
Entrevista a Leonardo Sosa
Teatro / 30 junio, 2025 / Luis Vidal Giorgi
Leonardo Sosa: “Y la obra, aparte de ser divertida, simple y ‘tierna’, también será una invitación a interpelar nuestras propias certezas, expectativas y presiones”
Leonardo Sosa (1997) es un artista egresado de la Escuela de Arte Escénico de El Galpón, quien luego continuó su camino formativo en otros ámbitos, el cual ha incluido la Tecnicatura de Dramaturgia del INAE y una estadía como becario de la Comedia Nacional. Ahora estrena su primera obra en el Teatro Circular con el sugerente título El uruguayo (o la ceguera de la esperanza).
-Egresaste de la última camada de la escuela de El Galpón; no permaneciste mucho tiempo en la institución. Luego, fuiste buscando tu propio camino artístico y estuviste como becario en la Comedia Nacional, siempre acompañado de la guitarra, y ahora en el rol de dramaturgo y director. Contanos cómo ha sido este periplo artístico. ¿Sentís que te has ido afirmando como artista y que has evolucionado, para llegar a la escritura teatral?
-Sí, el camino se fue afirmando de forma lenta, pero sin pausa, lo cual me gusta —aunque hay cosas que me hubiera gustado que no me costaran tanto—. Pero no sé si la evolución es “para llegar a la escritura teatral”, creo que más bien siempre fue para hacer lo que realmente tenía ganas de hacer. Cuando salí del liceo, me anoté en la Facultad de Humanidades. Quería escribir, pero todo lo que hacía era leer, analizar y teorizar, pero nunca escribir. Entonces, la dejé y entré en El Galpón, que fue mi segunda casa y mi cuna del arte. Aparte de hacer la escuela de actuación, ya el primer año estaba adentro del teatro, haciendo de apuntador en alguna obra, asistencia de dirección, en el taller con los maquinistas, de acomodador, de limpiador…, hasta trabajé de sereno cuidando el teatro de noche por varios meses. En mis cuatro años de carrera no hubo rincón ni rol que me quedara por hacer en ese teatro. Y yo entregaba tanto porque ese amor era correspondido. Nunca dejaron de abrirme las puertas, venía Aderbal de Brasil a dirigir Incendios y ahí me ponían. Venía Sanchis Sinisterra de España y ahí me llamaban. De alguna forma, creo que veían mis ganas y mi entrega por el teatro y me decían “vení, aprendé, aprovechá”, y yo siempre iba. Y eso me fue formando inconscientemente como director y dramaturgo, pero a mí me salía natural. Porque, aparte de la actuación, a mí me interesaba realmente cómo funcionaban las áreas, cómo trabaja cada rubro, ver los espectáculos de distintos puntos de vista y ser cada vez más consciente de todo lo que tiene que estar funcionando a la vez para que el teatro suceda. Y cuando terminé la escuela, me hicieron parte del elenco y de la comisión artística, o sea: me siguieron abriendo las puertas… y al mes mandé mi carta de renuncia. Nadie entendía nada. “¿Cómo este gurí, que venía a todos los ensayos, a todas las funciones, que actuaba, limpiaba baños y hacía asistencias a directores/as internacionales, se va?”. Tiene que ver con lo que decía al comienzo. Para mí algo se había agotado. Necesitaba otra cosa y tuve que ser fiel a lo que sentía. También yo quería encontrar mi voz… Yo tenía una fuerte necesidad de fortalecer mi personalidad, artísticamente hablando, de encontrar mi lenguaje, y no quería posponerlo por ningún mandato ni ninguna institución. Aparte, eso es trabajo de uno con uno mismo, no te lo da una institución, un maestro o un lugar, seguramente te lo da la acumulación, la experiencia, un periplo, como vos decís.
Justo en pandemia entré a la Tecnicatura de Dramaturgia, que siempre la había querido hacer y no había podido por estar estudiando la carrera de actuación. Y una vez que entré me la devoré. Había acumulado mucha información y experiencia práctica en El Galpón, y tenía muchas ganas de volcar todo eso ejercitando una escritura y, sobre todo, una mirada personal en torno al teatro.
Siempre nos decían “esta tecnicatura tiene dos años, pero nadie la termina en dos años”. Y yo la terminé en dos años. De mi generación fui el único en terminarla en dos años. Y al año siguiente quedé como becario en la Comedia Nacional. En definitiva, siempre traté de no dudar de mis convicciones y mi intuición sobre dónde, cómo y para qué hacer teatro. Y, sobre todo, de sostener las convicciones internas y los principios y valores en los que creo, aunque desde afuera a veces no se entienda, te aconsejen lo contrario o el clima no sea tan favorable. Y de esa forma llegamos a El uruguayo…
-El título hace alusión directa a un modo de ser, que lo identifica. ¿Hace referencia a una visión sobre la identidad uruguaya?
