En recuerdo de Walter Etchandy (1950-2021)

Teatro / 30 abril, 2021 /

Esta pandemia está golpeando a distintos sectores de nuestra sociedad y nos tocó al teatro nacional en un amigo cercano, quien integró con sostenida dedicación, desde los años setenta, dos de los teatros independientes, el Galpón y el Circular: Walter Etchandy Antelo. Dueño de una voz de impacto y un sentido del humor permanente, supo crear personajes contundentes en numerosos espectáculos, como el Gobernador en El Herrero y la Muerte, siendo uno de los impulsores en reponerla años después, en el Teatro Victoria, siempre bajo la dirección de Jorge Curi. Con este imprescindible director de la historia del teatro uruguayo, estuvo en varias ocasiones, como la recordada versión de El Coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez, hasta la más reciente sobre textos de Chéjov, Locura de verano. Asimismo, hizo todo el despliegue de su histrionismo, irradiando su humor en sus creaciones de personajes en los textos de Fontanarrosa Ah, machos y Flor nueva de antiguas risas.

Galponero de corazón, El Galpón fue su lugar de origen en su Escuela de Arte Dramático, y cuando la dictadura cerró su institución madre, fue con su grupo a la escuela del Circular, donde participó destacadamente hasta los años noventa para luego volver a El Galpón, donde participó con solvencia, entre muchos otros espectáculos, en Babilonia, de Discépolo; Agosto, de Tracy Lets; o en La resistible ascensión Arturo Ui, de Brecht.

En el cine nacional, cuya actividad apoyó desde un primer momento, participó en las películas: La vida rápida; Reus; Matar a todos y Alelí.

También queremos destacarlo como activo participante en la dinámica del teatro independiente, cuya actividad implicaba esas escuelas de ciudadanía que eran las asambleas; allí, Etchandy, con su voz resonante y sus retórica ejercitada con los jesuitas del liceo Seminario, siempre era una opinión atendible en su aporte al colectivo.

Para este testimonio y homenaje al entrañable compañero, quien justamente siempre estaba atento a los recuerdos, aniversarios y a las reivindicaciones de tantos compañeros con sus fotos y publicaciones en las redes sociales, convocamos para que escribieran semblanzas y emociones a algunos amigos que compartieron durante los últimos años el disfrute de la creación con Walter Etchandy.

Por nuestra parte, aunque compartimos con intensidad los años de formación e inicios profesionales en el Circular, sin embargo queremos rescatar una imagen como espectadores, la cual es el personaje sin palabras —justo a él, que su voz lo caracterizaba— interpretado por Etchandy en la obra En Honor al mérito, de Margarita Musto, sobre los asesinatos de Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini. La obra se desarrollaba en medio de la platea de la sala grande de El Galpón, el público se sentaba alrededor, y en el escenario, con escasa luz, estaba Etchandy sentado observando, cada tanto se levantaba y movía unas cuerdas que colgaban del techo en unos ganchos y daba vuelta unos baldes de agua; la referencia a la tortura acudía, como en la canción de Cabrera con el solo sonido del agua y chirrido de los rieles por los que se deslizaban las cuerdas. Y luego Etchandy volvía a sentarse, a mirar sin pronunciar palabra, con inquietante y ominosa presencia, durante toda la obra. La convicción y modestia con que Walter encarnaba ese mudo personaje eran otras de sus virtudes, porque sabía que estaba aportando desde su rol al conjunto del espectáculo y creía firmemente en lo que la obra trasmitía, características que también son una seña de identidad del teatro independiente, del cual Walter Etchandy fue un compañero siempre presente. Y lo seguirá estando.

 

Luis Vidal Giorgi

 

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Breves líneas para un eterno hermano

