Dura, fuerte y alocada: la historia del Teatro El Galpón

Institucional / 30 diciembre, 2020 /

El pasado 9 de noviembre estaba previsto el lanzamiento del libro Dura, fuerte y alocada, sobre la historia de El Galpón, escrito por Carlos María Domínguez, pero la situación sanitaria existente lo impidió. Igualmente, el libro está en librerías y en el hall del teatro, en el local de Banda Oriental, sello editor de esta apasionante historia que nos cuenta el esfuerzo colectivo por fundar y sostener el teatro independiente; levantar de la nada cuatro salas de espectáculos, resistir la cárcel, el exilio, la censura y sucesivas crisis económicas templó una de las más originales aventuras del teatro latinoamericano. La edición incluye más de 50 fotos a todo color.

Fragmento de Dura, fuerte y alocada
La historia de El Galpón, por Carlos María Domínguez

Fuenteovejuna

 

El año 1969 cerró con Fuenteovejuna, uno de los más recordados hitos de la historia de El Galpón, por la complejidad de su realización y la enorme afluencia de público, que la llevó a mantenerse en cartel durante tres años. La versión estuvo rodeada de controversias públicas porque Taco Larreta y Dervy Vilas adaptaron el clásico de Lope de Vega a la situación política que atravesaba Uruguay, cada vez más cerca de las impiedades que denunciaba la obra en Fuenteovejuna: los desquiciados y aberrantes abusos de un Comendador sobre un pueblo modesto y tranquilo, hasta el definitivo acuerdo de matar al tirano y repartir la culpa entre todos.

En un reportaje aparecido en el diario De Frente, los responsables de la adaptación esclarecieron que habían suprimido «todo lo que no les interesaba», reestructuraron escenas y establecieron «un orden que diera coherencia a los propósitos de Lope y a los nuestros». «Primero, se trató de hacer comprensibles algunos arcaísmos. Segundo, los mismos cortes que hicimos, por ejemplo la supresión de los reyes en la intriga, nos obligaron a retocar escenas… Se trataba de establecer nexos para lo que ocurriría posteriormente. Lo que acortamos fue el prólogo, el epílogo y algunas canciones. Aquí el camino fue conservar en lo posible una línea estilística sin pretender hacer una imitación de Lope, pero sí conservando la atmósfera del original».

El texto era versificado, de modo que Taco Larreta puso cuidado en afianzar el dominio del verso y se sorprendió del desempeño de muchos alumnos de la Escuela. Pero en la obra había batallas y escenas de masas, y la apuesta requería medio centenar de actores, así que incorporaron nuevos integrantes y empezaron a ensayar en un club. Rodeado de tantas personas en acción, Taco se vio obligado a utilizar un silbato para detener las escenas. «¿Qué cobrás, referí, si ni lo toqué?», le respondieron durante un ensayo, despertando la carcajada general.

Mientras la obra se preparaba, las deudas contraídas provocaron una crisis financiera que obligó al administrador, Yamandú Solari, a recurrir al auxilio de China Zorrilla. Necesitaban fondos frescos y la llamó a Buenos Aires para pedirle una presentación en El Galpón. China no tenía nada preparado, pero se tomó un avión y en pocos días improvisó el espectáculo Hola… hola… hola…, 1, 2, 3, que había presentado en Punta del Este en enero del 68, tres monólogos integrados por La voz humana, de Jean Cocteau, Perdón, número equivocado, de Lucille Fleicher, y Pobre señora de Smith, de Noel Coward. Pero desde entonces habían pasado demasiados meses y, sobre todo, demasiados libretos por su cabeza. Como se trataba de conversaciones telefónicas y no tenía tiempo de memorizar la letra, en el estreno se la pasaron por el mismo auricular que mostraba en el escenario. Pero al promediar el espectáculo la voz del apuntador dio paso a un intimidante silencio. Entonces China se puso de pie, y con toda tranquilidad le pidió al público que tomara un café en el hall y regresara en diez minutos. «La gente obedeció, solidaria como siempre, reparamos el problema y pudimos seguir adelante», recordaría Dardo Delgado. Programaron una decena de funciones que agotaron las entradas, y pudieron salvar la situación.

Cuando Fuenteovejuna estuvo lista, durante setiembre hicieron cuatro preestrenos con entradas vendidas a los sindicatos y estrenaron para el público general a fin de mes.

