La patria es el otro

Libros / 28 febrero, 2019 /

Patria, de Fernando Aramburu, recorre más de 30 años de la historia del País Vasco y ETA en una novela emotiva, adictiva y demoledora.

Por Rodolfo Santullo

Uno puede asumir que ciertas cosas —posturas políticas, regímenes, estados de sitio— han desaparecido cuando la ficción puede tratarlas libremente. Así, aunque el movimiento armado por la independencia del País Vasco ETA depuso sus armas en 2011 (finalmente y después de varias marchas y contramarchas), España no se sintió verdaderamente libre de terror hasta algunos años después. De hecho, y si me permiten la aseveración arriesgada, yo creo que internacionalmente no se vio una España libre del terror hacia ETA sino hasta el estreno de la (muy recomendable) comedia cinematográfica Ocho Apellidos Vascos (2014, Emilio Martínez-Lázaro), porque allí, más allá de la comedia romántica que era eje, los chistes, los mejores chistes, se hacían a costa de ETA, su militancia y el fervor automático que la independencia parecía despertar en los pequeños pueblos de esa zona.

Este es el escenario donde Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) ambienta Patria, un pequeño pueblo de Guipúzcoa , donde los protagonistas serán dos familias, primero unidas por la amistad más fraternal y luego separadas a partir de la intrusión de la militancia en ETA de uno de sus miembros. Para ser más exactos, las protagonistas son las dos matriarcas de las familias. Por un lado, Bittori, la que pierde a su marido Txato en un atentado, y por otro, Miren, la madre de José Marí, quien se vuelve integrante de la ETA y fanático defensor de sus ideas (a las que su madre respalda). Estas dos mujeres, que se criaron juntas, que juntas esquivaron un destino de monjas, que han visto a la familia de la otra crecer y multiplicarse, se distanciarán de inmediato. Primero a partir de las amenazas que ETA hace sobre Txato (un empresario local) para chantajearlo a cambio de apoyo económico y luego, con el asesinato del hombre, de manera irremediable.

Justamente es 2011 el punto de partida de la novela, cuando la deposición de la lucha armada, Bittori decide regresar a su pueblo —el que abandonó luego del asesinato de su marido— para conseguir respuestas. ¿Quién mató a Txato? ¿Cuán cercano a la familia era ese asesino? Y el regreso de Bittori es para Miren —y para casi todo el pueblo— algo intrusivo y violento, un recuerdo de los últimos 30 años —que la novela irá reconstruyendo de manera desordenada temporalmente— de una manera de vivir en el terror, la opresión y la desconfianza. Bittori regresa en calidad de víctima que pide explicaciones, unas que el pueblo tiene demasiado miedo u odio para dar.

Al margen de las dos mujeres, Aramburu propone a las dos familias como protagonistas. Así es que de manera coral —cuidada manera coral, tenemos no menos de 10 personajes estupendamente bien construidos— se nos reconstruyen 30 años en la vida de estas personas —Xavier y Nerea, los hijos de Bittori; Aranxa, José Mari y Gorka, los hijos de Miren; Joxian, el marido de Miren; e incluso el fallecido Txato— y también la novela, más allá de todo lo político, es la historia de sus vidas, con sus alegrías, tristezas, triunfos y desgracias.

Polémica desde su edición —están los que la acusan de mentirosa y manipuladora y los que le exigen mayor condena a ETA, como de costumbre hay reclamos para todos los gustos—, la novela se para en una posición difícil, pero sobre todo difícil de construir: con todas sus mezquindades, sus pequeñas cosas, sus convicciones y sus angustias, los personajes de Aramburu son, antes que nada, gente. Personas increíblemente realistas, en las que uno puede reconocer aristas cercanas, paralelismos, posturas, complejidades y contradicciones que terminan por hacer a todos, sino queribles, al menos empatizables.

Las intenciones de Aramburu en su novela quedan muy claras, pero por si existiera alguna duda, el propio autor introduce en el tercio final de su trabajo una presentación de un libro, con un autor anónimo que no son otros más que él mismo y esta misma novela en cuestión. Y en boca de ese personaje, hace esta declaración de intereses:

«Pero también escribí, desde el estímulo por ofrecer algo positivo a mis semejantes, a favor de la literatura y el arte, por tanto a favor de lo bueno y noble que alberga el ser humano. Y a favor de la dignidad de las victimas de ETA y a favor de su individual humanidad, no como meros números de una estadística donde se pierde el nombre de cada una de ellas, sus rostros concretos y sus señas intransferibles de identidad. (…) Procuré evitar los dos peligros que considero más graves en este tipo de literatura: los tonos patéticos, sentimentales, por un lado; por otro, la tentación de detener el relato para tomar de forma explícita postura política. Para eso están, a mi juicio, las entrevistas, los artículos de periódico y foros como este. (…) Quise responder a preguntas concretas. ¿Cómo se vive íntimamente la desgracia de haber perdido un padre, a un esposo, a un hermano en un atentado? ¿Cómo afrontan la vida, tras un crimen de ETA, la viuda, el huérfano, el mutilado? (…) … procurando trazar un panorama representativo de una sociedad sometida al terror. Quizá exagero, pero tengo el firme convencimiento de que también está en marcha la derrota literaria de ETA.»

Ignoro si estará en marcha la derrota literaria de ETA, pero no cabe duda que Patria es todo un triunfo.

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