-Sí, hace referencia, pero indirectamente. Elegí conscientemente el símbolo de un jugador de fútbol para ponerlo sobre la escena, porque es algo a lo cual sensiblemente tenemos mucho apego, historia y devoción en este país. Y como humanos que somos, las cosas que idealizamos siempre son muy difíciles de cuestionar, analizar o tener una mirada no tan pasional. Entonces, nuestro deseo es que parte de nuestra identidad uruguaya se vea reflejada, no tanto en los personajes mismos, sino en lo que el público pone en ellos. En la actitud, los sentimientos, las ilusiones y las expectativas con las que el público vaya siguiendo la obra. Si la historia la contamos bien, la pelota va a quedar del lado del público, eso es seguro. Y la obra, aparte de ser divertida, simple y “tierna”, también será una invitación a interpelar nuestras propias certezas, expectativas y presiones.
Pero, por otro lado, sí, la identidad uruguaya está jugada directamente por el contexto ficcional donde sucede la obra. Un barrio lejos del centro de Montevideo, como en el que nací yo, con un lenguaje cotidiano, cercano. Y mi hermano es jugador de fútbol profesional. Dedicó toda su vida a eso y yo viví todo su camino bien de cerca. Así que gracias a eso yo puedo atravesar un cliché y tener un sostén para que mi imaginación pueda contar el día a día de alguien que se dedica a ese oficio, lo que genera en el entorno y sobre todo sus planos más simples, silenciosos y humanos, que son los que interesan para el teatro. Yo creo que el fútbol en la obra termina siendo el transporte para hablar de otra cosa.
–Pero además de la alusión al fútbol, como parte de esa identidad y ámbito posible para mejorar socialmente, también se hace presente la visión desde la juventud. ¿Parece que esas esperanzas de salir adelante, del ascenso social no siempre se cumplen?
-Sin dudas que no siempre se cumplen. Eso es un hecho. Pero hay algo más complejo para mí dentro de esa pregunta, que es: suponete que se cumplen. Una vez cada tanto. ¿Por qué las necesitamos? ¿Por qué las soñamos y la gente se desvive por ellas?
La obra no trata de decir “mirá que esto se cumple” o “mirá que esto no se cumple”. En la obra tratamos de plasmar un recorrido en el cual juegan un papel muy importante (como siempre) las expectativas, las esperanzas, las presiones, y a raíz de eso preguntarnos cuáles son los motores para tales expectativas, tales presiones, tales esperanzas. ¿De dónde vienen? ¿Por qué? ¿Se pueden regular, manejar o transformar? Son preguntas que como equipo nos hicimos, y yo como joven me sigo haciendo en esta sociedad, y para las cuales no tengo respuestas (creo que los personajes de la obra tampoco las tienen). Yo confío en el público, no lo subestimo. No tengo que formularle la pregunta y darle la respuesta. Confío en que el público tiene que disponerse a que le contemos una historia y hacer un ejercicio, y ese ejercicio es solo, acompañado, o en una masa de espectadores, pero fundamentalmente interno.
–Respecto a la puesta, ¿algo que quieras señalar?
-Sí, quiero señalar sobre la puesta el trabajo del elenco. El trabajo de Nahuel Delgado que me acompañó en este proceso durante dos años, confiando y apostando a que lo que teníamos que contar valía la pena, lleve el tiempo que me lleve. A Stefani Santos, que se subió a una obra que ya estaba empezada (con lo difícil que eso es) y nunca paró de exigirse a sí misma. Y el trabajo de Virginia Rodríguez como asistente, que está en todos los detalles y tiene una alegría, fuerza y humildad infinitas. Para mí, la puesta en escena de esta obra es el actor y la actriz. Está enfocado en ellos. Siempre fue el foco la actuación. Para mí, el actor y la actriz son la materia prima del teatro. Sin su trabajo, su entrega y confianza, ningún proceso resiste dos años y medio, por buen director y dramaturgo que seas.
-¿Dónde está la esperanza para que el teatro uruguayo siga manteniendo una riqueza de propuestas y convocando espectadores?
-En nosotros y nosotras, hacedores y hacedoras del teatro. Yo no pondría algo tan sagrado y tan especial como la esperanza para que el teatro uruguayo siga fortaleciéndose en un lugar o alguien que no sea nosotros y nosotras, que trabajamos de esto. Si hablamos de “justicia”, ahí entran otras cosas: leyes, presupuesto, instituciones, el Estado, etc. Es otra discusión. Pero si hablamos de “esperanza”, yo la dejaría en nuestras manos. No esperaría por nada ni por nadie. Y siento que es tanto una responsabilidad y batalla grupal como individual. La riqueza en la propuesta se da por consecuencia, si cada ser creador no se traiciona a sí mismo. De dónde viene, sus gustos, su intuición, sus principios, sus valores, su identidad. Solo siendo fiel a eso se puede generar una singularidad. Yo veo una esperanza ahí, en grupos que sigan sus propios tiempos de proceso. No idealizando a quien está en veinte proyectos al mismo tiempo como si eso tuviera un valor en sí mismo, o fuera una especie de meta. Yo trato de decirme a mí mismo: “No te olvides de dónde venís”, “quedate agradecido”. Y también: “Las metas y los sueños no son a cualquier costo”. A veces el costo es más importante. Y las metas hay que posponerlas, o evaluar si realmente valen. No hay que perder de vista eso.
Yo ahí veo esperanza… y si internamente damos un salto en estas cuestiones, puedo asegurar que hacia afuera el cambio del clima se va a ver. El público lo va a percibir… Y nosotros y nosotras, internamente, estaremos con más calma.