Alberto Restuccia: La originalidad como bandera

Nota / 30 junio, 2020 / Luis Vidal Giorgi

Alberto Restuccia (1942-2020) tuvo originales facetas en su accionar artístico, tanto en la dirección, como en la dramaturgia, la actuación y la docencia. De una familia en la que su padre fue un destacado dirigente futbolístico, el presidente de Nacional Miguel Restuccia. Su acercamiento al teatro le llegó en el Liceo Richard Anderson, con el estímulo de su profesora de inglés, la formidable Belela Herrera. Señalamos la influencia de ese exclusivo liceo, pues allí el joven Restuccia comparte clases y sueños artísticos con el luego escritor Jorge Freccero y con la Maestra de la danza Graciela Figueroa, con quienes, junto a quien sería su inseparable pareja artística y afectiva, el actor Luis Cerminara, fundan Teatro Uno de Montevideo en 1963 y realizan su primer espectáculo en el desaparecido Teatro del Palacio Salvo.

Asociado a ese grupo, Alberto Restuccia llevó adelante una búsqueda de experimentación y libertad creativa que lo caracterizó. El nombre del grupo está asociado desde sus comienzos a la influencia de Antonin Artaud, el teórico francés que propone llevar el teatro a sus límites y a la provocación emocional del espectador, y al autor del Teatro del Absurdo Samuel Beckett, dramaturgo sobre el que el dúo Cerminara-Restuccia volverán a presentar varias veces a lo largo de los años, con títulos tales como Esperando a Godot o La última cinta magnética. La primera puesta de Esperando a Godot de Restuccia fue en Teatro El Tinglado, en 1975, con Cerminara y Pepe Vázquez en los papeles principales. Luego Teatro Uno la presentó en el Teatro de la Alianza Francesa, donde el grupo ofreció algunas de sus mejores obras —también lamentablemente desaparecido, pero que fue un bastión cultural durante la dictadura—; en esta última versión los personajes fueron interpretados por mujeres, para disgusto de Beckett, que quiso prohibirla, pero Restuccia y Cerminara lo hicieron igual y con la gran actriz Nelly Goitiño; fue un suceso.

Desde Teatro Uno se fue forjando una estética asociada a la vanguardia, en la que los autores franceses tuvieron un destaque fundamental y fueron sus principales difusores hacia el medio teatral nacional, como Genet con Las sirvientas, o Eugène Ionesco (rumano, pero escribió en francés) con La lección y Delirio a dúo, Boris Vian con El rumor, Alfred Jarry con Ubú Rey —obra con la que gana el Florencio a Mejor director—, o el mismo Artaud con su textos poéticos. Señalemos, por ejemplo, su impronta transgresora en Las sirvientas, en la que aparecieron los primeros personajes travestidos y desnudos en la escena uruguaya, fue en la sala Mercedes del Teatro El Galpón.

Como actor también transitó en diversos espectáculos, pero en esta época de monólogos Restuccia fue uno de los primeros con obras como Artaud le Momo, pieza que buscaba sacudir al espectador; por ejemplo, apuntaba hacia la butaca, agitando y amagando con lanzar un gran martillo sobre la platea, y donde también tenía su momento de desnudez, lo que le trajo problemas en época de dictadura. También fue monólogo su obra más conocida por su suceso de público, la cual presentó durante varios años: Esto es cultura, animal, con un toque irónico monologaba sobre diversos temas que interrogan al ser humano; luego vino otro casi monologo sobre la pareja, Mi próxima exmujer, basado en un texto de Dalmiro Sáenz.

Y como autor su obra más recordada fue Salsipuedes, el exterminio de los Charrúas. En esta oportunidad el teatro, junto a las artes plásticas de Nelbia Romero, ponía en cuestión la historia silenciada de Salsipuedes; fue con el retorno de la democracia en 1985, pero con el Partido Colorado en el poder nuevamente, que esta obra cuestionaba a su fundador Fructuoso Rivera. La última también aborda la historia nacional, Asesinato de un presidente uruguayo, con el magnicidio de Idiarte Borda en 1897.

Como docente, aunque quizás de una manera inorgánica, influyó en los comienzos de varias generaciones, con su estilo de improvisación, despertando la imaginación creativa; algunos de sus alumnos, hoy destacados actores, como Luis Orpi o César Troncoso lo reivindican en esa faceta.

Y en su última etapa, reinventándose o transgrediendo nuevamente, señalemos a su llamado alter ego, Beti Faría, que, en su faceta femenina y con vestido acorde, representaba a un boxeador travesti en su obra El gimnasio; siendo en esta última etapa el mismo Restuccia un personaje que mezclaba la realidad y la ficción en sus varias identidades.

Como se puede observar en esta breve reseña, Alberto Restuccia fue una personalidad creativa, con el toque irónico de un personaje de Ionesco mezclado con un poeta artaudiano, pero siempre muy uruguaya, polémica y —ante todo— original, que marcó una impronta en una época luminosa e intensa del teatro nacional.

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