Entrevista Central

Entrevista a José Sanchís Sinisterra

Entrevistas Centrales / 1 agosto, 2019 / Luis Vidal Giorgi

 “Quiero que a la salida los espectadores se cuenten sus sueños”.

José Sanchís Sinisterra (1940), es una de las personalidades más destacadas del teatro español, desde los grupos y salas que ha fundado a su extensa dramaturgia representada internacionalmente. Es uno de los directores extranjeros que participa de la programación de este año en El Galpón en su aniversario. Dirige una obra de su propia autoría: El ladrón de sueños.

-Recuerdo haber visto a tu grupo en los años 80 en Colombia con la obra Ñaques de piojos y actores.

-Fue mi descubrimiento de América, la primera vez que crucé el Atlántico. Aterricé en el Festival de Manizales, fue un flechazo a primera vista, había representantes del teatro latinoamericano en un festival muy significativo. Yo siempre digo que en mi vida hay un antes y un después de viajar a América Latina, muy sustancialmente en mi manera de entender el mundo, la gente.

-¿Con esa obra empezó tu grupo el Teatro Fronterizo?

-Empezó en el 77 y el primer montaje fue en el 78 con Gilgamesh, luego una obra de Brecht y La última noche de Molly Bloom. En el 80, hicimos Ñaque de piojos y actores que es una obra muy portátil y recorrimos toda España, otras ciudades europeas y fuimos a Colombia. Es un espectáculo que vivió unos 12 años.

-Ese nombre que también era un concepto -Teatro Fronterizo-, es muy significativo de una postura ante el arte.

-Sigo estando en la frontera de muchas cosas.

Desde ese entonces has recorrido un largo camino, también con una  obra dramatúrgica muy profusa. ¿Cómo vivencias este momento creativo tuyo?

-Es verdad que desde aquella época de los años setenta hasta hoy, he caminado mucho, he evolucionado mucho, he pasado también por muchos altibajos pero siempre sorteando el instalarme en un determinado tipo de reconocimiento ante el cual tengo que adoptar determinadas posturas. Quiero decir, que yo me siento ahora casi tan marginal como al comienzo. Concretamente, en el espacio que estoy dirigiendo en Madrid, no tenemos prácticamente subvención oficial de manera que nos mantenemos de mis talleres, de los que llamamos cómplices que nos hacen donaciones. La publicación Le Monde Diplomatique nos apoya en algún proyecto de contenido social, por lo tanto, yo vivo profesionalmente en una precariedad que no es muy diferente de la que tenía cuando nació el Teatro Fronterizo. Por otra parte me hacen homenajes, me dan premios simbólicos, pero eso no se traduce en un apoyo decidido a lo que estamos haciendo allí en el Nuevo Teatro Fronterizo. El local es una antigua corsetería que lo arreglamos con los que me acompañaron al principio de la aventura en el 2010, a mano, como en los setenta, rascando paredes, derribando tabiques. Yo había estado por diez años en Barcelona en la sala Beckett que yo creé, la dirigí con apoyo institucional. Cuando vuelvo a Madrid me encuentro en la misma situación de precariedad y de frontera, pero se ve que me encuentro bien. Es verdad que he evolucionado y tengo un reconocimiento del que no me quejo en absoluto, pero no sé por qué eso no se traduce en las condiciones de trabajo, de creación, que yo quisiera proporcionar a la gente joven que está colaborando con el Nuevo Teatro Fronterizo. Por ejemplo, yo quisiera que los textos que salen de mis talleres pudieran tener una visibilidad en la sala, pero todavía no es el momento.

-Tus obras representadas en Uruguay fueron ¡Ay, Carmela! en El Galpón dirigida por Derby Vilas, que fue un gran suceso y luego estuvieron: El cerco de Leningrado dirigida por Omar Grasso y luego Perdida en los Apalaches. ¿Quién la dirigió?

-En el año 99 fue Perdida en los Apalaches y yo vine a dirigirla en el Teatro del Mercado, que ya no existe. Fui invitado por Marcelino Duffau.

-En esa obra ya plateabas el tema de la realidad y la ficción. Y con elementos de la física contemporánea.