¿Cómo resumir 45 años de afecto por un amigo, por un hermano, en unas líneas? Walter Etchandy, el querido “Gordo”, ha partido del escenario de este mundo. Admirador de los Beatles, acopiador de memorias, honrando siempre a los artistas y compañeros que lo formaron y compartieron historias en su ruta por los escenarios. Hicimos juntos la escuela del Teatro Circular, cuando El Galpón lo había cerrado la dictadura, y su escuela quedó a la deriva comandada por nada menos que Nelly Goitiño y Roberto Fontana, para luego ser invitados a formar parte de nuestra escuela. Y ahí, en el año 1976, comenzó nuestra hermandad. Con su estampa de gabán, saco y corbata —su vestuario de funcionario municipal— llegaba a la clase, se cambiaba y aparecía en todo su esplendor con su vozarrón, humor, muchas veces terco, defendiendo sus convicciones y principios, pero noble a la hora de escuchar y reflexionar. Poseedor de un sentido del humor irónico, jugaba al personaje de serio y rudo, para luego esbozar su inconfundible sonrisa. Generoso, solidario, agrupador de gente. Actor histriónico que disfrutaba de la actuación como un niño. Desde esos tiempos forjamos más que una amistad. Compartimos varias obras, como El Herrero y la Muerte. Libretamos juntos, y con Tito Bolani, las inolvidables “circulareadas”, en las que parodiábamos no solo a nuestro Teatro Circular sino a todo el teatro montevideano. A sala llena, nos reíamos de nosotros mismos. Con Walter aprendimos y pasamos los mejores años de la rica historia del Circular. También apareció Ah, machos en nuestro camino. Compartimos años de éxito, de giras por España, Brasil, Argentina, Colombia y Venezuela. Con anécdotas que no alcanzaría una revista para contarlas. Gracias al Gordo quedaron muchas fotos y filmaciones. Cuando nos fuimos del Circular, cada uno siguió su camino artístico y de vida. El volvió a sus orígenes, a El Galpón. Nuestra hermandad continuó, junto a los otros “machos”: Domingo Lado y Enrique Vidal. Hacedor de familia, haciendo un culto de las mismas. Tenía bien escondida, y nunca se le vio haciendo alarde de su soledad ni de sus misterios. Fue un hombre de acción, de hechos, con convicciones fuertes, y atrás de esa figura de ese “señor”, siempre hubo una sonrisa llena de ternura y sensibilidad. Se me detienen los dedos sobre el teclado, y no puedo imprimir palabras que expresen lo inabarcable. Han sido días de lágrimas, de profunda tristeza. Nunca pensé que perder un amigo fuera tan desgarrador. Parecía que Walter era para siempre. Y como escribí por ahí: Walter no se murió, se eternizó… Y sé que en futuras charlas de los machos y de la cantidad de amigos que cosechó, nos volveremos a reír de anécdotas y momentos felices que compartimos… y con esos recuerdos él nos habitará, y estará siempre entre nosotros… Gracias por tanto, querido amigo, querido hermano…

Fernando Toja

 

Para Walter

 

La obra Ah, machos, más allá del fenómeno artístico de enorme repercusión, significó para quienes fuimos parte del mismo, un ámbito de estrecho y creciente compañerismo. De ello se desprende el haber compartido incontables experiencias, dentro y fuera del escenario. Nos regaló, además, la maravillosa oportunidad de viajar, conocer pueblos, ciudades y culturas muy disímiles, tanto en Uruguay como fuera del país.

Recuerdo, entre tantas salidas, cuando en 1992 fuimos invitados a Rosario (Argentina) a participar en un festival regional de teatro, representando al Teatro Circular. Cumplíamos, a su vez, el anhelado deseo de llevar la obra a la ciudad de donde era oriundo y residía el gran Fontanarrosa, autor de los textos inspiradores del espectáculo. Pudimos así disfrutar y compartir la presencia del Negro, quien con su reconocida humildad nos recibió amablemente

Integrábamos la delegación ocho varones, por no decir machos, quienes éramos: Hugo Leao, Jorge Irigoyen, Daniel Ridao, Domingo Lado, Enrique Vidal, Jorge Bolani, Fernando Toja y quien se nos fue hace poco, el querido Walter Etchandy.

