Teatro por el mundo

Femicidios y feminismo

Teatro / 2 marzo, 2020 / Luis Vidal Giorgi

En este enero hubo en nuestro país impactantes hechos de violencia doméstica que culminaron en feminicidio, lo que significó un aumento en las desoladoras estadísticas que llevaron a declarar la situación de emergencia en este tema. Paralelamente, se polemiza desde la sociedad y el ámbito político sobre cuáles deben ser las medidas a aplicar y sobre los alcances del feminismo. El teatro en el mundo está expresando estas situaciones desde distintos ángulos.

 

Uruguay y Puerto Rico, un mismo dolor

El año pasado en Puerto Rico se representó la obra del dramaturgo uruguayo Federico Roca: Día 16; el título viene del dato estadístico de que, en Uruguay, cada 16 días fallece una mujer víctima de violencia doméstica, a lo que se le podría agregar que cada 13 minutos hay una denuncia sobre lo mismo. Sucede que ese doloroso dato numérico surge de dividir 365, que son los días del año, por 28, que son la cantidad de asesinatos. Quiere la coincidencia, con la no menos dolorosa realidad de Latinoamérica, que ese número de muertes en el año sea el mismo en Puerto Rico, esa coincidencia decidió al director Jaime Maldonado a estrenar la obra Roca en su país natal.

Maldonado señaló: “Me enfrentaba con muchas preguntas, porque está basada en la crónica roja uruguaya, pero no se aleja de la crónica que vivimos en Puerto Rico y en toda Latinoamérica… Lo que buscamos es visibilizar esa violencia de género e intrafamiliar rampante que vivimos en Puerto Rico y denunciarla, porque pensamos que, como artistas, tenemos la responsabilidad. Esta es la forma que sabemos hacer, y es la forma en que pensamos que podemos construir un mejor país”.

La obra fue estrenada en la Universidad de Puerto Rico y llevada a otros ámbitos del país, para generar conciencia sobre esta problemática. Una de las actrices estudiante de la Universidad, Ángela Puyol, expresó en la prensa de su país: “Como mujer es frustrante, triste y doloroso, porque no hay educación para combatir la violencia y las microviolencias que vivimos constantemente. El gobierno no lo considera una prioridad cuando nos toca a todos. No busca la manera de atender responsablemente este problema. Como no podemos esperar, el arte es una de las herramientas para darles vida a esas voces y educar”.

La dramaturgia de Federico Roca se ha focalizado en mostrar situaciones de violencia y discriminación, como en el caso de otra de sus obras más representadas: Seis, todos somos culpables, sobre asesinatos de mujeres trans; o Mi vida toda, sobre la aberrante práctica de la ablación del clítoris a mujeres consideradas histéricas, en clínicas de Inglaterra y Estados Unidos.

 

Uruguayo en Barcelona

Buscando información sobre esta temática contemporánea, nos encontramos con la noticia de una obra de otro uruguayo en el exterior, se trata de Ever Blanchet, quien se formara en Club de Teatro en Montevideo e integrara El Galpón en los años setenta, una de sus obras estrenada en dicho teatro fue Los patios de la memoria. Blanchet se radicó en Barcelona y fundó la sala Gaudi en esa ciudad. Allí estrenó de su autoría, el año pasado, la obra Karen. Nuevamente al otro lado del océano, el tema tiene relación con “crímenes machistas”, según destaca la información. El autor Blanchet señala que muestra: “La supervivencia de los valores machistas en el seno de la familia también en el caso de personas con estudios superiores y alto nivel cultural”.

La obra consta de dos matrimonios “que comparten un trágico secreto, cuyo encubrimiento les obliga a enviar a sus hijos a la otra punta del mundo, indagando sobre los límites morales ante un homicidio por violencia de género”. Aquí, más que la denuncia sobre hechos que están en la prensa diariamente, se trata de interpelar al espectador sobre las opciones éticas ante la protección de un hijo que se ve implicado en un delito.

 

¿Dónde está el actor?

Pero el arte escénico no es solo contenido, la búsqueda de nuevas formas en su expresión también lo define y lo agita, por eso señalemos un polémico llamado “teatro documento”, pues si bien el tema es igual a los anteriores, la violencia machista, su forma se acerca a las performances de los artistas visuales, ya que los límites entre las artes se han diluido contemporáneamente, a veces con audacia creadora, a veces como simples caprichos egocéntricos del artista. En este caso que vamos a mencionar, la polémica es aún mayor, pues no hay actores en vivo, que es la esencia del teatro, por lo que denominarlo teatro ya es cuestionable.