«La historia que aquí se cuenta es Historia –no es patraña. Ocurrió en la vieja España en una España violenta. La cantaron trovadores/ juglares y romanceros/ la repitieron copleros/poetas y rimadores./ Mas quien mejor la cantó/ desde aquellos días oscuros/para los siglos futuros/ en que su voz resonó/ fue Lope de Vega. De su comedia famosa/ hoy haremos para ustedes/lo que nos quedó en las redes/ de una pesca cuidadosa./ Nosotros, simples actores de este tiempo, este lugar,/trataremos de contar/ esta historia de furores».

La entusiasta respuesta de los obreros se reiteró en el estreno y se repitió en cada función. La última vez que se había representado en Uruguay había sido de la mano de Margarita Xirgu en 1955. Pero entonces el público veía una alegoría de los dolores de la guerra civil española, y como si el mismo demonio la hubiese acercado, entonces escuchaba su propio tormento.

«Lo primero que recuerdo es el viento de espíritu épico que Antonio Larreta hacía soplar sobre el escenario con el movimiento de los actores, que subían y bajaban y se convertían, a cierta altura, en un oleaje –diría años más tarde Jorge Abbondanza–. Era como estar viendo el mar, el mar de la gente que llegaba para reclamar algo. No te extrañaba que hubiese aplausos a telón abierto. Tampoco extrañaba que cuando todo el elenco se alineaba en el proscenio y decía su última estrofa, que era muy desafiante y decía entre otras cosas: «Triunfaremos de gigantes y de enanos/ y mueran los tiranos», ese elenco alineado frente al público producía una erupción volcánica. Estábamos en el medio de otras eclosiones y en el prólogo de algunos acontecimientos terribles, pero Fuenteovejuna fue un hito, del que nadie que la haya visto se olvidó».

La puesta contaba con subtítulos que interactuaban con las escenas y sobre el final, que decidían los espectadores, reproducían la letra de la canción de cierre, de modo que el público gritaba ¡Mueran los tiranos! y cantaba de pie con el elenco.

La elogiada dirección de Larreta contó con la asistencia de Amanecer Dotta; como si el escenario no fuera lo bastante grande, Mario Galup lo expandió con dos rampas laterales, Amalia Loms se hizo cargo del vestuario, confeccionado por las entonces poco conocidas cooperativas de Manos del Uruguay, una vez más la música corrió por cuenta de Federico García Vigil y la iluminación estuvo a cargo de Carlos Scavino. Stella Texeira encarnó a Laurencia en uno de los protagónicos más recordados de su carrera y el elenco acompañó en los créditos bajo la identificación colectiva de «Fuenteovejuna», fiel al espíritu de El Galpón.

Los elogios de Abbondanza fueron acompañados por Isabel Gilbert, que reprodujo canciones en las dos páginas que le dedicó Marcha, pero el crítico del diario del Partido Comunista, El Popular, les reprochó duramente alterar el texto de Lope de Vega, y por razones más ideológicas algunos diarios los acusaron de manipular un clásico para sus fines propagandistas. «Varios sobreentendidos están mucho más cerca del codazo que de la sugerencia y ello desemboca en el sostenido viento marxista del final», dijo el diario El País.

Recuerda Rebeca Franco que iba a ver todas las funciones que podía por la emoción que le generaba cuando en el escenario decían ¡Mueran los tiranos traidores!, y el público gritaba: ¡Mueran!, ¡Mueran!, se ponía de pie y la sala se transformaba. «Era lindísimo ver cómo la gente se entusiasmaba y leía entrelíneas lo que la obra quería decir». Desde luego, también lo oían los policías que al mes del estreno, el 24 de octubre, allanaron el teatro con metralletas en mano y la sola intención de amedrentarlos, pero «aduciendo investigaciones sobre el paradero de un banquero secuestrado». Al día siguiente, El Popular publicó la denuncia de El Galpón, en la que luego de calificar el atentado como «una afrenta a la cultura nacional» y enumerar algunos hitos de su trayectoria, culminaba: «Nosotros contestamos que la cultura no será avasallada, la Universidad no será avasallada, el pueblo no será avasallado. La libertad es la condición para desarrollar la cultura. Con las llamadas, cartas, telegramas, y la presencia de todos nuestros amigos, existe hoy en el vestíbulo del teatro un mural de la solidaridad».

