La película palestina Invitación de boda, dirigida por Annemarie Jacir. En ella un padre y su hijo, cargados las invitaciones de boda de su hija y hermana, van visitando a amigos y conocidos en Nazaret. A lo largo de esas visitas, la película recoge imágenes de una ciudad en la que se amontona basura en la calle, el tráfico hace imposible la conducción y, en donde pequeños agravios fácilmente se pueden transformar en graves conflictos abiertos. También despliega una serie de retratos humanos conmovedores y a veces divertidos.
El tema (ser palestino en Israel, y las rispideces que esa convivencia promueve a menudo) tiene tonalidades serias, pero la directora Jacir tiene el buen criterio de no hacer de su película un panfleto sobre el enfrentamiento entre los Buenos y los Malos. Los conflictos corren casi enmascarados en la entrelínea del asunto: el padre, un maestro, trabaja con los israelíes; el hijo emigró a Italia; y los dos tienen una forma diferente de reclamar y sentirse palestinos: el padre se opone a que el hijo invite a la boda a un amigo israelí, el hombre más joven (y de mentalidad más abierta) no ve a todos “los otros” como “el enemigo” (y sin embargo acusa al padre de “sumiso” a los israelíes por haber aceptado enseñar en una escuela local); otra vez el padre no logra perdonar el abandono de su esposa, que el hijo en cambio comprende.
Por su parte Eugenia, dirigida por Martín Boulocq, es la historia de una joven de clase media que vive en una pequeña ciudad de Bolivia. Decide separarse de su esposo, cambiar de vida y estudiar lo que le gusta. Se muda a la ciudad en la que vive su padre con otra familia, consigue trabajo como maquilladora y acepta el papel de una guerrillera espía en una película amateur. Lo que parece un juego provoca en ella una crisis que la lleva a cuestionar su pasado, presente y futuro.
La película se filmó durante dos años de rodajes esporádicos. Esta circunstancia, provocada por la falta de presupuesto, permitió a Boulocq ir transformando la historia a partir del material que iba filmando, con la finalidad de “articular todo aquello en un relato que permitiera explorar un universo femenino muy particular”. Estilísticamente, Eugenia tiene reminiscencias de la Nouvelle Vague: está filmada en un inmaculado blanco y negro, se utiliza una narración fragmentada y no hay cambios bruscos de ritmo. El resultado de este meticuloso trabajo es una bella e intimista historia de reconstrucción emocional que transcurre sencillamente al son de la cotidianidad.
En La comunidad de los corazones rotos, dirigida por Samuel Benchetrit, tres extrañas parejas y seis personajes insólitos constituyen el eje anecdótico de esta película francesa. La acción se desarrolla en un suburbio a las afueras de París, con viviendas en mal estado y personas viviendo al margen de la sociedad. El director Samuel Benchetrit adapta dos de sus cuentos de Crónicas del Asfalto escritos en 2005, y añade una historia nueva, la de una actriz alcohólica (Isabelle Huppert) que acaba de instalarse en un lúgubre edificio cuyo vecino adolescente (Jules Benchetrit) queda fascinado por ella. El resto de esa fauna suburbana y a menudo excéntrica lo integran un perdedor en una silla de ruedas (Gustave Kervern) que flirtea con una afligida enfermera (Valeria Bruni Tedeschi) y un astronauta de la NASA (Michael Pitt) cuyo fallido aterrizaje -en el interior de una cápsula espacial- termina en la azotea de un viejo edificio, donde será cuidado durante varios días por una solitaria señora argelina (Tassadit Mandi), a la espera de que le vayan a recoger.
Construyendo puentes es un documental brasilero, dirigido por Heloisa Passo, en el cual la directora, para conocer más a su padre, propone pequeños viajes al pasado mediante la proyección de fotografías y películas. Esto genera temperamentales y muy significativas discusiones entre ambos. Pero también surge el acercamiento y la comprensión. Construyendo puentes nació como un análisis de la evolución arquitectónica y social de Brasil a través de la figura de Álvaro Passos, padre de la directora y prominente ingeniero civil que trabajó durante la época del «Milagro económico brasileño». Sin embargo, el documental pronto toma otros derroteros. Las discusiones generadas alrededor de una mesa llena de planos dejan entrever la difícil relación existente entre padre e hija. No solo salen a relucir las antagónicas perspectivas políticas, sino también antiguas y profundas heridas aún no cicatrizadas que otorgan a la película un cierto componente de terapia catártica. Se trata, pues, de un documental honesto, elocuente e intimista donde el propio título adquiere un doble significado.
Por último llega Las herederas, película paraguaya (aunque co-producida por el muy uruguayo Mutante Cine y editada por Fernando Epstein) cuenta la historia de dos mujeres, Chela y Chiquita, quienes viven como pareja, y que heredaron bienes y dinero de sus familias, lo que les permitía vivir cómodamente. Pero a los 60 años, el dinero se ha acabado, y deben de tomar nuevas decisiones para afrontar la situación.
Es en ese marco que Chiquita es enviada a prisión por deudas contraídas, por lo que le toca a la frágil y más conservadora Chela ponerse a trabajar y afrontar la situación, a la que le había sacado el cuerpo por el momento. Casi sin proponérselo comienza a oficiar de remisera de otras señoras de edad de alta sociedad, que se encuentran a jugar cartas. En ese nuevo papel y esas nuevas responsabilidades contraídas, Chela descubre cosas de sí misma y cambia muchos aspectos de su vida.
La ópera prima del director paraguayo Marcelo Martinessi funciona como un relato a la vez minimalista y muy detallista, donde cada plano aporta un dato para la narración y el conjunto funciona como un retrato social y humano, lleno de humor, decepción, amor y descubrimiento.
A los estrenos este mes se suman un ciclo de música brasileña (organizado junto a la Embajada de Brasil en Uruguay), una nueva edición de Llamale H, el cine de Peter Greenaway, y recordamos al gran Marlon Brando.
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