Del libro al cine

Cine / 2 marzo, 2020 /

Las polémicas sobre respeto, infidelidad o traición a las fuentes literarias que se convierten en películas son tan viejas como el propio cine, y no van a terminar. El estreno de la más reciente versión fílmica de “Mujercitas” vuelve a ponerlas sobre el tapete.

 

La primera pregunta que muchos le deben haber hecho a la directora y libretista Greta Gerwig cuando anunció que pensaba filmar una nueva versión de Mujercitas fue seguramente la de quién diablos necesitaba una más. Un recuento probablemente incompleto de las veces que el libro de Louise May Alcott, publicado por vez primera en 1868, ha sido llevado al cine o la televisión, incluye por lo menos diecisiete versiones  previas, incluyendo teleseries y adaptaciones en dibujos animados, una de ellas por lo menos de origen japonés.  La directora Greta Gerwig había llamado la atención con su anterior Lady Bird, donde ya asomaba una veta de polémica feminista que su versión de Alcott reitera, y seguramente contestó que ese era uno de los aspectos que le interesaban de su fuente literaria, que de hecho era protofeminista o por lo menos incluía un examen no exento de agudeza de la situación de la mujer en la época en que fue escrito.
Quienes se han quejado de que la película practica unas cuantas variantes sobre el original de Alcott deberían saber que la película no adapta solamente la inicial  Mujercitas, sino que incorpora también desarrollos que corresponden a la siguiente novela de la autora, Aquellas mujercitas o Good Wives, que algunas versiones castellanas retitularon Las mujercitas se casan y que continuaba la historia de sus jóvenes agonistas. De hecho, el libreto de Gerwig utiliza como esquema básico la peripecia de Las mujercitas se casan, e intercala en forma de flashbacks parte del anecdotario del libro anterior. También se toma algunas libertades con el desenlace, en lo que termina resultando uno de los aspectos más interesantes de la película.
Naturalmente, una cosa son las intenciones de Gerwig y otra sus auténticos logros. Ahí la película admite una o varias dosis, salomónicamente repartidas, de cal y de arena. La peor idea de Gerwig es su decisión de romper con la cronología. El flashback es útil  y hasta necesario cuando aporta un elemento del pasado que ayuda a comprender la acción presente, o cuando refuerza el impacto emocional de un momento (Tarantino lo usó inteligentemente en Pulp Fiction, su única película que genera alguna emoción legítima y no solamente diversión perversa, mostrando un momento de felicidad de un personaje que el espectador sabía, porque  ya lo había visto antes, que pronto iba a morir). En Mujercitas, empero, el procedimiento resulta con frecuencia un elemento distractivo, que interrumpe la acción, estorba el arco dramático de los personajes y en definitiva genera la confusión y el fastidio.
En otras áreas la película se maneja mejor. Por supuesto, es casi innecesario señalar que, como corresponde a una producción industrial de presupuesto desahogado, el resultado se beneficia de sus correspondientes esmeros de ambientación, vestuario y pulcra fotografía en color.  Y tiene un mérito adicional en el elenco, encabezado por  Saoirse Ronan (Expiación, deseo y pecado; La huésped; Desde mi cielo; Lady Bird de esta misma Gerwig),  una excelente Jo March que compite sin reparos con la memorable Katharine Hepburn que encarnó el mismo papel en la versión de George Cukor (1933), probablemente, junto con la que Gillliam Armstrong hizo en 1990 con Winona Ryder, Claire Danes, Kirsten Dunst y Susan Sarandon,  la mejor traslación de libro al cine realizada hasta la fecha (seamos  más precisos: en realidad nadie en el mundo puede competir con Kate, pero Saoirse está muy bien). Y tampoco están mal sino más bien todo lo contrario Florence Pugh, EmmaWatson y Eliza Scanlen como las hermanas March, Timothée Chalamet como uno de sus enamorados, y las veteranísimas Laura Dern y Meryl Streep como madre y tía, respectivamente.
Gerwig reserva empero su mejor idea para los últimos tramos de la película, quizás para estimular a un espectador que, por lo menos durante un rato, arriesgaba sentirse invadido por el tedio. Allí, la directora y libretista se permite una suerte de “metalectura” de su material literario, e incorpora las peripecias de Jo March para publicar su primer libro que es, obviamente, Mujercitas (que como se sabe contiene un fuerte contenido autobiográfico). En ese momento el relato se desdobla entre la “realidad” de la novela y la discusión con un editor que exige cambios en la historia para volverla más comercial, y ambas versiones se alternan en la pantalla con imágenes del trabajo en la imprenta que está dando forma a los ejemplares del libro. Toda esa zona de la película adquiere, inesperadamente, una dimensión reflexiva que no surgía necesariamente del desarrollo previo, y que constituye uno de los aspectos más atrayentes de esta nueva versión.