Culminando el festival, en una especie de cena final compartida por todas las delegaciones, se generó, como era de esperar, un clima de jolgorio a modo de despedida. El desafío surgido espontáneamente entre los grupos asistentes fue el de darle paso al canto representativo de cada país, a modo de clásico intercambio de ofrendas culturales. Ello dio pie a que cada delegación mostrara y trasmitiera su ductilidad en el área musical. Los brasileros como era de esperar, con cucharas y vasos, entonaron una tradicional canción con ritmo y afinación, casi perfecta. Los bolivianos recurrieron a expresiones musicales indígenas, con canto y algún instrumento típico, recibiendo el reconocimiento y aplauso de los presentes. Mientras esto iba ocurriendo, los ocho oriundos del país de Obdulio nos mirábamos nerviosamente con cara de “¡¿y cuando nos toque a nosotros que hacemos?!”. Ninguno tocaba ningún instrumento ni era capaz de intentar alguna aproximación rítmica con cucharas o tenedores, como lo hacían fácilmente los brasileros. Las delegaciones seguían ofrendando su arte nacional, incluyendo a unos de los mozos rosarinos que con su grave voz entonó un tango que emocionó a los presentes… Hasta que llegó el momento angustiosamente esperado de escuchar: “Bueno, a ver los uruguayos, que canten algo”. La vergonzosa respuesta fue: “No, no, somos muy malos, je je. La contrarrespuesta fue: “No, eso no vale… tienen que cantar algo… un candombe, ¡sí, un candombe! Las caras de los ocho inútiles ya no contaban con mecanismos de defensa. No había forma de escapar al desafío de la insistencia, acariciando a esa altura la categoría de maleducado desaire. Cuando el tiempo de la espera para que los machos orientales cantaran —o al menos ¡hicieran algo!— ya era insostenible, Walter, con gran valentía y sin temerle ni una coma al ridículo, se paró y con su grave y maravillosa voz se dirigió a las delegaciones de la siguiente manera: “Bueno, ya que los compañeros de las otras delegaciones nos han regalado y deleitado con su arte de diferentes maneras, e insisten amablemente en que la delegación uruguaya que integro interprete algún tema que nos identifique, yo quisiera, humildemente, dejarles una canción que pertenece al actual Gobernador de Tucumán, el Sr. Ramón Ortega (pleno Gobierno de Menem) y que suena más o menos así…”. Ante nuestra absorta mirada y respondiendo a la incertidumbre colectiva del grupo —que se traducía en “¡¿qué va a hacer?!”—, el Gordo comenzó a cantar y, como buen actor, a “interpretar” la canción de Palito. Ante el silencio empezó a entonar: “No es nada, / nada, nada, no es nada, / nada, nada y es todo, / todo, todo en la vida.”. Al terminar su interpretación recibió tres tipos de devoluciones: la de las delegaciones que lo aplaudieron a rabiar con bravos y chiflidos incluidos; el aplauso con sorpresa de algunos funcionarios organizadores del evento vinculados a organismos culturales del Gobierno de turno —es decir, peronista— ante la invocación de Walter a Ramón y no a Palito, como gobernador y no como cantante; y el aplauso más que sonriente de sus compañeros de Ah, machos, que no podíamos creer lo que acababa de hacer. Lo primero, sacarnos del apuro; lo segundo, dar rienda suelta a su maravilloso humor sarcástico e irónico, aplicado en este caso al impresentable gobierno menemista; y por último —y una vez más—, hacernos reír y disfrutar de su repentismo humorístico, una de sus mayores armas en el diario convivir.

El Gordo Walter —que no era gordo, pero para nosotros sí— fue un tipo maravilloso, un gran amigo, por sobre todo, leal, transparente, sincero y solidario. En su apariencia de ser un hombre hosco, duro, estructurado, escondía un gran capital de ternura y cariño, al que trasmitía de una manera muy particular.

Me cuesta creer que se haya ido. El tiempo deberá ayudarme para que me acostumbre a su ausencia fisica. El que yo conocí, mi amigo del alma, seguirá acompañándome.

Hasta siempre, querido Walter.

 

Enrique “Gallego” Vidal

 

 

AL GORDO ETCHANDY

 

Era pura presencia,

su cuerpo como una casa,

su voz atronadora,

su humor ácido

con el que solía esconder la ternura.

 

Era presencia pura,

en el camarín,

en la hora previa,

mientras se ponía la máscara

y nadie parecía ser más feliz.

Y en el escenario,

cortando el pelo,

mientras el coronel esperaba el correo,

gobernando tierras,

cuando el herrero engañaba a la muerte,

saboreando el café de los machos,

o regenteando la comisaría

de un sueño de barrio.

 

Era pura presencia

También en el teléfono,

o en la pantalla de la compu,

cuando ofrecía siempre el recuerdo vivo

con su caudalosa colección de fotos

de nuestras aventuras teatrales

y de su amadísima familia.

Así se fue forjando,

a pura presencia,

artística y militante,

en el Circular, en El Galpón y en el Victoria,

en SUA y en FUTI,

con su vida en tres colores

que ostentaba orgullosamente.

 

Era pura presencia

y nos la quitaron de una,

impiadosamente.

 

No será fácil

pero, como siempre sucede,

depende de nosotros

que esa fraternal presencia

siga siendo.

Eduardo Cervieri

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