Historia del cine

Llega el sonido

Cine / 3 marzo, 2018 / Guillermo Zapiola

Hay un puñado de autores cuya obra se desarrolló fundamentalmente durante el cine mudo y a los cuales la aparición del cine sonoro y otros factores borraron de la pantalla en años posteriores (Griffith, Stroheim). Otros supieron adaptarse al nuevo medio, y de ellos habrá que ocuparse más adelante. Conviene prestar atención a esta fecha clave de la historia del cine.

A lo largo de la década del veinte el cine mudo llegó a una culminación. El entretenimiento de feria de un cuarto de siglo antes se había convertido ya en un arte maduro, capaz de aportar la obra de gente como Eisenstein (El acorazado Potemkin) y Pudovkin (La madre), Erich von Stroheim (Avaricia) y King Vidor (Y el mundo marcha), de Chaplin (La quimera del oro) y Keaton (El maquinista de la general), de Dreyer (La pasión de Juana de Arco) y los expresionistas alemanes (Lang, Murnau) o los escandinavos (Sjöstrom, Stiller). Las sutilezas de lenguaje y la madurez dramática manifestadas por ésa y otra gente tenía futuro, aunque algunos procesos psicológicos de los personajes se vieran estorbados por el silencio: a veces, la expresión de la interioridad del alma requiere de la palabra y no es posible librarse del todo de la sensación de que la Juana de Arco dreyerana, que es una obra maestra, sería ligeramente mejor si Juana pudiera comunicarse (poco, en dos o tres momentos clave) hablando. Sin embargo, si el cine industrial se inclinó por el sonido no fue como respuesta a ninguna necesidad expresiva, sino a motivos comerciales. La mayor parte de los productores pensaban que el cambio no era necesario, pero la empresa Warner Brothers pasaba por dificultades financieras y decidió apostar por algo nuevo. La reacción inicial de sus competidores fue la burla, debidamente evocada en una deliciosa escena de Cantando en la lluvia de Donen y Kelly. Pero los productores dejaron de reírse cuando se estrenó El cantor de jazz de Alan Crosland: fue un taquillazo y la gente empezó a pedir más películas habladas.

La irrupción del sonoro tuvo varias consecuencias, no solo comerciales. Por un lado, puso en duda toda la elaboración teórica soviética acerca del montaje como herramienta casi excluyente del cine, que estaba pensada para el cine mudo: de ahí que los soviéticos empezaran a reivindicar el “contrapunto audiovisual” en un manifiesto al que la mayoría no hizo mucho caso. Por otro, aumentó los costos de producción y benefició a las industrias que disponían de las patentes correspondientes (Estados Unidos, Alemania), condenando al rezago al resto, en particular a los cines emergentes de los pequeños países. También obligó a los cineastas más inquietos a incorporar la nueva técnica, a veces con resultados creativos muy atendibles. Cuando King Vidor hizo en 1929 Aleluya pobló la banda sonora de canto y música, pero también supo usar en sus brillantes diez minutos finales la sugestión de los ruidos naturales… y del silencio. M, el vampiro negro (1931) de Lang exhibe un uso particularmente creativo del medio, con la obsesionante melodía del Peer Gynt de Grieg como anuncio de la cercanía de su asesino.

La irrupción del nuevo medio benefició a algunos y perjudicó seriamente a otros. Fuera de la industria misma, uno de los beneficiarios fue la entidad bancaria presidida por el también productor (y padre de un futuro presidente de los Estados Unidos) Joseph Kennedy, uno de los principales financiadores de las transformaciones tecnológicas en Hollywood en momentos en que el país comenzaba a sufrir los resultados del desplome de la Bolsa de Nueva York en 1929, y luego de la Gran Depresión. Esta última, incluso, postergó un experimento que dio lugar a un puñado de películas en los inicios de los años treinta: la pantalla ancha. Luego de un par de películas (La gran jornada de Raoul Walsh, Billy the Kid de King Vidor) los exhibidores abandonaron el intento porque no podían permitirse el lujo de invertir en una segunda transformación tecnológica apenas dos o tres años después de la anterior. Fue necesario que apareciera la televisión para que, veinte años más tarde, la industria utilizara como una herramienta contra ella al Cinerama, el Cinemascope y procedimientos similares.

El sonido dejó otro tendal de víctimas. Algunos géneros entraron en decadencia y otros cobraron una significación mayor. El más obvio es el musical, que por supuesto no existía antes de El cantor de jazz. Pero también el cine de humor conoció cambios significativos. El slapstick (la comedia de “golpe y porrazo” basada en la persecución y el gag visual) perdió importancia, y algunos de sus practicantes (Keaton, Harold Lloyd) nunca llegaron a recuperarse. Chaplin demoró en adaptarse: Luces de la ciudad fue todavía, en 1930, un filme mudo, y el siguiente (Tiempos modernos, 1936) utilizó sonidos pero no palabras. Recién en 1940 (con El gran dictador) Chaplin se reconciliaría con nuevo medio.

Otras formas del cine cómico sobrevivieron mejor, o introdujeron elementos nuevos. El humor de elaboración lenta y pausada de Laurel & Hardy se mostró más apto para la transición. Los hermanos Marx irrumpieron con su estilo turbulento que requería del sonido (los juegos de Harpo con el arpa y de Chico con el piano, los chistes hablados a velocidad de ametralladora por Groucho), y lo mismo ocurrió con la comedia sofisticada que cultivó maneras más elegantes, empleó actores con apariencia “normal” en lugar de payasos disfrazados, y apeló con frecuencia a un diálogo inteligente en lugar del mero humor visual.

 

Otros cambios afectaron también la carrera de algunos actores. Hollywood había importado un significativo número de intérpretes europeos que no necesitaban hablar correctamente el inglés, y no todos pudieron aprenderlo con la suficiente fluidez como para seguir funcionando en la pantalla. Emil Jannings volvió a su Alemania natal, otros desaparecieron; Bela Lugosi fue encasillado en papel de monstruo con pronunciación centroeuropea, y en su primer papel sonoro (Anna Christie) a Garbo le adjudicaron el personaje de una extranjera para justificar su acento. El sonoro produjo todavía otros cambios, incluso en la censura, pero ésa es otra nota.

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