Teatro por el mundo

Frankestein no ha muerto

Nota / 28 noviembre, 2019 / Luis Vidal Giorgi

El año pasado se cumplieron 100 años de la publicación de la novela, de la escritora inglesa Mary Shelley (1797-1851), Frankenstein o el moderno Prometeo, motivo por el cual se realizaron algunas adaptaciones teatrales de esta novela del género de terror, o fantástico, una temática poco transitada por el teatro dadas sus dificultades para competir con la intensidad emotiva que alcanza en el cine.

Recuerdo que el director compatriota Pablo Santamaría, ante la mirada escéptica de sus colegas, siempre hablaba con entusiasmo de su interés por presentar una obra de teatro donde el espectador sintiera miedo y se revolviera en la butaca como en el cine; para lograrlo proponía recursos que justamente involucraran al espectador, como el filo de un cuchillo en el respaldo de la silla. Es que era muy difícil competir con el cine en esa sensación que podía provocar la escena de la ducha con el asesino escondido o el ataque de los pájaros en una película de Hitchcock. Hoy en día, esas escenas, ante el despliegue de recursos fílmicos, también se han vuelto ingenuas en el cine, tanto que los pájaros de Hitchcock se han pintado en un mural de un centro comercial de Montevideo como decoración. En el cine los efectos especiales han adormecido esa sensación de sorpresa necesaria para el miedo o el suspenso.

LA MUERTE ORIGEN DEL MIEDO

Frankenstein —al que ahora, más que por el cine, se lo conoce por la difusión de Halloween— es la creación de un doctor del mismo nombre —ya que la criatura no tenía siquiera nombre— armada de partes de cadáveres, a las cuales el científico les vuelve a insuflar vida. Pero crea un monstruo que despierta terror y es perseguido, se desencadenan una serie de violencias que el mismo científico sufre. Es especialmente conmovedor el hecho de que el Frankenstein monstruoso le reprocha a su creador que no le ha creado una pareja y sufre su soledad. La obra tienen muchas connotaciones actuales, como la desmesura del poder de la ciencia, el rechazo al diferente, la violencia que está en nosotros y alrededor, la necesidad de amor y algo que viene desde los orígenes del teatro, la trágica consecuencia de nuestras acciones omnipotentes.

Hace unos pocos años se hizo en Madrid una de las primeras versiones teatrales de Franskestein; allí, el protagonista era el actor Raúl Peña, y es interesante la entrevista que le realiza sobre la puesta en escena la periodista Claudia Rizzo, de la cual transcribimos un fragmento:

-El montaje huye de las versiones cinematográficas de Frankenstein para recoger la esencia de la novela de Mary Shelley. ¿Con qué se va a encontrar el espectador?

-Más que huir de ellas, las amplía. En esta versión, que es más fiel a la novela, la criatura no termina siendo un monstruo terrorífico sino un ser racional, sensible y muchísimo más inteligente que su creador.

-Entonces, la criatura no será verde ni tendrá tornillos como llevó en su día Boris Karloff…

-No tiene nada que ver con Boris Karloff (risas). La criatura estará interpretada por dos actores. Por un lado, Javier Botet , que es un individuo con una peculiaridad física bastante definida, encarna a la criatura recién nacida, vulnerable y torpe. Por el otro, José Luis Alcedo representa la evolución del monstruo hacia a una bestia inteligente —ha aprendido idiomas y comprendido tratados filosóficos— y agresiva que se ha criado en las montañas.

-¿El secreto del éxito de esta obra es su atemporalidad?

-Sí, porque habla, entre otras muchas cosas, de un tema eterno, el miedo a la muerte. Lo paradójico es que la novela se confeccionase en la cabeza de una joven de 19 años, eso lo eleva a una categoría de genio, porque no se trata de una obra de terror sino casi de un discurso filosófico.

 -¿Frankenstein es una historia de amor?

-La novela recoge también muchas otras cosas, pero por supuesto que tiene amor. Un amor ciego, obsesivo, incondicional… que permite poder odiar después de haber amado tanto. Cuando eso que tú has creado produce consecuencias adversas como si fuera una bomba atómica es cuando la ciencia adquiere una dimensión de conciencia. Víctor, mi personaje, acabará en un estado emocional muy inestable.

-¿Cuál de los dos es el monstruo?

-Paradójicamente, se tiende a identificar a Frankenstein con la criatura. Esto da una pista de que a lo mejor el verdadero monstruo es el doctor. Pero, sinceramente, no creo que los haya: lo monstruoso es la envergadura de su creación.

SOLO NECESITA UN POCO DE AMOR

Ahora, este año, en el Teatre Nacional de Catalunya, se estrenó otra versión de Frankenstein, que tiene una lectura de acuerdo a los tiempos, quizás por esa capacidad que tienen los clásicos de generar nuevas lecturas, quizás por el abuso que los creadores a veces hacen para decir sus obsesiones y creencias, transformando arbitrariamente los textos, como ha pasado innumerables veces con Shakespeare.

Carme Portaceli es la directora y le ha encargado la versión al guionista de cine Guillem Morales. La cual, según la directora, se centra en un doble viaje: “El de Frankenstein de la luz del conocimiento a la oscuridad de la culpa y el crimen más grande, que es crear un ser y abandonarlo, y el contrario, el de la criatura, que transita de la oscuridad del monstruo a la luz del habla, el razonamiento y el amor”.

Y agrega que, en la obra teatral, adquiere un papel esencial el anciano ciego del que la criatura adquiere los usos humanos, con los que llega hasta a disfrutar de la lectura de El paraíso perdido de Milton y el Werther de Goethe. Mientras que el autor de la versión, en esta su primera escritura teatral, señaló: “Decidimos llevarla al terreno de las emociones, más que al de la ciencia. Nos interesaba más lo que habla de la responsabilidad de crear vida. Lo del desafío a Dios no me importaba tanto. Más que de la divinidad quería hablar de la naturaleza y de lo que supone ir contra ella”.

TODOS SOMOS FRANKENSTEIN

Para generar miedo han aparecido otros espectáculos parateatrales, como en un parque de Madrid donde se hace una recreación de la serie Walking Dead, con jaulas rodeadas de zombis. O una que —llamémosla performance— donde los espectadores son participantes en tanto son encerrados en una casa, celda o habitación, y para salir tienen que resolver determinadas pistas o situaciones; esta actividad lúdica, pero inquietante, ya existe en Montevideo. Por lo que el teatro, ante estos desafíos donde el público vive las situaciones terroríficas, más que competir con buscar esa emoción, debe, como en el caso de las adaptaciones de Frankenstein, humanizar al monstruo que todos llevamos dentro y que solo busca un poco de amor; después de todo, al igual que la criatura de Mary Shelley, estamos hechos también de fragmentos de recuerdos, vivencias y anhelos, e incompletos por siempre.

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