Entrevista Central: Carlos María Domínguez        

Entrevistas Centrales / 3 noviembre, 2020 /

    “Dura, fuerte y alocada”

El año pasado se celebró el setenta aniversario del teatro El Galpón; esta larga y rica historia se merecía un libro que recopilara la peripecia de un teatro independiente que sigue vigente y enfrentando a nuevos desafíos como los actuales. Para su realización se convocó a Carlos María Domínguez, por su trayectoria y ductilidad —que lo ha llevado a recorrer distintos géneros: el periodismo, la novela, el cuento, biografías, crónicas de viajes, obras de teatro con la solvencia que lo caracteriza—, y a ediciones de Banda Oriental, para asegurar la calidad que requiere la concreción de este proyecto. El resultado, que estará a disposición del público en el mes que corre, es un libro intenso y entretenido que nos pasea por las distintas épocas y contextos que fueron pautando una historia épica y alocada, que también echa luz sobre los procesos que fueron cimentando nuestro entramado cultural.

Dura, fuerte y alocada, este es el título que elegiste para el libro sobre la historia de El Galpón, a partir de una investigación de más de un año para su concreción. ¿Cuáles serían las primeras reflexiones que te dejó el trabajo que acabas de culminar?

-Separamos por disciplinas y géneros la actividad cultural, pero forman una sola trama histórica con numerosos intercambios. En la historia de El Galpón confluyeron actores y directores, artistas plásticos, escritores, críticos teatrales y cinematográficos, bailarines, periodistas, artistas de distinta procedencia, y muchos integrantes de las fuerzas sociales y políticas del país. Dio forma a un gran cauce de colaboraciones en la búsqueda de un teatro que, a fuerza de acompañar las luchas populares y las tensiones de la vida nacional, acabó por involucrarse con sus logros y sufrimientos, al grado de convertirse en una experiencia colectiva inusual, inédita fuera de las fronteras del país.

-¿Podrías señalar cuáles serían, según tu criterio, los momentos más significativos de esta singular historia?

-La fundación es decisiva, no solo por inaugurar la cronología, también por la forma inesperada y hasta diría teatral en que se llevó adelante, dejando en el grupo un espíritu más atento a los argumentos que a las sumisiones, lo que se perpetuó como un sesgo deliberativo hasta la actualidad. La transformación de la ruinosa barraca de Mercedes y Roxlo en teatro, el gran salto al edificio de 18 de Julio, el descubrimiento de Brecht, el acercamiento audaz al teatro criollo, a las murgas, a los clásicos; la cárcel, el exilio y la resistencia, los ascensos y caídas de los liderazgos, la lucha incansable por apoyar y sostener el teatro independiente, dan una selección tentativa. Pero no encuentro momentos menos significativos porque en la historia de este teatro los actos de ficción se deslizan a los dramas de la realidad y, como en una cinta de Moebius, vuelven a subir al escenario, las obras de repertorio se mezclan con las del cemento, las campañas, los compromisos sociales, y cada etapa de El Galpón acompañó la cultura y la política del país hasta estos días.

-¿Cómo se explica la vigencia de una institución con 71 años de vida?

-Se trata de una épica cultural. En el inicio hubo una fuerte convicción sobre el lugar que debía ocupar el teatro de arte, el propósito por llevarlo adelante dio forma a una fraternidad de esfuerzos personales que reunieron el talento con la voluntad y encontraron la forma de transmitirlo como legado de una generación a otra. Más allá de los éxitos y los fracasos, que van y vienen en una producción cultural de tan larga trayectoria, la vigencia de El Galpón es, creo yo, la de la vocación solidaria por sostener las condiciones elementales para que el teatro sea posible en el país, y por encontrar una vez más, como les transmitió Atahualpa del Cioppo, respuestas estéticas a preguntas históricas que todavía no han sido formuladas. La pretensión es tan alta como la dificultad en llevarla a cabo. Pero desde sus inicios, esa es su historia.