Se trata de la obra del español Àlex Rigola, un director teatral transgresor, cuyo título es Macho Man, según señala la información: “Los espectadores-participantes entran en grupos de seis en un espacio laberíntico de 200 metros cuadrados, compuesto por 12 estancias, llevando unos auriculares que hacen de guía y ayudan a completar la composición espacial y la vivencia individual a través del ambiente sonoro y/o musical. Cada una de las 12 estancias tiene un carácter independiente y autónomo y exige del participante una voluntad receptiva muy activa. Imágenes, sensaciones, vivencias encaminadas a concienciar sobre la violencia de género en la pareja, en la familia y en los entornos laboral, social y judicial”.

Sugerente propuesta que incluye videos y grabaciones con testimonios, pero sin actores en presencia y presentes, en mi opinión, no es teatro, en todo caso es para-teatral. Más allá de las causas justas, defendamos la emoción estética que viene del fondo de los tiempos, la cual se produce al ver los cuerpos vivos de actores y actrices contando una historia, expresando emociones, intercambiando energías con el espectador, sin pantallas de por medio, en auténtico 3D.

 

Por el otro sexo políticamente incorrecto

Y para lo último, veamos otro ejemplo de distinto signo, ya el teatro para conservar su capacidad de convocar debe polemizar además de mostrar las carencias sociales, señalemos entonces un espectáculo de quien es considerada una de las mayores renovadoras y provocadoras de la escena española: Angélica Liddell, quien también en sus espectáculos trasciende las fronteras y tienen un carácter performático, tanto que ha recibido el premio de la Bienal de Arte de Venecia en el 2012. Además, si en la obra de Rigola hay ausencia de cuerpos, en las obras de Liddell hay sobreexposición de cuerpos desnudos, y el suyo propio, que es central en sus obras.

En Madrid presentó, luego de varios años de una suerte de exilio, una coproducción con Francia de una versión muy libre, por supuesto, de la clásica novela, del norteamericano Nathaniel Hawthorne (1804-64), La letra escarlata; ambientada en una sociedad puritana del Siglo XVII, la protagonista tiene una hija nacida de un adulterio y es obligada a coser sobre su ropa la letra A y es sometida al escarnio público; la obra tiene otras situaciones que hacen el desarrollo del drama, como que el padre de la niña luego resulta ser el reverendo de la comunidad. Pero la puesta de Liddell toma la novela pero crea otras varias situaciones y metáforas de mayor complejidad. La obra se inicia de esta manera, según Raúl Hernadez, en su crítica de El País: “Dos escenas yuxtapuestas abren el espectáculo. Por una parte, la de un niño en un patín hoverboard que se ve atraído por el busto caído y ruinoso de Sócrates, y gira alrededor suyo. Al otro lado del escenario, dos idílicos Adán y Eva, salidos del díptico de Durero, abrazan la tumba callada de Hawthorne, que como sabemos es la tumba que reúne finalmente a los amantes condenados en esta novela”.

Pero lo que nos interesa compartir es que Liddell con su reivindicación de las zonas oscuras de la pasión y el sexo, con sus doce hombres desnudos, que en la obra son inquisidores pero también son árboles del bosque, donde en la noche surge lo dionisíaco, pretende cuestionar lo que ella llama el nuevo puritanismo de lo políticamente correcto, que en España ha propuesto prohibir obras de arte de la literatura y los museos, como Lolita de Nabokov o pinturas con Zeus raptando al adolescente Ganimedes. Asimismo se opone al movimiento Me Too.

Y por eso, en su espectáculo sostiene lo siguiente: “La ley de la poesía resulta censurada, apartada, rechazada por los tribunales invisibles de la corriente de los tiempos que condenan al ostracismo todo aquello que les parece nauseabundo. Antes era la religión. Ahora la ideología. La ideología es lo contrario al pensamiento. En los tiempos de Hester, la religión y la ley eran una sola cosa. Hoy se pretende que la ideología y la ley sean una misma cosa, y se exige al arte que sea ideología, y por tanto que sea la misma cosa que la ley. La única rebelión digna es la del espíritu contra la banalidad”.

Como vemos, los matices en las expresiones del arte sobre las nuevas demandas referidas a los derechos son amplias; en lo que hay acuerdo es en que esta situación actual tiene que cambiar, por necesidad y justicia, hacia dónde… el tiempo dirá.

 

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