
Entrevista central: Anthony Fletcher
Institucional / 30 mayo, 2025 / Luis Vidal Giorgi
ANTHONY FLETCHER: “Todos eran mis hijos es un drama intenso, pero muy conmovedor también”
Anthony Fletcher es un director inglés, afincado en nuestro país desde hace años; ha dirigido los principales elencos montevideanos, como la Comedia Nacional, el Teatro Circular y, en varias oportunidades, El Galpón, donde ahora vuelve a estrenar un texto del dramaturgo norteamericano Arthur Miller (1905-2005).
-Arthur Miller es un autor fundamental del teatro norteamericano y mundial, que generó su obra en el siglo XX, retratando desde su realismo social las grietas del sueño americano. El Galpón ha puesto en escena varias de sus obras, como las emblemáticas Muerte de un viajante, El precio, e incluso la que vas a estrenar, Todos eran mis hijos, en 1998. Desde tu visión, como un director inglés formado en su medio angloparlante y ahora desde hace años afincado en nuestro país, ¿cuáles son los aspectos de la vasta obra de Arthur Miller que valorás como relevantes y cuáles mantienen su impacto teatral?
-Miller fue hijo de inmigrantes que lograron hacer fortuna en sus primeros años en Estados Unidos, pero luego lo perdieron todo con la crisis del 29. Así que él conoció de cerca el llamado “sueño americano”: el sueño de triunfar, de hacerse rico… pero también la falsedad que muchas veces esconde ese sueño. Por eso, en todas sus obras hay un cuestionamiento profundo a un sistema que fabrica ilusiones, muchas veces vacías o destructivas. Todos eran mis hijos también aborda ese tema, de forma muy clara. En un momento, Joe —el dueño de la fábrica en cuestión, que se enriqueció durante la guerra— dice: “El sistema es así”. Y ahí aparece esa mirada tan lúcida de Miller, que señala cómo ese sistema sigue vigente incluso hoy.
-Todos eran mis hijos se ambienta en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Ahora que no solo se escuchan tambores de guerra, como se decía antes, sino también drones de guerra: ¿esta obra adquiere nueva vigencia?, ¿cuáles son los temas y virtudes de la obra que más te interesan destacar?
-Absolutamente, la respuesta es sí. Estados Unidos, Europa, China, Rusia… todos esos países se enriquecen aprovechando el mercado de armas. Y si miramos la cantidad de conflictos que hay hoy —en Palestina, en Ucrania, en otras regiones como el Congo, Sudán, México—, más allá de las ideologías, lo que vemos es que la guerra permite que ciertas personas se hagan muy ricas. De eso habla Todos eran mis hijos, que se basa en un caso real: una fábrica de aviones de guerra que entregó piezas defectuosas, que aun así se usaron, y como resultado murieron pilotos. Pero más allá del hecho puntual, la obra nos confronta con una realidad actual: la industria armamentista es hoy la más poderosa del mundo, incluso por encima del petróleo o el narcotráfico. Y hay que cuestionarlo. Eso está en la obra, y sigue siendo necesario insistir en esa crítica. Lo que vemos que está ocurriendo en todos esos países da tristeza… y también vergüenza. Yo, como inglés, lo siento profundamente: ver cómo esa industria sigue enriqueciendo a algunos a costa de tanto dolor.
– La obra está inspirada en un caso real de corrupción en la construcción de aviones de guerra, ya el presidente y general Eisenhower alertaba en 1961 sobre el peligro que implicaba un creciente “complejo militar industrial” que podía poner en riesgo “nuestras libertades o procesos democráticos”. ¿Qué opinión te merece esto en el contexto de la obra?
-Sí, ya mencionamos el complejo militar-industrial. Hay quienes sostienen que ha sido una de las principales fuerzas que han movido la historia. Basta pensar en algunas guerras: la invasión a Irak, los bombardeos en Palestina hoy, todas las intervenciones militares de Estados Unidos en los últimos cincuenta años. Creo que en la obra está presente la semilla de una crítica a ese mundo, algo que, curiosamente, en su momento, se atrevió a señalar un presidente como Eisenhower. Claramente, en Todos eran mis hijos hay una denuncia que apunta a una herida mucho más profunda. Miller se enfrentaba a los grandes temas de su tiempo —y también del nuestro—, y por eso es un dramaturgo tan relevante: no tenía miedo de hablar sobre cuestiones fundamentales, como la forma en que se construyen la política y la sociedad en Occidente.
– Hay conflictos familiares presentes en varias escenas. ¿Señalarías algunas situaciones dramáticas y/o diálogos que ilustren y definan a los personajes?
-No quisiera señalar una escena o un diálogo en particular, como propone la pregunta. Parte de la fuerza de la obra está en poner bajo la lupa algo que compartimos todos: la familia. El conflicto entre Chris y su padre, Joe, pero también con su madre, Kate, es muy potente, incluso con ciertos matices melodramáticos —aunque habría que tener cuidado con esa palabra—. Pero esos son, justamente, los building blocks, los ladrillos del drama familiar. Miller es como un investigador o un cirujano que explora ese núcleo con precisión. El resultado es un drama intenso, pero también profundamente conmovedor.
-Respecto a la puesta en escena, ¿qué aspectos destacarías que han guiado tu labor directriz?
-La verdad que esa pregunta me hace reír un poco. El director tiene que estar atento a todos los elementos del espectáculo: la escenografía, la iluminación, el vestuario, la música y, por supuesto, la actuación. Mi trabajo consiste en pensar, sudar y trabajar para que todos esos elementos se articulen de la mejor manera posible y logren su máxima potencia en escena.
– ¿Algo más que quieras agregar para los posibles espectadores?
-Lo que me gustaría decir, más allá de que se trata de un drama muy potente, con personajes igualmente potentes, es que resulta muy interesante ver cómo los temas que aborda —y que fueron absolutamente fundamentales en su momento— siguen siendo relevantes hoy. La obra fue un éxito comercial y artístico a nivel mundial; transformó la carrera de Miller y lo convirtió, con sus otras piezas, en una verdadera estrella del teatro. Y la razón por la que eso ocurrió es simple: los temas que plantea —cómo funciona la familia, cómo funcionan las industrias, cómo funciona el mundo— no han cambiado tanto. Hoy en día, esas preguntas que Miller lanza desde el escenario siguen siendo, quizás, más urgentes que nunca.