ENTREVISTA CENTRAL / CAMILA CAYOTA

Actrices / 31 octubre, 2025 / Luis Vidal Giorgi

ENTREVISTA/ CAMILA CAYOTA

CAMILA CAYOTA:

“La obra habla del amor y del poder, pero también de las diferencias sociales, del deseo, de esa constante disputa entre lo que uno necesita, lo que quiere y lo que desea”

Camila Cayota (1989) es actriz, egresada de la última generación de la Escuela de Arte Escénico de El Galpón. En su formación también figura la Escuela de Comedia Musical de Luis Trochón, por lo que aúna el canto y la actuación en su desempeño escénico. En esta instancia interpreta el protagónico de la obra del Siglo de Oro español El perro del hortelano, de Lope de Vega. Conversamos con ella acerca de esta puesta, que viene de tener buen suceso en el Festival de Teatro Clásico de Almagro y que ahora puede disfrutar el público montevideano.

—Vienen de presentar la obra de Lope de Vega en el prestigioso Festival de Teatro Clásico de Almagro, en España. ¿Cómo fue esa experiencia y cuáles fueron las reacciones del público y de otros colegas artistas?

—La experiencia en el Festival del Siglo de Oro español, en Almagro, fue una maravilla. Es una belleza llegar a una ciudad donde se respira Siglo de Oro, donde se respira teatro, donde la ciudad entera acompaña a todo un festival. Se prepara con mucho tiempo de anticipación para recibir visitantes de todo el mundo: elencos, espectadores, directores, productores, etc. Después, durante todo un mes —el mes de julio, pleno verano— se vive una auténtica celebración. Es un mes de fiesta, de resignificar lo que era el verso, el teatro del Siglo de Oro y los grandes autores de aquella época.

Para nosotros, especialmente si llegás desde otros lugares —como Uruguay, Argentina, Chile o cualquier país de Latinoamérica—, ir a España, a Almagro, te atrapa de una manera especial. Es como viajar a otro tiempo, a otro momento. Te reciben de maravilla; les encanta escuchar el verso español recitado por personas que no sean españolas de nacimiento. Eso es muy impactante.

La obra la representamos al aire libre, y eso le daba algo más místico: ese cielo que se veía mientras actuábamos, esa brisa que movía el telón, los vestuarios, el pelo. Había algo que lo hacía todo mucho más vivo, más presente.

Y claro, uno siente que el acontecimiento teatral —al menos a mí me pasa— no empieza en la obra en sí ni cuando se levanta el telón. Empieza desde que llegás al festival, desde que pisás ese lugar: desde los ensayos, desde la interacción con la gente que vive allí, desde el momento en que hacés la obra, desde que terminás y seguís conversando con el público que fue a verla y te agradece.
Al otro día volvés, conocés otras obras, otros elencos… y todo se expande. Se expande el hecho teatral, el acontecimiento teatral.

Por eso, para mí, viajar y representar una obra en cualquier parte del mundo es una maravilla. Y más aún cuando sabés que vas a un lugar donde toda la ciudad se prepara para recibirte.

 —El texto de Lope, con su poesía y su espíritu lúdico, plantea grandes temas alrededor del amor y el poder. ¿Cuáles serían esas situaciones y cómo se trabajan en esta versión actualizada?

—En nuestro caso, Chepe —el director— se basó en una versión de El perro del hortelano de Eduardo Vasco, que ya era una adaptación: con menos actores y una historia más breve, porque si no la obra duraría unas cuatro horas. Esa versión la volvía una comedia más ágil, más contemporánea.

Chepe lo que hizo fue adaptar, a su vez, esa versión de Vasco: hacer una versión sobre la versión. Así, en escena quedaron seis personajes —en realidad siete, porque hay un músico presente durante toda la obra, Martín Sorriba.

En esta comedia tan ingeniosa de Lope de Vega —de esas que se representaban en palacios reales, entre la nobleza— la obra habla del amor y del poder, pero también de las diferencias sociales, del deseo, de esa constante disputa entre lo que uno necesita, lo que quiere y lo que desea.

Nos centramos, en particular, en la imposibilidad de amar de Diana. Toda la obra gira en torno a ella, una condesa, y lo que trabajamos fue encontrar el corazón de ese personaje: esa dificultad para querer y ser querida, para amar y sentirse amada.

Desde el comienzo, en las primeras lecturas y encuentros con el texto, la idea siempre fue recurrir a la verdad y a los vínculos entre los personajes. Más allá de que ya sepamos de qué trata la historia —el amor, el poder, las diferencias de clase, la imposibilidad de la condesa de amar, salvo cuando descubre que su secretario es hijo de un conde y entonces dice: “Ah, bueno, ahora que es conde, me voy a casar con él”—, nos detuvimos mucho en la necesidad real de los personajes.

Ese fue un gran trabajo de Chepe: buscar qué los mueve de verdad. Porque, muchas veces, en la vida, nos movemos por necesidades que no son tan reales, que no nacen del amor ni de lo más humano.

