Uruguay, 1924
Dirección: Juan Antonio Borges
Guión: Juan Antonio Borges, Antonio de la Fuente. Fotografía: Henry Maurice e Isidoro Damonte. Elenco: Arturo Scognamiglio, Norma del Campo, Luisa von Thielmann, Remigio Guichón Núñez, Carlos Russi, Judith Acosta y Lara
Duración: 61 minutos
Si los comienzos del cine uruguayo se parecen a los de otros países del mundo, su desarrollo posterior fue por cierto mucho más lento. Al respecto hay que tener en cuenta la pequeña superficie y la escasa densidad de población del país, que implican una estrechez del mercado interno que han hecho tradicionalmente poco redituable el negocio, y prácticamente ilusoria la idea de una recuperación de costos dentro de fronteras de la producción nacional. Esos problemas se agravarán con el paso del tiempo.
Muy poco del material rodado en las primeras décadas del siglo ha sobrevivido hasta el presente. Un incendio en la casa Glucksman, otro en la División Fotocinematográfica del ex Ministerio de Instrucción Pública; un tercero en los depósitos de Noticias Uruguayas, acabaron con él. Hay que llegar hasta 1924 para encontrar el primer ejemplo de largometraje de argumento culminado exitosamente en el Uruguay: Almas de la costa o Los gauchos del mar, realizado por el fallecido doctor -entonces estudiante de medicina- Juan Antonio Borges. Cuatro años antes, Borges había hecho sin embargo otro intento que quedó inconcluso, Puños y nobleza, producido por los Estudios Montevideo Films de Eduardo Figari y protagonizado por el entonces famoso boxeador Angelito Rodríguez.
De ese modo, Almas de la costa se convierte en el primer (casi) largometraje nacional. En la copia existente, restaurada con la ayuda de la Cineteca Nacional de México, se hace algo difícil seguir la anécdota, pero otros méritos resultan en cambio visibles. Sin saberlo, Borges estaba inventando el neorrealismo: su película prescinde de los artificios y los acartonamientos de mucho cine comercial extranjero de la época, sale a buscar a sus improvisados intérpretes (entre los que hay pescadores, gente humilde) en su propio medio, intenta reflejar su ambiente y sus problemas, y desliza incluso una cuota de preocupación social. Esa vocación realista no será frecuente en la producción uruguaya posterior (otro ejemplo podría ser El pequeño héroe del Arroyo del Oro, 1929 de Carlos Alonso), a menudo financiada con fines benéficos e interpretada por (y destinada a) gente de alta sociedad, y mayoritariamente compuesta por comedias mundanas (Del pingo al volante de Roberto Kourí) o melodramas improbables (¿Vocación?, de Rina Massardi).
Con la perspectiva de los años, la búsqueda de la autenticidad emprendida por Borges y su empleo de un lenguaje preciso y ajustado a su asunto, parecen una actitud cultural particularmente válida y anticipan la culminación del film de Alonso.
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