Columna de cine

El pulso de un maestro

Cine / 29 noviembre, 2019 / Guillermo Zapiola

Es probablemente el mayor cineasta norteamericano vivo, y el que ha mantenido esa posición con mayor consistencia en el último medio siglo. El irlandés, último estreno del gran Martin Scorsese, confirma esa vigencia.

 

¿Más de lo mismo? Tal vez, si no se pretende que en esa expresión asome un mínimo de carga peyorativa. ¿Lo mismo pero mejor? Puede ser una forma más adecuada de decirlo.
Es indiscutible, de entrada, que en El irlandés Martin Scorsese regresa a lo que, con cierta imprecisión, puede denominarse “su mundo”: el gangsterismo, Little Italy, la violencia, la culpa. Naturalmente, hay una cuota de equívoco en esa afirmación: decir que Scorsese es fundamentalmente un director de películas de gangsters es casi lo mismo (y casi tan equivocado) como simplificar a John Ford en “realizador de westerns”. Hay quince westerns entre las 68 películas sonoras de Ford, y la temática de Scorsese abarca, además de mafiosos diversos, desde películas dedicadas a músicos famosos (The Band, Bob Dylan, los Rolling Stones) hasta dramas de época (La edad de la inocencia, Silencio), musicales (New York, New York), fantasías infantiles (La invención de Hugo Cabret), obras dedicadas a Jesús (la polémica La última tentación de Cristo) y el Dalai Lama (Kundun) y dos excepcionales documentales sobre, respectivamente, los cines norteamericano e italiano. El tema tampoco agota otras de sus obras, de Taxi Driver a El rey de la comedia o Toro salvaje, aunque asomen por cierto en Calles peligrosas, Buenos muchachos, Casino, Los infiltrados o en El irlandés que nos ocupa ahora.
Resulta inevitablemente tentador reunir Buenos muchachos, Casino y El irlandés en una trilogía en la que no solamente hay similitudes de tema sino también hacen acto de presencia varios de los integrantes de lo que, estableciendo otra relación con Ford, podría denominarse la Stock Company de actores de Scorsese: Bobby De Niro, Harvey Keitel, Joe Pesci. Hay otros cómplices frecuentes delante y detrás de la cámara: actores como Bobby Cannavale y Ray Romano, la indestructible montajista Thelma Shoonmaker. La vida real, con probables variantes aportadas por un libro intermedio de Charles Brandt y el guionista Steve Zaillan, proporciona el tema: el auge y caída del famoso líder del sindicato de camioneros Jimmy Hoffa (Al Pacino), contemplados desde la perspectiva de un colaborador cercano que, según el film (el punto admite discusiones), tuvo un papel fundamental en el debatido, nunca esclarecido final del personaje.
A lo largo de tres horas y media que parecen más cortas, la película sigue varias décadas de la vida de sus personajes, desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta los años setenta, a través de los recuerdos de un ya muy anciano De Niro recluido en un sanatorio. Quien haya visto el documental de Scorsese sobre el cine norteamericano recordará acaso el capítulo que el director dedica allí al film noir, y su observación de que los mejores ejemplares del género habían comenzado ya en los cuarenta —luego del auge de los gangsters cinematográficos de la Warner de la década anterior— a convertir al crimen organizado en la metáfora de la sociedad “normal”.
Esa idea está en El irlandés, entrelazada con otros apuntes que convierten al film en un resumen de la historia de los Estados Unidos en el período: allí se señala el apoyo de la Mafia (vía el viejo Joe Kennedy) a la candidatura de JFK en 1960, la colaboración del crimen organizado con movimientos anticastristas (incluyendo Bahía de Cochinos) en un intento por recuperar privilegios perdidos en La Habana, el combate de Robert Kennedy en su condición de Fiscal General contra los manejos mafiosos de Hoffa, hasta el detalle de que el capo Sam Giancana y Jack Kennedy compartieron una amante. Hay que admitir, de todos modos, que la película no llega a afirmar, como otras fuentes, que la muerte de Hoffa tuvo como objetivo desembarazarse de alguien que sabía demasiado sobre el asesinato de Kennedy, y prefiere la interpretación de que se trató de un ajuste de cuentas por malos manejos en el sindicato de camioneros.
Precisiones históricas al margen, la película es un modelo de narración cinematográfica, que avanza con ritmo seguro, más dinámico al comienzo, más calmo a medida que los personajes envejecen, y con una habilidad en el empleo del flashback para ilustrar algún aspecto importante del tema (son tétricamente divertidos también los carteles que se adjudican a varios de sus personajes para anticipar su muerte violenta). Igualmente, la técnica digital está inteligentemente utilizada para marcar el paso del tiempo y su efecto sobre la edad de los agonistas.
Habría que preguntarse si el título no es un error, o un pista falsa. Porque, con toda su importancia, el personaje de De Niro no deja de ser el segundo papel de la película. Aunque tenga menos pantalla, el gran personaje es Jimmy Hoffa, y la avasallante composición de Pacino no permite que el espectador lo olvide.  Comparativamente, y aunque no está mal, Bobby parece, en cambio, un tanto apagado; la otra real gran actuación de la película es la secundaria de Joe Pesci. Sigue siendo uno de los grandes títulos del año, claro.

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