Recuerdo una frase que Chepe repetía en todos los ensayos: “Busquemos la humanidad y el corazón de Diana”. Y esa fue una especie de guía. Todos los personajes debíamos estar a disposición de esa necesidad, del corazón de Diana.

Lope fue muy inteligente: escribió una comedia con veinte personajes, pero todo gira en torno a lo que le sucede a ella. A partir de Diana se disparan los vínculos, las situaciones, las relaciones.

Y creo que, justamente por eso, no era necesario “actualizar” la obra de manera forzada. Simplemente se trataba de dejarnos atravesar por el texto desde este tiempo. Cuando uno está permeable a un texto de hace cuatrocientos años y, al mismo tiempo, a lo que sucede hoy, eso ya alcanza para que la creación esté viva, atravesada por ambas cosas.

 —“El perro del hortelano” se usa para referirse a quien “no come ni deja comer”. ¿Cómo opera esta frase en los vaivenes amorosos de la obra? ¿Podrías señalar algunos diálogos que ilustren la visión y el estilo del autor respecto a estos temas?

—Justamente, “El perro del hortelano” es la frase que da nombre a la obra y la que mejor resume su sentido. Esa expresión —“el perro del hortelano, que no come ni deja comer”— alude de forma directa a lo que hace Diana durante toda la historia.

Ella no puede amar plenamente, pero tampoco permite que el otro ame libremente. Está atrapada en ese deseo contradictorio, en esa lucha entre lo que quiere y lo que no puede permitirse querer.

Los personajes se lo dicen, lo señalan, lo ponen en palabras. Ahí aparece la genialidad de Lope: la capacidad de convertir una frase popular en el eje de una reflexión profundamente humana.

Para mí, la obra habla de la dificultad de amar sin condiciones, del miedo a perder el control, de cómo el deseo puede transformarse en algo doloroso cuando no nos atrevemos a entregarnos del todo.

Los diálogos no solo describen lo que Diana hace, sino que también expresan esa contradicción que define toda la historia.

Frases como “no come ni deja comer”, o alusiones a su indecisión, a su orgullo y al deseo contenido, funcionan como espejos del conflicto central. Cada escena vuelve a ese punto: el querer y no poder, el acercarse y alejarse, el amar con miedo.

Por ejemplo: “No sé, Tristán; pierdo el seso / de ver que me está adorando / y que me aborrece luego”. O: “Es el amor común naturaleza; / mas yo tengo mi honor por más tesoro / que los respetos de quien soy adoro / y aun el pensarlo tengo por bajeza”. Todos, en algún momento, podemos reconocernos en ese lugar intermedio entre el deseo y la imposibilidad.

 —¿Qué destacarías de la puesta en escena?

—A nivel de puesta, este fue un punto muy fuerte del proceso creativo. La dirección de Chepe logró generar un trabajo verdaderamente colectivo, algo que no es sencillo en un contexto donde todos estamos con múltiples proyectos para sostenernos. Conseguir que el elenco comparta un mismo deseo y foco ya es un logro enorme.

Además, la obra alcanzó una belleza notable en lo plástico, lo visual y lo estético. El vestuario de Vladimir Bondiuk es extraordinario; la escenografía y la iluminación, a cargo de Sofía Ponce de León y Belén Perini, trabajan con una delicadeza y una inteligencia difíciles de describir.

La puesta remite a la época —telones, vestidos, elementos nobles—, pero al mismo tiempo incorpora un narrador creado por Chepe, que aporta contemporaneidad. Es un narrador desilusionado en el amor que habla en prosa y dialoga con algunos personajes, trayendo un aire del presente. Al final del último acto, ese narrador se transforma en Ludovico, el conde, padre de Teodoro.

 —Este protagónico es un punto alto en tu carrera, en la que el canto ha sido parte de tu formación. ¿Cómo fue tu proceso para asumir a Diana?

—Creo que los personajes siempre llegan cuando tienen que llegar: ni antes ni después. Diana es un personaje complejo, lleno de contradicciones: lo que siente y lo que niega; lo que piensa y lo que reprime; lo que desea y lo que renuncia. Esa complejidad enriquece el trabajo actoral y conecta profundamente con lo que uno está viviendo en el presente.

Este personaje me trajo de vuelta a un lugar de conmoverme con la actuación y con el hecho teatral. A veces, en la vida institucional, podemos desconectarnos de esa pulsión primera, de esa búsqueda. La dirección permitió habitar territorios de ambigüedad, incertidumbre y sorpresa. Diana vino a recordarnos ese conmoverse, esa tensión permanente entre humanización y deshumanización. Eso no sucede todos los días.

 —¿Algo más para los lectores, posibles espectadores?

—Hay un trabajo muy honesto y riguroso en la interpretación de estos personajes que permite que el verso se entienda plenamente. No siempre es necesario llevarlo a la prosa para hacerlo accesible. Cuando la verdad está en escena, el verso fluye, se siente, se vive.

Los invitamos a acercarse a las profundidades de Lope, a experimentar la musicalidad, el ritmo y la elegancia del lenguaje del Siglo de Oro. Allí hay un pulso teatral único, vivo, que todavía resuena.