-Ya casi terminado el libro irrumpe la pandemia que afecta al mundo y, en especial, las actividades presenciales como el teatro. En ese contexto El Galpón responde rápidamente proponiendo una seria de medidas para continuar con su tarea, apoyándose en la ciencia y protagonizando un proceso de discusión no exento de rispideces con las autoridades del Ministerio de Cultura. Fuiste un espectador privilegiado e interesado, ya que el acontecimiento implicó que escribieras el relato de la peripecia que aún se está viviendo. ¿Cómo observaste este hecho inesperado, que exigió una vez más repensar la sobrevivencia de la institución?

-La pandemia disparó una flecha envenenada al corazón del teatro y su amenaza masiva, en todo el mundo, repartió cadáveres y acusaciones, profundizó heridas y exacerbó los conflictos en muchos órdenes de la vida. Encontró al teatro uruguayo en malas condiciones y al nuevo gobierno apremiado por tomar las riendas de un caballo que de un momento para otro se le encabritó en el aire. La capacidad de reacción de El Galpón frente a la pandemia fue asombrosa. Solo una institución con esta historia podía sobreponerse y volver a ponerse de pie de la forma en que lo hizo, apelando a una generación recién salida de su escuela, a un protocolo sanitario de ciencia ficción y a una red solidaria con todo el teatro independiente. Una respuesta puede improvisarse, pero no las condiciones para que la respuesta irrumpa. Entiendo que los ruidos con el ministro de Cultura fueron pasto de conflictos no saldados, más deudores del pasado que de una buena discusión sobre el presente y el futuro. La pandemia no hizo más que soplar el fuego. La anécdota envejecerá pronto, pero podemos quedarnos con la encrucijada que enfrenta el teatro frente a un Estado que en el peor momento vuelve a abandonarlo a su suerte. La rebaja del subsidio a la actividad teatral prolonga la incomprensión de su valor en la cultura nacional. Hay una distancia flagrante entre las reverencias a la cultura uruguaya de los políticos de todos los partidos y su confianza en que los problemas que enfrenta pueden y deben ser resueltos por tracción a sangre de sus protagonistas.

-Tu obra literaria incluye, además de ficción, trabajos que han investigado el legado de artistas e instituciones relevantes en la historia de nuestra cultura: (Construcción de la noche, sobre la vida de Juan Carlos Onetti; El Bastardo, sobre la vida de Roberto de las Carreras y Clara García de Zúñiga; Tola Invernizzi. La rebelión de la ternura; y el libro de Cinemateca titulado 24 ilusiones por segundo). Después de este recorrido y desde la perspectiva que te da haber nacido y haberte formado en la Argentina, ¿cuáles serían las características que vertebran el desarrollo de la cultura nacional?

-No lo sé. Pero sin duda El Galpón, como Cinemateca, son instituciones que se han hecho al margen de las preocupaciones del Estado, con empeños personales que podrían considerarse milagrosos, sobre todo si se tiene en cuenta que partieron de la más absoluta precariedad; todavía arrastran no pocas dificultades y antes y ahora encontraron su mayor sostén en la relación de su vocación por el arte con el público. Son experiencias típicamente uruguayas y están integradas al patrimonio cultural más legítimo del país, como la obra de muchos artistas que sin gozar de otro beneficio que las penurias y alegrías de su propio trabajo hicieron que exista una cultura en el país. La precariedad y el empeño son una marca, las modestas proporciones del público, la apelación solidaria para ganar fuerzas, la idea de que no hay ninguna condición para que el arte progrese como no sea la que se invente con la fuerza de la imaginación y alguna ayuda estatal o municipal son otras señas de la trama. A mí me parece que hay una trama en la cultura uruguaya que se armó, digamos, en los primeros cincuenta años del siglo pasado, un tejido abigarrado y rico, por lo creativo, lo solidario, lo discutidor, por su intención fundante, que se crispó en los años sesenta y fue dañado con saña en los setenta, durante la larga dictadura. Después vino un período de dispersos esfuerzos de reparación en medio de nuevas gestualidades, prescindencias y tecnologías, y si hoy pudiésemos recuperar algo, aunque solo fuese una parte del viejo espíritu generoso y fundador, la cultura de este país saldría fortalecida.

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