-Sí, es otra de mis debilidades, a pesar de que yo me considero un fracaso pedagógico de mi padre -que era profesor de física y química- pero no consiguió que entendiera las ecuaciones de segundo grado, pero siempre he tenido inclinación a asomarme al mundo de la ciencia. La física cuántica, la teoría del caos, los fractales, estoy ahora con la neurociencia, todo lo que está gestando el pensamiento científico puede servirnos a nosotros los autodenominados artistas para basarnos menos en la pura intuición, el genio y basarnos en el conocimiento y el saber, no para hacer un teatro didáctico desde luego, pero sí para preguntarnos cosas sobre el ser humano y la sociedad.

-Entrando en la obra que estás dirigiendo, ¿tiene relación con los sueños, los cuales se nutren de imágenes y recuerdos?

-Es uno de los grandes enigmas. Yo con los sueños tengo una relación muy curiosa. Empezó en la literatura, cuando yo estuve investigando sobre Kafka y tratando de entender esa poética kafkiana tan extraña. Me di cuenta leyendo sus escritos que él anotaba sus sueños, sus relatos tenían mucho que ver con la poética de los sueños. Eso me ha seguido acompañando en los años, ahora con la neurociencia, y vuelvo a tratar de entender cómo esa tercera parte de nuestra vida psíquica tiene un significado, nunca llegamos realmente a saberlo. El misterio se mantiene y la obra juega con eso, por lo menos para los procesos creativos. Si vemos la historia del arte, de la literatura, de la música, de las ciencias, hay cantidad de creadores que señalan haber tenido la inspiración o la idea para una obra en el sueño.

-También Kurosawa y Fellini rescataban imágenes de sus sueños.

-Son muchos. Probablemente nunca lograremos saber qué hace ese mecanismo onírico, pero creo que el pensamiento artístico, se nutre más de lo que se suele reconocer de esa lógica del sueño diferente de la lógica real.

-¿Y has soñado con una obra perfecta y luego al despertar no podías recordarla?

-Perfecta no creo. Hasta hace poco no tenía conciencia de anotar los sueños, pero para esta obra tuve que recurrir a otras personas alrededor para que me regalaran sus sueños, que para algunos eran muy nítidos, muy vívidos, pues yo no tenía ese capital. Esta obra todavía no se ha estrenado en España, se ha mostrado en Costa Rica pero ahora además yo asumo la responsabilidad de dirigirla, por lo que es un tema a continuar desarrollando.

-¿Algo que quieras señalar sobre la puesta?

-Hay un aspecto muy emocionante y es que El Galpón me invite a formar parte de los directores extranjeros que celebran su 70 aniversario. Es muy gratificante, por lo que significa El Galpón y América Latina en mi propia actitud ante el mundo. También me resulta muy estimulante enfrentarme a una obra que la escribí hace un tiempo, entonces enfrentarme con ella tiene mucho de aventura, es como si no fuera mía.

Me han proporcionado un equipo artístico y técnico extraordinario, con Guadalupe Pimienta y Bernardo Trías como protagonistas. Y dos jóvenes acompañando a los actores como una suerte de auxiliadores del teatro japonés, que son Lucil Cáceres y Leonardo Sosa. Un equipo con el que me estoy entendiendo muy bien. Está poética no es habitual, vamos a ver cómo llega al público.

-¿Es una reivindicación de los sueños?

-Hay quien opina que los sueños son una forma de conocimiento, yo quiero que a la salida se discuta sobre los sueños y se cuenten los mismos.

-Aunque quizás nos refugiamos en los sueños porque la realidad es muy dura.

-Justamente la obra tiene relación con eso. Un personaje del mundo de la política muy atravesado por la podredumbre que lo habita, en un momento de crisis, en que su partido se ha ido abajo por la corrupción, se encuentra con una muchacha que viene de los bajos fondos que es objeto de la trata de blancas, que es otra de las lacras de la humanidad. Dos seres de dos medios sociales tan distantes se encuentran por la circunstancia de los sueños y establecen una relación que no es amorosa, es una relación de reconocimiento de la identidad humana.

Comentarios