
Entrevista central: Héctor Guido
Entrevistas Centrales / 30 junio, 2025 / Luis Vidal Giorgi
HÉCTOR GUIDO:
“Las actuaciones tienen que navegar entre lo trágico y lo absurdo de la cotidianeidad sin subrayarlo. Eso es lo que le da vida y verdad a estos personajes”
Héctor Guido, luego del suceso de Agosto, vuelve a la dirección con una obra de un autor relevante del teatro latinoamericano, el brasileño Oduvaldo Vianna Filho (1936-1974), Nuestra vida en familia, donde la cotidianeidad de una familia adquiere una dimensión mayor que se proyecta y refleja los dilemas sociales de ayer y de hoy.
–Oduvaldo Vianna Filho, pese a fallecer joven, proyectó una obra fundamental en el panorama de la dramaturgia brasileña, que se continúa en el tiempo por su vigencia. De hecho, El Galpón puso en escena uno de sus títulos más representados Rasga Corazón, y, en tu caso, dirigiste esta misma obra en el 2007 con otro elenco. ¿Cuáles serían algunos de los componentes, tanto en su estilo como en los temas que aborda, de la dramaturgia de Vianna?, ¿qué destacarías?
-Oduvaldo Vianna Filho, a pesar de su temprana muerte, construyó una obra que sigue teniendo una vigencia conmovedora. Su teatro nace del compromiso con la realidad social y política de su tiempo, pero trasciende lo coyuntural: interpela, incomoda, revela contradicciones. Y esa es una de sus mayores virtudes.
En 2007 tuve el privilegio de dirigir Nuestra vida en familia, y este año, casi dos décadas después, vuelvo a reencontrarme con esta obra, con otro elenco —solo dos integrantes del elenco anterior continúan— y en otro contexto. Lo asombroso es cómo el texto sigue resonando con fuerza. Algunos actores repiten sus papeles, otros se suman por primera vez, pero el conflicto que propone Vianna —el de una familia que es también metáfora de una sociedad tensionada entre el pasado y el futuro, entre la revolución y la resignación— sigue tan vigente como entonces.
Vianninha tenía una capacidad notable para escribir personajes con una densidad política y emocional al mismo tiempo. No hay esquematismo en sus obras. Hay contradicciones, heridas abiertas, desencanto, memoria y también esperanza. Su estilo, cercano al realismo, pero con rupturas estructurales, evita el lugar común. Hay una oralidad vibrante en sus diálogos, una teatralidad que surge de lo cotidiano, de los vínculos familiares, pero que proyecta un trasfondo colectivo y profundamente ideológico.
Destacaría especialmente su mirada crítica hacia la clase media progresista, su desilusión con ciertas formas del poder, y su constante reflexión sobre las formas de la lucha política. Todo eso está en Nuestra vida en familia, una obra donde lo íntimo y lo político se cruzan en cada escena.
Volver a dirigir esta obra es una reafirmación de un teatro que no se conforma con entretener, sino que busca entender y transformar. En ese sentido, Vianna sigue siendo un faro.
–Y en Nuestra vida en familia, ¿cuáles son los temas que plantea la obra? ¿De qué manera un ámbito doméstico refleja el contexto social de su época y de la actual?
-La obra de Vianna Filho plantea una cantidad de temas que siguen latiendo con fuerza hoy: el desencanto, la precariedad, la tensión entre generaciones, la falta de perspectivas. Pero hay uno que resuena con especial urgencia en este momento: el cuidado de las personas mayores. En esa casa que se viene abajo, una de las figuras más potentes es la del padre, olvidado en una habitación. Es un espejo brutal de cómo nuestra sociedad muchas veces arrincona a los adultos mayores, los vuelve invisibles, una carga más que un legado. Y eso, en lo cotidiano de una familia, se vuelve una bomba emocional. ¿Quién se hace cargo? ¿Qué lugar ocupan los mayores en una cultura que idolatra la productividad y descarta lo que no rinde? La casa como territorio afectivo se vuelve también un campo de batalla donde se juegan responsabilidades, afectos y abandonos. Y eso, tristemente, sigue siendo hoy un tema acuciante.
–El teatro brasileño se caracteriza por una dinámica ingeniosa de los diálogos y las situaciones, pero sin trascendencia, con naturalidad y hasta humor. ¿Cómo se expresa en la obra y en las actuaciones?
-Es cierto. Hay en el teatro brasileño una musicalidad en el habla, una fluidez que parece cotidiana, pero que esconde una gran elaboración. En esta obra, eso se traduce en una dinámica constante entre los personajes, una especie de coreografía verbal que fluye con naturalidad. Y como director, trabajamos con el elenco para que esa naturalidad no anule la densidad dramática. El humor está, pero no como alivio, sino como defensa, como herramienta de supervivencia. Las actuaciones tienen que navegar entre lo trágico y lo absurdo de la cotidianeidad sin subrayarlo. Eso es lo que les da vida y verdad a estos personajes.
-¿Podríamos decir que también muestra que lo personal es sutilmente político?
–Sin duda. No hay nada más político que una familia tratando de sobrevivir en condiciones adversas. Las decisiones cotidianas —quién come primero, quién trabaja, quién sueña, quién calla— son profundamente políticas. Vianna no baja línea, pero lo dice todo. Y como espectadores, sentimos esa tensión. Porque esa casa es también un campo de batalla ideológico, donde los mandatos, las desigualdades, las violencias, se manifiestan en cada rincón, sin necesidad de grandes discursos. La política está en los cuerpos, en las miradas, en lo que se dice y en lo que no.
–Me impactó leer que Vianna terminó esta obra en su lecho de hospital al final de sus días. ¿La familia que muestra tiene una carga emocional que genera empatía?
-Sí, absolutamente. Saber que Vianna escribió esto enfrentando su propia muerte le da una dimensión profundamente conmovedora. Pero más allá de eso, la obra tiene una ternura soterrada, una humanidad que traspasa el texto. Estos personajes no son héroes ni víctimas. Son seres profundamente reconocibles, incluso en su desamparo. La familia que muestra está atravesada por tensiones, silencios, frustraciones… pero también por vínculos que, aunque estén resquebrajados, insisten en sostenerse. Eso genera una empatía inmediata. Y en medio de ese derrumbe, estos padres, que ya nadie parece poder cuidar, toman una decisión radical y luminosa. Es en ese acto final donde la obra encuentra su gesto más tierno y libre.