La primera pregunta que muchos le deben haber hecho a la directora y libretista Greta Gerwig cuando anunció que pensaba filmar una nueva versión de Mujercitas fue seguramente la de quién diablos necesitaba una más. Un recuento probablemente incompleto de las veces que el libro de Louise May Alcott, publicado por vez primera en 1868, ha sido llevado al cine o la televisión, incluye por lo menos diecisiete versiones  previas, incluyendo teleseries y adaptaciones en dibujos animados, una de ellas por lo menos de origen japonés.  La directora Greta Gerwig había llamado la atención con su anterior Lady Bird, donde ya asomaba una veta de polémica feminista que su versión de Alcott reitera, y seguramente contestó que ese era uno de los aspectos que le interesaban de su fuente literaria, que de hecho era protofeminista o por lo menos incluía un examen no exento de agudeza de la situación de la mujer en la época en que fue escrito.
Quienes se han quejado de que la película practica unas cuantas variantes sobre el original de Alcott deberían saber que la película no adapta solamente la inicial  Mujercitas, sino que incorpora también desarrollos que corresponden a la siguiente novela de la autora, Aquellas mujercitas o Good Wives, que algunas versiones castellanas retitularon Las mujercitas se casan y que continuaba la historia de sus jóvenes agonistas. De hecho, el libreto de Gerwig utiliza como esquema básico la peripecia de Las mujercitas se casan, e intercala en forma de flashbacks parte del anecdotario del libro anterior. También se toma algunas libertades con el desenlace, en lo que termina resultando uno de los aspectos más interesantes de la película.
Naturalmente, una cosa son las intenciones de Gerwig y otra sus auténticos logros. Ahí la película admite una o varias dosis, salomónicamente repartidas, de cal y de arena. La peor idea de Gerwig es su decisión de romper con la cronología. El flashback es útil  y hasta necesario cuando aporta un elemento del pasado que ayuda a comprender la acción presente, o cuando refuerza el impacto emocional de un momento (Tarantino lo usó inteligentemente en Pulp Fiction, su única película que genera alguna emoción legítima y no solamente diversión perversa, mostrando un momento de felicidad de un personaje que el espectador sabía, porque  ya lo había visto antes, que pronto iba a morir). En Mujercitas, empero, el procedimiento resulta con frecuencia un elemento distractivo, que interrumpe la acción, estorba el arco dramático de los personajes y en definitiva genera la confusión y el fastidio.
En otras áreas la película se maneja mejor. Por supuesto, es casi innecesario señalar que, como corresponde a una producción industrial de presupuesto desahogado, el resultado se beneficia de sus correspondientes esmeros de ambientación, vestuario y pulcra fotografía en color.  Y tiene un mérito adicional en el elenco, encabezado por  Saoirse Ronan (Expiación, deseo y pecado; La huésped; Desde mi cielo; Lady Bird de esta misma Gerwig),  una excelente Jo March que compite sin reparos con la memorable Katharine Hepburn que encarnó el mismo papel en la versión de George Cukor (1933), probablemente, junto con la que Gillliam Armstrong hizo en 1990 con Winona Ryder, Claire Danes, Kirsten Dunst y Susan Sarandon,  la mejor traslación de libro al cine realizada hasta la fecha (seamos  más precisos: en realidad nadie en el mundo puede competir con Kate, pero Saoirse está muy bien). Y tampoco están mal sino más bien todo lo contrario Florence Pugh, EmmaWatson y Eliza Scanlen como las hermanas March, Timothée Chalamet como uno de sus enamorados, y las veteranísimas Laura Dern y Meryl Streep como madre y tía, respectivamente.
Gerwig reserva empero su mejor idea para los últimos tramos de la película, quizás para estimular a un espectador que, por lo menos durante un rato, arriesgaba sentirse invadido por el tedio. Allí, la directora y libretista se permite una suerte de “metalectura” de su material literario, e incorpora las peripecias de Jo March para publicar su primer libro que es, obviamente, Mujercitas (que como se sabe contiene un fuerte contenido autobiográfico). En ese momento el relato se desdobla entre la “realidad” de la novela y la discusión con un editor que exige cambios en la historia para volverla más comercial, y ambas versiones se alternan en la pantalla con imágenes del trabajo en la imprenta que está dando forma a los ejemplares del libro. Toda esa zona de la película adquiere, inesperadamente, una dimensión reflexiva que no surgía necesariamente del desarrollo previo, y que constituye uno de los aspectos más atrayentes de esta nueva versión.

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