Centenarios: Robert Aldrich

Estrictamente, el centenario del nacimiento de Robert Aldrich se cumple el próximo 9 de agosto, de modo que en puridad este ciclo bien podría ir el mes que viene. Pero adelantarlo unos días tampoco es un pecado. En una escena de la miniserie Feud, dedicada a la larga rivalidad entre Bette Davis y Joan Crawford (quienes actuaron juntas bajo las órdenes de Aldrich en ¿Qué pasó con Baby Jane?), el director, encarnando en la pantalla por Alfred Molina, tiene una discusión con el productor Jack Warner y éste le dice, despectivamente, que no se las dé de artista porque nunca va a ser otra cosa que un realizador de clase B. Es posible que la escena tenga visos de realidad, pero en todo caso sólo probaría que Warner, que a veces tenía razón (en una larga lista de personalidades a las que se les preguntó cuál había sido la mejor película producida por su empresa a lo largo de los años contestó más correctamente El tesoro de Sierra Madre mientras todos los demás respondíanCasablanca), en otros casos se equivocaba. Menospreciar a Aldrich pudo ser uno de sus errores. Admitamos que se trató de un error comprensible. Como buen director “de estu – dio” antes de tener su propia productora, Aldrich hizo mucho de bueno, regular y malo: es difícil defender en su trayectoria (o en la de cualquiera) películas como Cuatro por Texas(una comedia western sin gracia al servicio del Rat Pack de Sinatra, donde ni siquiera faltaban los Tres Chiflados) o El rabino y el pistolero. Pero el mejor Aldrich está en otro lado. Está en el oficio narrativo ya se advirtió en sus primeras películas, desde su debut con el western Apache (1954), que propuso una reivindicación del indio que no estaba mal pero que sería mejor si los productores no hubieran impuesto un final feliz muy postizo, hasta la inmediata Veracruz (también 1954), que era una aventura dinámica y energética. Pero está también en la dosis de cuestionamiento crítico que hubo en Intimidad de una estrella(1955, sobre entretelones sórdidos de Hollywood, a partir de pieza teatral El gran cuchillode Clifford Odets), en la audacia de decir que en los altosmandos del ejército norteamericano podía haber ineptos y cobardes (Ataque, 1956), o en el clima alucinatorio de El beso mortal (1955), que utilizaba una novelita insignificante de Mickey Spillane para proponer la metáfora de un universo desquiciado. Inevitablemente, esas audacias lo obligaron a ser otras veces más convencional (Scorsese ha dicho que todo director que quiera sobrevivir en la industria deba hacer “una película para sí mismo y una para ellos”, siendo “ellos”, obviamente, los productores) No hay mucho para defender en el melodrama Tal como somos (1956), vehículo al servicio de Joan Crawford, o en Furia en las montañas(1959), trivial aventura bélica que también desaprovechaba al gran Robert Mitchum, y a lo sumo corresponde elogiar la habilidad con que estaba manejado el suspenso en la historia de desactivadores de bombas de Diez segundos al infierno (1959), aunque el drama no importara. Hubo más sustancia (y algo de tragedia griega) en el espléndido y subestimado western Último atardecer (1961) y mucha menos en Sodoma y Gomorra (1962), peplum bíblico rodado en Italia donde a lo sumo se salvaba alguna escena de acción. Pero en casi todas esas películas están las virtudes y los defectos que Aldrich confirmaría en su cine posterior, a menudo realizado a través de su empresa Aldrich and Associates: una intermitente preocupación crítica, una considerable capacidad narrativa, cierto regusto por la exageración y el efectismo. Este último rasgo lo condujo acaso, inevitablemente, a lo que alguien ha denominado “cine de terror con viejas” (¿Qué pasó con Baby Jane?, Cálmate dulce Carlota, ambas con Bette Davis acompañada, respectivamente, por Joan Crawford y Olivia de Havilland), donde había grand guignol pero también mucho oficio. Pero también pudo volver, con crueldad y talento, al cine bélico (Doce del patíbulo), o trazar una metáfora violenta de los años de la Gran Depresión (El emperador del Norte) Entre una cosa y otra hizo también películas olvidables, pero vale la pena recuperar algunas de las mejores.