Buscando lo que nadie quiere encontrar

Libros / 1 agosto, 2019 / Rodolfo Santullo

Cien veces muerto es la nueva novela de Renzo Rosello y su personaje Obdulio Barreras, una de las mejores creaciones policiales uruguayas.

El concepto de «saga» es parte fundamental de la novela policial. Desde sus orígenes lúdicos -como novela problema o novela de misterio- sus grandes personajes se aparejaron a la edición de los libros y así fuimos teniendo exponentes inmortales de este género que se conocen -y admiran- hasta nuestros días tales como el Sherlock Holmes de Sir Arthur Conan Doyle o el Hercule Poirot de Agatha Christie. La revolución que significó la aparición de la novela negra durante la segunda década del siglo XX vino a cambiar muchas cosas de lo que se conocía como novela policial, pero no fue el caso de los personajes reincidentes, ya que los detectives privados protagonizando varias novelas se mantuvieron en variadas figuras tales como el Continental Op de Dashiell Hammett, Philip Marlowe de Raymond Chander, o Lew Archer de Ross MacDonald. Y hoy día, con la literatura policial -o negra, ya es imposible diferenciar una de otra- como principal exponente en todas las librerías y casi que un atlas que recorre el mundo entero con un exponente por país, el mecanismo se sostiene con el Comisario Montalbano del recientemente fallecido Andrea Camilleri, Kurt Wallander de Henning Mankell o el Comisario Costas Jaritos de Petros Markaris.

En nuestro país, que tanto años ha costado instalar la literatura policial sometida al prejucio durante prácticamente todo el siglo XX, la cosa demoró un poco pero por fin empezamos a tener esto mismo, sagas protagonizadas por un mismo personaje que se sostenga en el tiempo y en un arco argumental más extenso. Gonzalo Cammarotta presentó a su personaje Francisco Perrone -un policía con particular sentido del humor- en 2014 y lo ha utilizado en tres novelas; dentro de la colección Cosecha Roja el maragato Pedro Peña tiene una de las sagas más extensas con el periodista Agustín Flores (en cinco novelas y contando); también en Cosecha Roja, Mercedes Rosende desarrolla las desventuras de su particular criminal Úrsula López y allí, siempre en la colección coordinada por Marcela Saborido para Estuario Editora, es que tenemos a Obdulio Barreras, ese gran personaje creado por Renzo Rosello.

Rosello (Montevideo, 1960) es uno de los más prolíficos autores de género negro en Uruguay y, sin duda alguna, de los mejores. Si buscamos la novela negra uruguaya clásica, por definición encontraríamos su Trampa para Ángeles de Barro (empatada con El Vigilante, de Henry Trujillo) ocupando el podio. Y ahora, desarrollando la saga que hoy nos ocupa y su personaje, vuelve a mostrar sus mejores mañas. Barreras había aparecido ya a fines de los 80, con la edición de Blues del Raje -un libro que necesita una reedición urgente- pero su reaparición y vigencia ocurrió en 2018 con la aparición de El simple arte de caer.  Allí recomenzaba la saga de este ex policía devenido en detective privado montevideano que encuentra en Cien Veces Muerto su continuación (cabe aclarar que son todas novelas independientes que no necesitan lectura previa). Aquí, Barreras retoma su vida luego del final de la novela anterior y se encuentra algo perdido en una ciudad que no reconoce, sin contactos o red que le sirva de sostén (bueno, algún amigo le queda). Pronto no tiene más remedio que volver a lo único que sabe hacer: la labor de sabueso. Así es que por intermedio de un abogado conocido es que comienza a investigar la desaparición de un joven estudiante de arquitectura, hijo único de una familia de muy buen pasar capitalina. Pero la gran virtud de Barreras -que hereda directamente de su autor, uno de los mejores periodistas policiales que ha publicado en nuestro país- es el conocimiento de las zonas complicadas de la ciudad, de sus códigos, de su marginalidad. Barreras sabe bucear en lo oscuro, en la mugre. Sabe encontrar lo que muchos prefieren no solo no ver, sino que permanezca enterrado y escondido. Así, mientras el personaje se reacomoda a su nuevo statu quo, Rosello brinda una mordaz radiografía de nuestra ciudad y las condiciones de vida de zonas que el lector promedio solo conoce de mirar distraído el informativo. Con su estilo contundente y directo -casi que se lo puede escuchar teclear en la máquina de escribir- Rosello no se anda con florituras para construir un misterio tan amargo como redondo. Acaso sí se le puede objetar la brevedad -aunque esto quizá tenga que ver con el entusiasmo que despierta- que se siente que cuando por fin tiene las cartas sobre la mesa, la historia termina (con total lógica pero bueno, deja con ganas de más).

Rosello tiene programadas al menos tres novelas más sobre el personaje, lo que son solo buenas noticias. Para los amantes del género negro, claro, pero también para cualquier amante de la buena literatura.

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