Historia del cine

El cine va a la guerra

Cine / 30 diciembre, 2019 / Guillermo Zapiola

Winston Churchill dijo cierta vez, y muchos lo repitieron después, que en la guerra la primera víctima suele ser la verdad. Cuando se desencadenó la Segunda Guerra Mundial todos los bandos se lanzaron a hacer películas que defendían sus respectivas causas y cuestionaban a su enemigo, y el resultado fue con frecuencia la abundante caricatura. También hubo un cine de calidad.

Como ya se señalara en una nota anterior, Hollywood tuvo ciertas reticencias iniciales con respecto a los totalitarismos (alemán y japonés sobre todo, en menor medida italiano) responsables del desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial. Puntualmente, cineastas emigrados de Europa (Dieterle, Hitchcock, Litvak, Chaplin) y menos estadounidenses (Borzage, los Tres Chiflados) alertaron tempranamente sobre la amenaza nazi, pero se necesitó de Pearl Harbor para que la industria decidiera, masivamente, encarar la producción de cine patriótico y propagandístico.
Hollywood dudó incluso cuando el gobierno de Roosevelt insistió en que el cine se sumara al esfuerzo de guerra: los productores desconfiaban, razonablemente, de la interferencia gubernamental, aunque terminaron negociando con ella y aceptando su supervisión. Así pudo darse el caso, por ejemplo, de que el círculo de izquierdistas que rodeaba al presidente emitiera un dictamen negativo contra el proyecto de Warner de rodar Casablanca (1942), porque se entendió que el personaje de Rick, interpretado por Humphrey Bogart, era demasiado cínico y descreído para representar a la causa aliada. En serio. “You must remember this.”
El hecho es que la industria terminó plegándose al esfuerzo de guerra, y mientras algunas estrellas combatían al enemigo en el mundo real (James Stewart piloteó veintidós misiones de bombardeo sobre Alemania), otras fortalecían su carrera haciéndolo en la pantalla (John Wayne). Hubo casos en que la opción de enrolarse fue el resultado de una tragedia personal: Clark Gable lo hizo tras la muerte en un accidente de aviación de su formidable esposa Carole Lombard (protagonista, dicho sea de paso, de la espléndida comedia antinazi de Lubitsch Ser o no ser). Para entonces las dudas iniciales se habían disipado, y entre 1941 y 1945, se hizo un cine peleador en el que hubo pocos matices. Resultaba claro quiénes eran los Buenos y quiénes los Malos, como lo recordara alguna vez Bart Simpson al decir que ha habido solamente dos guerras buenas: la Segunda Guerra Mundial (porque del otro lado estaban los nazis) y la Guerra de las Galaxias. No se puede negar que de todos modos se hizo buen cine en Hollywood y en otros lados durante esos años (en notas posteriores habrá que ocuparse de las cinematografías de los demás países en conflicto), y que talentos indiscutibles efectuaron su aporte al esfuerzo de guerra.
Alfred Hitchcock no necesitó cambiar demasiado su estilo (apenas, la nacionalidad de sus villanos) para contribuir a ese esfuerzo. Luego de Corresponsal extranjero (1940), que terminaba con el periodista Joel McCrea llamando a la resistencia contra Hitler, se ocupó de disparar contra quintacolumnistas nazis en Saboteador (1943) y en enfrentar a los pasajeros de un barco hundido contra el capitán del submarino alemán que los atacara en Ocho a la deriva (1944). Fritz Lang, que había visto de cerca el nacimiento del monstruo, contó en La caza del hombre (1941) un ficticio intento falllido de Walter Pidgeon por matar al Führer, y fantaseó sobre el asesinato del jerarca nazi Renhardt Heydrich por parte de resistentes checoslovacos en Los verdugos también mueren (1943), que vale por su inventiva visual, pese a las tonterías del libreto en el que colaboró Bertolt Brecht. Billy Wilder describió en Cinco tumbas a El Cairo al mariscal Erwin Rommel con acentos mucho más oscuros de los que Hollywood utilizaría luego en dos películas en las que lo encarnó James Mason (El zorro del desierto, 1951; Ratas del desierto, 1953). Esta vez Rommel tenía el rostro del gran Erich von Stroheim, ese “hombre al que usted querrá odiar”.
Tampoco Howard Hawks tuvo que desviarse demasiado de su universo habitual para contribuir a la lucha. Quizás fue más impersonal en El sargento York (1941), que idealizaba a un pacifista (Gary Cooper, en el papel que le valió su primer Óscar) que se convirtió en héroe bélico durante lo que para entonces ya se llamaba la Primera Guerra Mundial, pero su personalidad asomó claramente en El bombardero heroico (1943), donde la historia de la tripulación del avión del título reiteraba los temas hawksianos del trabajo en equipo, el profesionalismo, y el grupo inorgánico al que las circunstancias adversas galvanizan. Por su parte, de la mano de Raoul Walsh, Errol Flynn combatió a nazis y japoneses en varias películas, con una culminación en la notable Aventuras en Birmania (1945), una de las mejores de todos los tiempos.
Puede resultar divertido, empero, examinar un poco más de cerca los contenidos de algunas de las películas. En la respetable The Purple Heart (1944) de Lewis Milestone, el espectador aprendía que los japoneses eran todos crueles y autoritarios, a diferencia de los chinos, que eran simpáticos, cultos y encantadores (diez años después se nos contaría otra cosa). Es más sorprendente hoy encontrar un puñado de películas prosoviéticas: en Días de gloria (1944) de Jacques Tourneur, Gregory Peck encabezó a un grupo de rusos buenos que peleaba contra nazis malos. En una película hoy inencontrable, Misión en Moscú (1943) de Michael Curtiz, se narraba las peripecias de Joseph Davies, embajador norteamericano en la URSS, con aprobación de las políticas de purga stalinianas y denuncia del trotskismo como cómplice del nazismo. En Sombras en la nieve (1943) de Gregory Ratoff, el músico norteamericano Robert Taylor recorría una Unión Soviética feliz hasta que llegaban los nazis. El caso más llamativo puede ser el de La estrella del Norte (1943) de Lewis Milestone, donde otros soviéticos felices (en este caso, para peor, ucranianos que en la vida real venían de sufrir el Holodomor) bailaban al son de la balalaika hasta que llegaban los alemanes. Esa última película conoció un destino peculiar: reapareció diez o doce años después con el título de Ataque blindado, remontada y con un comentario agregado en la banda sonora acerca de lo malo que eran los comunistas.

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