taller de aproximación al teatro. Alicia Restrepo, mi primer docente de arte escénico, me decía “la quinceañera”. Yo buscaba una forma de comunicarme con el mundo; un lenguaje que aún no había encontrado. Vislumbraba en mis clases de literatura del liceo que algo de ese lenguaje se encontraba ahí; fue la primera materia con la que me apasioné, con la que pude leer entre líneas. Mi madre era concertista de guitarra clásica y profesora de la Escuela Universitaria de Música (EUM), y mi padre era pintor y dibujante, sus cuadros volcaban su lucha por un sistema más justo, por igualdad de condiciones para los trabajadores, por educación, por derrotar un sistema en el que unos pocos son privilegiados. Ellos habían encontrado su lenguaje, ahora yo quería encontrar el mío. En el primer año en el Teatro Circular me di cuenta, ese era el lenguaje que me apasionaba: el teatro. Mariana Pineda, de Federico García Lorca, fue mi primer personaje, del que guardo un hermoso recuerdo. En el año 2007, con 18 años, entré a la EMAD —en ese momento, Escuela Municipal de Arte Dramático—, convencida totalmente de que, costara lo que costara, este era el camino. Me ayudó a preparar la prueba Gabriel Calderón, que me presentó varios autores y obras para que yo eligiera los monólogos; elegí el autor francés Bernard-Marie Koltès, con un monólogo de La vuelta al desierto, y egresaría con la obra Muelle oeste, del mismo autor. El ciclo de formación, además de placentero y lleno de proyectos y aprendizaje, es un proceso de destrucción de muchas estructuras de uno mismo y de creación de una nueva personalidad escénica y, por qué no, de una nueva persona. Recuerdo el juicio escrito que nos daba Levón al terminar el curso, una carta que nos escribía a cada uno. En mi carta de fin de 4.o año, decía como primera frase: “la pasión de fuego”.
-Licenciada en Bibliotecología y actriz, ¿cómo unís esas dos profesiones?
-Como bien me describió Levón en mi carta de egreso de la EMAD, soy una persona que se apasiona con todo lo que hace, y la bibliotecología no fue la excepción. Creo que la vida se trata de estar presente y apasionarse por cada momento, eso es el teatro, la vivencia absoluta y el disfrute de un presente efímero; pero que, vivido con pasión, puede transformarlo todo. La bibliotecología tiene muchísimo de técnica y muchísimo de transmisión de información y, por qué no, de vivencias. Cuando comencé la carrera di unos talleres de narración dirigidos a futuros maestros o educadores, pero yo no era narradora, era actriz, y un actor es, sobre todo, un contador de historias. Me enfoqué en transmitir, a quien fuera a contar historias, que ese texto que estaba en el papel debía salir de él y vivir en quien lo contara, de tal manera que quien lo escuchara lo pudiera ver. Cuando un actor encuentra el “eje del personaje”, deja de hacer movimientos innecesarios, su voz se coloca; eso mismo sucede cuando quien narra una historia (aunque esté con el libro entre manos) comienza a vivirla. La animación a la lectura fue una de las primeras conexiones entre estas dos áreas que me apasionan, pero luego continué por el camino de la atención al usuario y la alfabetización informacional. Cuando ayudo a buscar información en el sector referencia de la Facultad de Derecho o cuando doy una charla sobre la utilización de los recursos de información y del servicio, lo vivo de la misma forma presente como vivo estar sobre un escenario; la forma de transmitir la información y las herramientas de búsqueda, selección y utilización de la misma tiene que ser clara y con ética, debe generar un cambio en el otro. De la biblioteca, como del teatro, el individuo debe irse transformado y debe poder modificar la realidad en la que vive.
-¿Qué significó para vos haberte integrado al Teatro Circular de Montevideo?
-Haciendo alusión a tu pregunta anterior, significó, en gran parte, poder unir mis dos profesiones. Colaborar con la biblioteca del Teatro que se especializa en teoría y textos teatrales; me sirvió para poder aplicar todas las herramientas aprendidas en la carrera de bibliotecología, pero con una materia prima de la que yo misma había sido usuaria. Además de volver al teatro en el que empecé; hice mi primera obra y recibí el primer ramo de flores en mi estreno (de parte de mi abuela Elba), y volver a habitar sus rincones secretos, sus camarines y sus escenarios que tanta vida y tanta memoria guardan. Formar parte del Teatro Circular, de la forma que sea, haciendo asistencias de dirección, ayudando con utilería, haciendo suplencias, cortando entradas, tirando letra, organizando su archivo histórico o su biblioteca, significa formar parte de un símbolo de resistencia del teatro uruguayo, de lucha por igualdad y libertad. Formar parte de este teatro es militar y proteger nuestra memoria.
-A esta altura de tu carrera teatral, ¿qué pensás que te queda por realizar?
