Columna de cine

Un balance

Cine / 6 enero, 2018 / Por Guillermo Zapiola

Alguien ha dicho ya que todo balance, y más ampliamente toda elección en materia estética, constituye una manera de la injusticia. La costumbre impone empero que esa injusticia se perpetre, inexorablemente, cada final de año. Aquí va la correspondiente al cine que se estrenó en Montevideo durante 2017.

Entre el primero de enero y la fecha en que se escribe esta nota (veinte de diciembre) se estrenaron en Montevideo en forma “normal”, salvo error de conteo, unas 225 películas. Naturalmente, esa cifra no tiene cuenta la cantidad, notoriamente mayor, de títulos exhibidos en festivales y muestras del circuito cultural, que siguen siendo la válvula de escape para evitar la muerte por inanición del cinéfilo de ley. Tampoco tiene en cuenta la respetable cantidad de títulos, a veces valiosos, que no se estrenan comercialmente pero llegan a través del cable y demás plataformas inventadas o por inventarse.
Todo eso hace que un balance como el que propone estas líneas se convierta en algo menos urgente de lo que pudo serlo hace treinta o cuarenta años, cuando efectivamente gran parte del cine que importaba llegaba realmente a las carteleras comerciales uruguayas: si uno repasa el listado de películas elogiadas por los críticos locales en 1965 corresponde, más o menos, a lo que se estaba elogiando o premiando al mismo tiempo en Londres, París o Nueva York. Hoy eso no ocurre (y se estrenan doscientas y tantas películas en lugar de las quinientas cincuenta de hace sesenta años), pero tampoco es tan grave. Hay toda clase de mecanismos para ver más cine que nunca, solo que no en el cine.
Toda esa charlatanería de sobremesa se resume realmente en la idea de que un balance de la temporada comercial da cuenta solamente de un fragmento de la producción cinematográfica anual, con una sobreabundancia del cine de Hollywood que no importa aunque haya excepciones. Y si corresponde un enojo es el de que casi nadie le haya prestado atención a la que probablemente sea la mejor película del año, y que casualmente vino de Hollywood: Silencio de Martin Scorsese, una obra sentida, dura y profundamente personal, sobre jesuitas en Japón en el siglo XVII. Una temática religiosa, un Scorsese sin mafiosos, y hasta la idea iconoclasta de contemplar una historia de persecución y martirio no desde el punto de vista de los héroes sino desde el de los cobardes es, al parecer, demasiado para el Uruguay laico, gratuito y obligatorio que heredamos de Batlle y Ordóñez. Es una lástima, porque se trata no solamente del mejor Scorsese en años, sino también de una de las mejores películas norteamericanas de los últimos tiempos.

Dentro de dos o tres décadas, cuando todo el mundo se haya olvidado de la ganadora del Oscar 2016 Luz de luna y alguien pregunte qué era La La Land, un musical cuya fama duró quince minutos, se va a seguir hablando y escribiendo de Silencio, del mismo modo que hoy Más corazón que odio de John Ford figura entre las diez mejores películas de la historia del cine mientras nadie se acuerda que en 1956 fue derrotada en el Oscar (de hecho, ni siquiera fue nominada) por La vuelta al mundo en ochenta días. Para entonces habrán pasado también a la historia Manchester junto al mar o Sin nada que perder, que todavía impresionan a algunos.
Pero el espacio tiene sus reglas y esta nota debe ser, inevitablemente, telegráfica. Un rescate entonces, por ejemplo, para El viajante, que confirmó en el iraní Farhadi a un creador que importa. La constancia en La chica sin nombre de que los belgas Dardenne (que sin embargo tienen mejores) siguen en lo suyo: un cine atento a los problemas de su Europa. La comprobación (Paterson) de que Jim Jarmusch sigue siendo uno de los autores independientes norteamericanos más interesantes. La presencia de Isabelle Huppert en Elle, que hizo creer que esa película de Paul Verhoeven era mejor de lo que era. También estuvo por ahí la estimable Frantz de Olivier Assayas, para marcar una de las mejores presencias francesas. Una buena animación “comercial” (Moana) y otra “artística” (Loving Vincent). Y, para no alejarnos del terreno del arte, por lo menos dos documentales particularmente destacables: El Bosco – El jardín de los sueños y David Lynch , the Art Life.

La lluvia de blockbusters tuvo sus paletadas de cal y de arena. Nadie parece haberle hecho caso a la mejor de todas, Blade Runner 2049 de Denis Villeneuve, digna secuela del clásico de Ridley Scott, y no muchos advirtieron que había talento en Logan (un estimulante derivado de los X-Men) y en Mujer Maravilla. La plaga de las franquicias proporcionó una apenas aceptable Liga de la justicia y una mejor Star Wars: el último Jedi, que revitalizó una saga en decadencia. Hubo también los Transformers y las casas embrujadas del caso (¡dos películas sobre Amityville!), pero es mejor olvidarlas. También hubo un significativo número de estrenos uruguayos, pero eso justifica otra nota.

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