«El fascismo lo teníamos en la calle –dice Luis Fourcade–, y la obra tomaba otra dimensión. ¿Qué hizo Larreta? Sin perder a Lope de Vega, le dio un giro al final, y entonces el público debía decidir qué hacer frente a la situación planteada». La respuesta era unánime, ya estaba anticipada en el Himno Nacional, con sus «¡Tiranos, temblad!», y con el mismo espíritu respondió El Galpón a la agresión. Lo que parecía irreversible, dentro y fuera del escenario, era el ingreso de la dimensión de la muerte en las operaciones políticas que estremecían al país. Ya desde la puesta de Malcolm X aparecían panfletos de los Tupamaros en las instalaciones de El Galpón y ante la alternativa de que se tratara de una provocación para cerrar la sala, al terminar las funciones revisaban butaca por butaca, los baños, las cisternas y todas las dependencias, antes de irse. Pero se turnaban para hacer guardias en el teatro toda la noche y hasta colocaban trampas con tanzas y anzuelos por si alguien pretendía colarse.

Un desfile de la formación anticomunista Juventud Uruguaya de Pie (JUP) provocó un incidente que pudo tener serias consecuencias. La JUP marchó por la Avenida 18 de Julio, desde la plaza de los bomberos hasta Radio Rural, en la esquina de la calle Vázquez, con camisas pardas, revolver al cinto y paso de ganso, como las formaciones hitlerianas de las SA, seguida de un gentío llegado del interior del país. Y como cabía prever, al terminar el acto se concentraron frente a El Galpón. «¡A Moscú…! ¡Váyanse a Moscú!, ¡Comunistas hijos de puta!», empezaron. «Previendo cómo venía la mano –cuenta Fourcade–, habíamos pedido auxilio a la CNT y con la ayuda de varios compañeros de los sindicatos instalamos en el hall unas mesas de venta de afiches, adentro de los rollos teníamos algunas armas, y trasladamos un enorme extintor de incendios que teníamos en el escenario. Los esperamos muertos de miedo. Cuando empezaron los gritos ya nos rompieron un vidrio y uno de los tipos intentó meterse. Entonces un compañero de la CNT agarró el puntero del extinguidor, lo golpeó en la cabeza y cayó el tipo. Detrás vino otro, nuevo golpe en la cabeza, y también cayó al piso. Nos salvó un policía, que entró a los gritos: «¡Basta!, ¡Basta!, ¡Váyanse! ¡Despejen!». Y por suerte, ahí se paró la cosa».

El año 1969 fue para El Galpón, rutilante y tenso. En diciembre Mercedes Rein publicó en Marcha una suerte de balance de la actividad desplegada en el año. Contaba 362 espectáculos que habían reunido 142.867 espectadores en la sala 18, a los que se sumaban otros 14 mil de la sala de Mercedes y Roxlo, donde lideraba la cartelera Libertad, Libertad. Entre las obras con mayor público se encontraban Fuenteovejuna, que en poco más de dos meses había juntado 38 mil espectadores (alcanzaría los 90 mil en sus tres temporadas), El señor Puntila y su criado Matti, 19 mil, El asesinato de Malcolm X, 11 mil, Hola… hola… hola…,1, 2, 3, 11 mil, Sin ton ni son y Canciones para mirar, alrededor de 10 mil cada una, y Antonio y Cleopatra, 6 mil. Pero a las obras se sumaban espectáculos de música como la presentación de Astor Piazzola, la Orquesta Filarmónica, la Orquesta de Cámara, el Hot Club de Montevideo, Los Olimareños, Zitarrosa, El Sabalero, Rada, Viglietti y varios espectáculos de ballet. No era poco y, sin embargo, sobre el final del artículo Rein anunciaba: «El reverso de la medalla consiste en los 15 millones que tiene que pagar El Galpón a comienzos del año entrante para escapar al círculo vicioso de los intereses usurarios que se devoran todas las entradas de la institución. Para amortiguar la deuda, muchos integrantes han hipotecado sus casas [entre ellos, la madre de Braidot]. Toda la empresa es a la vez floreciente y precaria. La última locura ha sido lanzarse, en muy corto plazo, a colocar los números de una rifa que puede salvar a El Galpón si tiene éxito. Esperemos que lo tenga», finalizaba.

 

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