-Ya que el teatro uno de los valores que nos enseña es lo efímero, y con esto a valorar y disfrutar lo que uno está viviendo, no diría que algo me falta, sino que quisiera continuar en este proceso que es imprescindible transmitir a otras generaciones. Desde el momento en que egresé de la Escuela hasta ahora, he realizado muchos talleres de investigación teatral que me han permitido volver a “jugar” y a nunca quedarme con lo primero que aparece; cada ensayo, cada función es un nuevo descubrimiento y una nueva construcción. También tuve la suerte de no haber dejado de actuar ni un solo año desde que empecé con el teatro, lo que me permitió desarrollar más confianza como actriz y me dio mucho entrenamiento. He tenido la oportunidad de trabajar con directores como Mariana Maeso, Marcelino Duffau, Micaela Larriera, Cecilia Baranda, tú… en este último tiempo tuve la alegría de formar parte del equipo de Teatro del Umbral, cuyas obras son dirigidas y escritas por Sandra Massera. También tuve la posibilidad de conocer el teatro desde otras áreas como las asistencias de direcciones que realicé en el Teatro Circular, el proceso de ensayos y el entrenamiento corporal de la obra Yo no duermo la siesta de Paula Marull, dirigida por Fernando Rodríguez Compare. Podría nombrar muchas más personas, obras y experiencias que he tenido durante estos 16 años, pero lo que quiero expresar es que con cada una de ellas he podido desarrollar este lenguaje que buscaba cuando era adolescente, y pienso que lo que venga me gustaría que siguiera de la mano de continuar con este constante aprendizaje que es el teatro y con este intento permanente de transformar la realidad en la que vivimos. Seguir recorriendo experiencias, seguir realizando obras y apoyando desde cualquier rincón a que el teatro siga creciendo de forma constructiva dentro del mundo que nos toca vivir; así como poder continuar con la lucha por la cultura y por los artistas como trabajadores que día a día dejan su cuerpo, su tiempo y su energía en algo que realmente transforma. En nuestro país se ha comenzado por un camino de darle el valor y el lugar que tiene; pero aún falta muchísimo por recorrer.
-¿Los jóvenes cuentan con espacios y medios para poder desarrollar sus propios proyectos culturales?
-Desde hace algunos años se han desarrollado convocatorias para generar proyectos culturales, que, si salen seleccionados, los beneficiarios puede obtener fondos para infraestructura de salas nuevas, apoyo a la creación de textos teatrales, becas en el exterior, funciones en salas con el beneficio de no pagar el alquiler de las mismas, y formar parte de festivales; entre otros apoyos que han generado que muchos jóvenes puedan dar a conocer su trabajo y desarrollarse en el medio. En mi caso, una de las convocatorias más recientes en las que participé se llamaba Festival 17 minutos (2018) y era promovido por la Sociedad Uruguaya de Actores (SUA). El nombre del festival hacía alusión a que en el año 2015 (cuando se realizó por primera vez) cada 17 minutos asesinaban a una mujer por violencia de género en Uruguay. En mi caso, nos reunimos con el actor, docente y director Sebastián Bandera, y basándonos en improvisaciones, creamos un monólogo con pocos elementos escénicos (fácil de trasladar a cualquier espacio) y cuya característica era el lenguaje abstracto y visual. El festival trataba sobre violencia de género y las piezas teatrales debían durar 17 minutos. Lo presentamos en la sala Blanca Podestá de AGADU y fuera del Teatro Solís. Una de las características positivas de este tipo de convocatorias es entrenar a los jóvenes en la creación de planes y proyectos para sus propuestas culturales. El artista aprende a desarrollar los objetivos generales y particulares de su propuesta, a realizar un plan de gastos y a hacer rendición de cuentas del dinero que se le entrega; a darle una forma y otros elementos que servirán luego para darlo a conocer en otros lugares. Creo que cuando una persona que crea un producto cultural debe dedicar tiempo a pensar en los objetivos, en qué es lo que quiere comunicar y de qué forma quiere transformar al espectador; también está haciendo un ejercicio de percibirse a sí mismo como un ciudadano activo y con capacidad de decisión, que no se va a dejar engañar fácilmente. Creo que aún falta muchísimo apoyo por brindarle a la cultura y darle un rol protagónico como agente de cambio social.
¿Qué proyectos tenés para este año?
-Tengo dos propuestas que me entusiasman mucho. Una de ellas es bajo la dramaturgia y dirección de Sandra Massera con el grupo Teatro del Umbral, que se estrenará en el mes de agosto en la Sala Delmira Agustini del Teatro Solís. La obra se llama Los personajes invisibles, y trata la temática de teatro dentro del teatro. La otra obra es para el segundo semestre del año, y es una comedia argentina dirigida por Fernando Rodríguez Compare. También, en el mes de marzo se reestrenará Vigilia de noche, de Lars Norén, en el Teatro Circular de Montevideo.